La discusión se planteó a partir de lo que dijeron las periodistas Julie Tremaine y Katie Dowd, en un artículo titulado El nuevo paseo de Blancanieves de Disneyland agrega magia, pero también un nuevo problema”, que salió en el San Francisco Chronicle, destacado diario de Estados Unidos.
En la nota, al hacer mención del film Blancanieves”, dicen que El beso que [el príncipe] le da [a Blancanieves] sin su consentimiento, mientras ella duerme, no puede ser amor verdadero si solo una persona sabe que está sucediendo. ¿No hemos acordado ya que el consentimiento en las primeras películas de Disney era un problema importante? ¿Es necesario enseñarles a los niños que besar, cuando no se ha establecido si ambas partes están dispuestas a participar, no está bien? Es difícil entender por qué Disney, en 2021, elegiría agregar una escena con ideas tan anticuadas de lo que un hombre puede hacer con una mujer, especialmente dado el énfasis actual de la compañía en eliminar escenas problemáticas de otras atracciones”.
He allí el debate planteado que, obviamente, es menor respecto a todo lo que nos está sucediendo con el Covid-19, no deja de tener sus raíces bien clavadas en otra pandemia anterior al virus: la violencia machista.
La factoría Disney trabaja con adaptaciones (y tengan presente esa palabra) de cuentos clásicos -éste precisamente, de los hermanos Grimm- pero el corazón de la queja que plantean Tremaine y Dowd es acerca de las facilidades que tendría Disney para ofrecer nuevas lecturas sobre los textos literarios y sus correlativas adaptaciones, sabiendo del contacto con el llamado original”, tal como fue planeado y escrito por los Grimm. Es un debate extenso: hasta dónde mover o no la adaptación de un texto literario que tiene, per se, muchas interpretaciones.
Por ejemplo, en el programa radial de Jorge Petete” Martínez se habló de esto con la especialista en literatura infanto-juvenil Carola Martínez. Sabemos que Disney es una fábrica de estereotipos, que justamente no son la realidad”, porque la crítica de las periodistas norteamericanas era a Disney, aunque Carola Martínez aseguraba que lo escrito en el pasado debe poder releerse sin una imposición de antemano, ya que eso se convertiría en autocensura. Discutir el beso del príncipe a Blancanieves le parecía desopilante a Petete”, como una estupidez” al periodista Antonio Laje en su programa matutino. Pues bien, siempre se analiza contextualizando desde acá: no hay espacio vacío para la reflexión motivada”; se pone en cuestionamiento porque no podemos reflexionar los hechos, sucesos estando allá”, en el momento en que sucedieron. Claro que hay que contextualizar, saber desde dónde y en qué lugar se forjaron las cosas, pero saber eso no implica necesariamente que no se puede revisar eso desde el hoy. Uno usa el mismo plato para almorzar o cenar, pero no deja los restos de lo que va comiendo a cada paso: lo lava, lo deja limpio para volver a colocar el alimento. El anacronismo es tan nocivo como el dogmatismo de la conciencia presente para el análisis teórico y social.
El error es dar por sentado que primero se lee (el cuento de Blancanieves”, pongamos) y luego se interpreta; olvidan que en la propia producción literaria, ya está bajada la línea”, pese a que la literatura conjura esto, de allí su potencia para discutir siempre lo dado.
El propio cuento infantil, salido de la cabeza e imaginación de los hermanos Grimm, tiene su ineludible acervo ideológico, su marca temporal, que luego es tramitada por los años y siglos posteriores, pero hay precisas huellas epocales, políticas, sociales en su constitución.
No debe subrayarse de antemano la visión que el docente o el formador de lectores tiene sobre el cuento, pero es un error (de formación) no señalar lo que nos parece del cuento filtrado por las coordenadas de nuestro presente. Sabemos a esta altura que cada relectura modifica” al texto original. Basta pensar en ese texto menor -pero brillante- dentro de la producción de Julio Cortázar llamado Texturologías”, con un palo para la crítica que desea desentrañar lo literario. Un texto, escrito con una intención significa otra cosa, mediada por el tiempo. El Martín Fierro de hoy no es” el del siglo XIX, pero una lista de supermercado escrita por uno mismo ayer, leída hoy, tampoco lo es; las palabras serán las mismas, pero el sentido de lo que los ingredientes y el menú y la comida y la reunión significaron ayer, es otro. Vaya si el sentido no cambia con el tiempo en WhatsApp: un gracias dado a destiempo, un emoticon demasiado tardío, puede enojar del mismo modo a la misma persona que pudo alegrar de haberse enviado en el momento justo o esperado. Y algo que nos alegró o exasperó en el momento, leído a las tres semanas, antes de borrar el chat, quiere decir otra cosa. Los textos, en cada momento, coyuntura, proponen diferentes formas de ser percibidos. De eso no están exentos los literarios, y menos los cuentos infantiles, ya que llevan en su ADN una carga valorativa específica. Muchos de ellos fueron escritos en el Romanticismo, y ostentaron la condición de asentar las características propias de la nacionalidad y pueblo europeo que les dio origen.
El otro costado del debate puede plantearse así: ante el escrutinio paulatino, ante revisiones y reversiones constante de los textos literarios y del arte en general, el punto es no perder de vista el objetivo final -la libertad de los creadores y receptores- ni convertir al arte y a la literatura en un elemento doctrinario, estático. La lectura de ficción debe emancipar la imaginación, no obligar lo que se debe imaginar. Esa es la línea peligrosa de dos caras: la del dogmatismo y la del presente con anteojeras.
La lectura hace” al texto. La denominada cultura de la cancelación” no me parece una buena vía (quitar u obviar la escena del beso), pero sé que no es lo mismo ver en cine el beso tradicional que imaginarlo mientras se lo lee; uno ahí puede figurarse hasta la cara de rechazo de Blancanieves al recibir intempestivamente ese beso, puede pensar en las manitos que alejan un poco al príncipe que, aún con buena intención, hizo algo con su cuerpo sin consultarle. El único fanatismo es el de la salud de la imaginación.
Abelardo Castillo decía que llamamos ideas peligrosas” a las ideas nuevas. Qué casualidad. Y justamente más peligrosas, las que son nuevas para cada uno de nosotros. No niego que es tranquilizador saber que lo que creemos, sentimos, vivimos, es compartido en el tiempo por la mayoría de nuestros conocidos. Si el príncipe va a besar a Blancanieves y siente su mal aliento (porque durmiendo nos suele suceder eso), y se aleja sin besarla y ella se despierta, el efecto puede ser gracioso y no modificaría la intención del príncipe de despertar a su amada. Porque, para perfectos, los cuentos de Disney.