Cesárea capítulo dos

Cesárea capítulo dos

El sueño dentro del útero sería apacible y constante. Flashes fugaces lo adornarían de matices tonales simples pero reconfortantes. Todo en su interior estaría mediado. Nada sería por sí mismo más allá de lo que el cuerpo continente le concedería. Nada perturbaría los latidos simultáneos de una vida dentro de otra vida.

Palabras claves:
vértices, triángulo.

El papá se para, por las indicaciones del anestesista, al frente de la camilla donde está acostada la mamá pero no le puede ver la cara.

-Mirá, ahí se ve la cabecita, es lo mismo que pasa en un parto normal- el anestesista le señala el único pedazo de piel que se puede ver entre las sábanas blancas.
Desde adentro de la panza los médicos retiran un elemento de acero inoxidable y al hacerlo provocan un ruido como de sopapa que se libera. Parecido al que hace una ojota al caminar por el barro. La silueta de ese sonido tan de otro lugar lo va a seguir al papá toda su vida.

El cuerpo de la mamá se mueve violentamente por la fuerza que le aplican. Los médicos dicen algo pero el papá no alcanza a escucharlos. Está muy nervioso. En uno de los sacudones levantan en una pirueta al bebé que llora. El papá también llora.

-Ahora lo van a lavar. Ya está. No entiendo porque algunas siguen pariendo con dolor- apunta el anestesista.
El papá sigue al bebé que llevan a toda velocidad al frente suyo. Solo paran una fracción de segundo para que la mamá le dé un besito en la frente. El papá ahora ve que ella también lloraba y en la persecución tras el recién nacido llega a rosarle la mano.

La carrera termina en una piecita de uno por dos. Ahí acuestan al bebé que se retuerce desconsoladamente sobre una chapa de inoxidable. Lo miden. Lo pesan. Le ponen dos inyecciones. Al papá le gustaría alzarlo. Sólo se lo dan cuando está vestido y envuelto en una mantita.

-Ahora vamos a llevarlo a la neo y cuando la mamá esté lista y en su habitación, lo buscan. No antes, solo cuando la mamá esté lista y en su habitación- insiste la enfermera.
En la neo el papá lo deposita dentro de una cabina plástica y al hacerlo se acerca y le susurra algo. Le da un beso diminuto y sale. De pasada se impresiona con el tamaño y la fragilidad de los otros bebés que descansan enchufados a tubos y cables.

En el pasillo espera el ascensor que no viene y decide tomar las escaleras. Al llegar a la habitación se dirige hacía el placar y descuelga su mochila. Se sienta en la cama. Busca el celular y escribe: “Ya nació, salió todo de diez (carita, carita)”.

De la mochila también saca un parlante y lo prende. Quiere poner música y crear una atmósfera para cuando lleguen. Por ahora está sólo. Él en la habitación, ella en el quirófano y el bebé en la neo. Se imagina un triángulo gigante que secciona al hospital pero une a sus vértices. Su familia.

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