La encrucijada vital del coronavirus, como pausa o pesadilla de la normalidad que le precediera, alumbró iniciativas solidarias concretas de asistencia y apoyo a un número cada vez mayor de personas y familias, las que, precisamente como consecuencia del Covid-19, se encuentran padeciendo alguna dificultad, angustia o carencia objetiva, o vieron agudizarse las mismas.
Entre nosotros, arbitrariamente, pareciera que hay pobres legitimados e ilegítimos o, si como interpreta una opinión colectiva no pobre, los hay por elección, sensación, estadística o indolencia, entendiendo irrefutablemente a esta última como negligencia, falta de aspiraciones, actividad o aplicación en el cumplimiento de sus obligaciones. Dicha inclemente opinión colectiva asegurará que son pobres porque quieren, ignorando incluso sabias letras, como aquellas de Joaquín Sabina en su Noche de Bodas”: ¡Que gane el quiero la guerra del puedo!
Comúnmente, quienes nunca fueron atrapados por la pobreza consideran a cada pobre e indigente como un ser voluntariamente apático, perezoso, abandonado e insensible, y todo eso por libre elección, con pleno discernimiento.
Desde distopía semejante se ignora que la fragilidad y vulnerabilidad propia de los pobres explican también su incremento, captación y perverso alineamiento político en categoría de pobrismo.
Presas fáciles e indefensas de cínicas prácticas políticas, como planes de empleo sin trabajo o de servicios y subsidios nunca reembolsables, fundamentan lo anodino en mucho argentino pobre; tan ajeno de ciudadanía, tan extraño de república, tan indigente de dignidad, tan huérfano de justicia y libertad. Tan pobre que, apenas, si un número, no más.
A propósito, cómo no adherir entonces a Ernesto Sábato cuando afirmó que quienes se quedan con los sueldos de los maestros, quienes roban a las mutuales o se ponen en el bolsillo el dinero de las licitaciones, no pueden ser saludados. No debemos ser asesores de la corrupción. No se puede llevar a la televisión a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes y tratarlos como señores delante de los niños. Esta es la gran obscenidad. ¿Cómo vamos a poder educar si en esta confusión ya no se sabe si la gente es conocida por héroe o por criminal y villana?
El alumbramiento de iniciativas cooperativas concretas se puede traducir, fraternalmente, en dar una mano”, una ayuda, un auxilio a alguien con esa empatía que implica la participación afectiva y el compromiso solidario de una persona en una realidad ajena a ella, generalmente aquellas de necesidades físicas insatisfechas.
Así, cada mano tendida es un signo de atención fraterna y de proximidad humana, de desprendimiento, de solidaridad y compasión a partir de altruistas sentimientos e interpelaciones que produce el ver padecer a un semejante, impulsándonos a aliviar y remediar su dolor o sufrimiento.
En estos largos meses, en los que el mundo entero está estupefacto y abrumado por un virus que ha traído tanto dolor y muerte, desaliento y desconcierto; también cuántas manos tendidas hemos podido ver, admirar e imitar. Si, las manos tendidas y abnegadas de médicos y enfermeros, de maestros rurales, de los que trabajan en hospitales, geriátricos o la administración pública, de boticarios, profesionales, transportistas, de periodistas y movileros, de religiosos.
Esas manos tendidas del voluntario que, cual Teresa de Calcuta, socorren a los habitantes de la calle o a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida.
La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, como de tantas otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer un magnánimo repertorio de acciones, gestos, detalles y obras de fraternidad.
Todas estas manos cooperativas han desafiado el contagio y el miedo para darse” y dar una ayuda, un apoyo, un consuelo o una remediación, revelándonos así a tantos y cuantos benefactores que mantienen vivo el sentido de atención, solicitud y fraternidad hacia las personas más pobres, marginadas y desfavorecidas.
Esas manos cooperativas siempre se enriquecen con el agalma” de la sonrisa de quién no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que solo se alegra de vivir con solicitud y fraternidad.
Experto Coneau en cooperativismo