Afirmaba Nixon, en los comienzos de la década del 70: América Latina hoy en día no le importa a nadie”. Cincuenta años después, en materia de política exterior, América Latina, a diferencia de otras regiones del mundo, sigue sin representar intereses estratégicos para Estados Unidos.
Desde el fin de la segunda Guerra Mundial hasta el término de la Guerra Fría, la historia de América Latina estuvo determinada por sucesivas intervenciones políticas y militares, directas o indirectas, de los Estados Unidos. Tres eran los objetivos: batalla ideológica contra el comunismo (Guerra Fría, asuntos de seguridad nacional y hemisférica”); promoción del libre mercado; y, en menor medida (en especial en los países del América Central y el Caribe, y Brasil) el posicionamiento de empresas de capital estadounidense.
Henry Kissinger resumió la esencia de las relaciones interamericanas: Los imperios no tienen ningún interés en operar dentro de un sistema internacional; aspiran a ser ellos el sistema internacional. Los imperios no necesitan un equilibrio del poder. Así es como los EEUU han dirigido su política exterior en América”.
En la posguerra se incrementó la influencia política de EEUU en la región, por vía de los organismos intergubernamentales y multilaterales. Al marco global señalado por la ONU y sus subsidiarias (OMS, UNESCO; UIT; etc.), más el Banco Mundial, GATT, FMI y otros organismos en la década de 1940, se sumó la Organización de los Estados Americanos – OEA, desde 1948 como institución regional con autorización para imponer sanciones colectivas y dirimir disputas. El Banco Interamericano de Desarrollo – BID fue creado en 1959 (en el marco de la llamada Operación Panamericana”), para canalizar la ayuda estadounidense a Latinoamérica. Con el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Río, 1974) se formalizaron las relaciones de seguridad. Una red de instituciones militares interamericanas -escuelas, consejos de defensa, programas de entrenamiento- proporcionaron medios para asegurar la influencia norteamericana. A través de la ayuda exterior, bilateral o multilateral, se incrementó la asistencia técnica y económica. Un tejido institucional propio de la competencia bipolar con la Unión Soviética.
Caído el muro de Berlín, la relación entre EEUU y Latinoamérica se basó menos en la cuestión geopolítica, ideológica y de seguridad. Las agendas se hicieron específicas y locales. En esto ha sido clara la política de Trump: su prioridad fue unilateral por sobre lo multilateral, con excepción de lo hecho para aislar a Venezuela y Cuba, y en algunas ocasiones para contrarrestar el ascendente peso geopolítico de China. Las preocupaciones actuales en relación con América Latina se refieren a cuestiones básicas: comercio, energía y otros recursos, así como el manejo de problemas o riesgos compartidos: el combate contra el terrorismo, la lucha contra el tráfico de drogas y armas, el ambiente o el control migratorio.
¿Expectativas?
Con Biden, no se esperan mayores cambios en la región. Con México hay esperanzas de apertura, pero la cuestión de la migración los volverá a unir en el problema común: el barrio centroamericano. Será ubicado en migraciones Alejandro Mayorkas, un descendiente de latinos (cubano) pero hombre de la estructura profunda (fiscal federal, ex funcionario de seguridad). Tanto Bolsonaro (se lo considera afectado por la derrota de Trump, pero Washington y Brasilia tienen su agenda más allá de eventuales liderazgos) como López Obrador, dos negacionistas del cambio climático, pueden llegar a ver condicionadas las relaciones bilaterales. Los derechos humanos, el fortalecimiento de la democracia, la lucha contra el cambio climático, el Covid-19, la inmigración, el restablecimiento (en parte) del multilateralismo, y el papel global de China, serán centrales en la agenda internacional de Joe Biden, y también en la regional.
Quizás puedan descomprimirse algunas posiciones en lo comercial en negociaciones bilaterales (específicas por país), y se aguarda que mejore gradualmente la cooperación técnica y financiera multilateral, vía BID.
Respecto a Venezuela, hay expectativa en Caracas de disminuir tensiones, pero las señales de la futura Administración han sido inespecíficas. Si bien Biden no continuará la política de total enfrentamiento con Díaz-Canel y con Maduro, en lo que refiere a Venezuela seguirá apoyando al Grupo de Lima. Con Cuba habría ciertas medidas simbólicas, pero se requeriría mayor apertura desde La Habana. Respecto a la Argentina, sabemos que Biden habló con Fernández, pero la conversación fue lamentablemente otro round de confrontación entre diversas áreas de la Presidencia, que nos deja sin mayor precisión de rumbos futuros.
Las relaciones interamericanas seguirán siendo determinadas por los desafíos globales (los vaivenes multipolares), y por las presiones internas (Covid y recuperación económica). No parece que las relaciones vayan a cambiar demasiado: ni renovadas alianzas, ni profunda hostilidad, ni mayor visibilidad de nuestra región en el radar norteamericano. Sincerarnos es un buen comienzo para intentar algo diferente.