Perú, tradicionalmente inestable -aún desde los tiempos de la Independencia-, en los últimos 100 años, tuvo 28 Presidentes en 32 mandatos muy irregulares, ya que hubo 10 golpes de estado, 7 de los cuales fueron concretados con éxito; pero en los últimos 30 años hubo numerosas destituciones que sin calificar como asonada, son interrupciones a la vida institucional del país.
Es interesante ver cómo esa inestabilidad influyó en el ordenamiento constitucional. En toda su historia, Perú tuvo 12 constituciones (no reformas de la anterior, sino nuevos textos fundamentales); 4 de ellas en los últimos 100 años (que en realidad serían 5 si se toma en cuenta la Ley Provisional tras el autogolpe de Alberto Fujimori). La última Carta Magna es de ese período (1993).
Los últimos 30 años
Fujimori imaginó posible un liderazgo por muchos años y realizó una serie de concesiones imaginando un sistema híbrido férreamente controlado desde su personalismo. Pero cayó tras una grave crisis en 2000, reemplazado por el interinato de Valentín Paniagua.
Se suceden desde 2001 tres mandatos constitucionales: Alejandro Toledo (2001-2006), Alan García (2006-2011) y Ollanta Humala (2011-2016), en los tres casos iniciando con consenso, finalizaron con graves crisis de legitimidad y numerosas causas judiciales, con procesos y detenciones. En el caso de García, evitó la cárcel con el suicidio.
Manuel Merino había sido elegido el pasado 10 de noviembre, cuando el Congreso peruano destituyó al presidente Martín Vizcarra, quien a su vez reemplazó al que fue votado en 2016 (hasta 2021), Pedro Pablo Kuczynski. En todos los casos se usó la remoción por incapacidad moral, en razón de diversos hechos de corrupción que les han sido adjudicados (sobresaliendo la famosa megacausa regional Odebrecht). En el caso de Kuczynski pesó también su cuestionado indulto al expresidente Fujimori (de quien fuera ministro de Economía).
Vizcarra había iniciado una agenda política importante, con algunas reformas a la Constitución Nacional que fortalecieron su posición frente al difícil Poder Legislativo, al que disolvió en 2019, sorteando un grave incidente destituyente gracias al respaldo popular y de las FFAA. El Congreso, unicameral, se presenta como una enmarañada constelación de agrupaciones medianas o pequeñas (muchas de alcance regional, montadas por referentes locales de más peso económico que político) que por esa ausencia de liderazgo y comunión de intereses se ha transformado en una suerte de partido del Congreso” como alguna vez existió el partido militar” u otros de ese estilo que conocemos.
Un factor de poder que ejerce su trámite de remoción sin mayor complicación, circunstancia de alto riesgo porque los sistemas parlamentarios o semi-parlamentarios (o semi-presidencialistas, según se mire) siempre dividen la jefatura de gobierno y la jefatura de estado, con lo que establecer un sistema de estas características sin el desdoble de jefaturas siempre encierra una posibilidad de riesgo institucional cuando las cláusulas de remoción no se aplican con responsabilidad. La permanente lucha entre el Ejecutivo y el Congreso, ha expulsado a dos presidentes en menos de tres años. Bajo la premisa de dar estabilidad y proveer capacidades estructurales que establezcan límites y otorguen flexibilidad, el sistema de partidos peruano es débil y fragmentado (24 partidos en el actual Congreso) por lo que, en este escenario, y puesto a prueba, el semipresidencialismo, nuevamente generó una situación de difícil gobernabilidad.
Sin que realmente se movilizaran por apoyo a Vizcarra, pero impelidos por este hartazgo de irresponsabilidad, decenas de miles de personas -mucha gente joven, se les llama la generación del bicentenario- salieron a las calles a expresar su descontento y el precario gobierno de Merino se terminó en pocos días, no sin desatar una violenta represión que segó dos vidas, con casi 70 heridos. Sin apoyo del Congreso (incluso gran parte de su gabinete ya había renunciado), dimitió el lunes pasado.
El actual mandatario, Francisco Sagasti, es un ingeniero de 76 años con mucha experiencia en gestión y reconocida actividad académica, con muchos años de servicio en organismos multilaterales, recientemente volcado a la actividad política. Armó un equipo de perfil ideológico de centro, muchas mujeres, en general figuras con cierto rodaje en cargos de segunda línea de presidencias anteriores y académicos. Recupera tres ministros de la gestión Vizcarra. Se muestra prudente frente a las medidas a tomar, tanto las que tienen que ver con la economía como lo social y lo político.
El gabinete debe ser ratificado por el Congreso, aunque se descuenta que ello ocurrirá dada la buena imagen que en estos pocos días logró transmitir el presidente asumido y el desprestigio del Poder Legislativo. Sagasti debe completar el actual mandato, que termina en el mes de julio de 2021. Habrá elecciones presidenciales en abril, hasta aquí con un escenario completamente incierto.
Se habla con insistencia de plantear la vía de una convención constituyente para reformar de manera integral la Constitución. Si bien la actual carta magna no prevé ese mecanismo, hay precedentes de haber realizado convenciones sin esa específica previsión, como ocurrió en 1978. Será responsabilidad del próximo Presidente, ya lo ha dicho Sagasti ¿Será entonces la hora que avizoró el recordado José Carlos Mariátegui cuando escribió: En estos años de enfermedad, de sufrimiento, de lucha, he sacado fuerzas invariablemente de mi esperanza optimista en esa juventud que repudiaba la vieja política, entre otras cosas porque repudiaba los métodos criollos”, la declamación caudillesca, la retórica hueca y fanfarrona” (1928). Ya era Mariátegui de retirada, un personaje de escritorio” en los términos del mismísimo Raúl Haya de la Torre, padre del APRA. Porque las contradicciones y desencuentros entre los más lúcidos, de derecha, izquierda o centro, son parte del problema de este Perú que debe afrontar urgentes desafíos. Aunque, entre los escombros de un sistema ruinoso, parece avizorarse una oportunidad.