Especialistas de distintas disciplinas sociales aseguran que en el ataque de los rugbiers en la salida de un boliche en Villa Gesell, que produjo la muerte del joven de 19 años Fernando Báez Sosa, «se mezclan diversos factores como la potencia física propia del deporte, la cuestión de clase social, la violencia y las formas de masculinidad dominante».
«El deporte es un cauce para toda la agresividad humana, pero a través de un juego con normas y reglas. El rugby en particular, si bien no hay que estigmatizar, es un deporte que requiere destrezas y tiene como condición el poderío físico», dijo Ricardo Rubinstein, psicoanalista y autor del libro «Deportes al diván», y agregó que ese deporte enseña valores como «la entrega, el sacrificio y pertenecer a un grupo».
«El problema es que cuando ocurren estos episodios, la responsabilidad de cada sujeto se diluye en el conjunto, nadie se siente responsable. Eso facilita las acciones violentas y la sensación de impunidad, que se agrava con la ingesta de alcohol que quita un freno a la descarga agresiva», agregó Rubinstein.
Para Diego Murzi, sociólogo especialista en deportes, en estos hechos violentos como el que produjo el asesinato de Sosa también interviene la «cuestión de clase» propia del rugby.
«El rugby tiene una imagen de deporte puro para muchos sectores de la sociedad, está ligado a la masculinidad y a los sectores dominantes. Hay una construcción de nosotros contra un otro, por eso andan siempre en grupo, reivindican siempre un valor de clase», aseveró.
«Tiene que ver con la masculinidad, un nosotros que es el sujeto hegemónico, el macho, el hombre blanco y heteronormativo, que busca diferenciarse del negro o del gay. El rugby dice ser un deporte inclusivo, pero hay una serie de barreras sociales invisibles que existen en los clubes que tienen que ver con el origen de las familias o con los trabajos de los padres, entre otros», agregó Murzi.
En la misma línea opinó el periodista y escritor Juan Branz, que en su libro «Machos de verdad» analizó la masculinidad en el rugby.
«El caso de Villa Gesell exhibió la importancia de la potencia física. Forma parte de una masculinidad dominante, donde todo el tiempo se tiene que pasar pruebas para ser visto como un verdadero hombre», dijo y aseguró que «no podemos decir que ese tipo de prácticas son irracionales o bárbaras, son ni más ni menos que parte de una trama cultural, una violencia legitimada por el grupo de rugbiers, pero también por la sociedad heteronomativa y los mandatos de la hombría».
«No es el rugby, es el patriarcado, que arrasa con todo lo que no esté en ese ideal de hombre que excluye no solo a las mujeres, sino también a las diversidades, a adultos mayores y a otros hombres a quienes se considera inferiores por origen, religión, situación económica, grado académico, capacidades físicas o intelectuales y otras características que se exigen para pertenecer y no ser subestimado», aseguró Noor Jiménez Abraham, doctora en comunicación social.
«Hace falta mucha Educación Sexual Integral (ESI) en la educación para que esos pibes puedan deconstruir modos de comportamiento que han aprendido de sus familias, sus escuelas, sus clubes, sus calles, su música y sus medios de comunicación», agregó.
Laura Spaccarotella, psicóloga especialista en deportes y miembro de la Asociación de Psiquiatras Argentinas (APSA), opinó que no cree «que haya una relación entre rugby y violencia. Conozco rugbiers y no llevan su conducta a cosas como este hecho. Esto tiene que ver con personas que tienen conductas alteradas, que pueden llevar a consecuencias fatales».
«Tenemos que hacer prevención, programas educativos en el deporte, en las instancias de formación. No podemos generalizar, son cosas para trabajar, no hay que demonizar los deportes de contacto», aseveró Spaccarotella.
«Seguramente hubo antecedentes previos de estos chicos y hay que ver qué pasó ahí. El entrenador, los dirigentes y las familias deben estar atentos y hacerse cargo», concluyó.
Fuente: Agencia Télam