Radiografía de la precariedad: trabajo sin jefes, apps de reparto y educación

Un estudio del Observatorio Social y Cultural para el Desarrollo Sostenible de la UNC revela cómo repartidores y docentes que trabajan para plataformas digitales conviven con bajos ingresos, control algorítmico y ausencia de derechos laborales.

Radiografía de la precariedad: trabajo sin jefes, apps de reparto y educación

Trabajar sin jefes, pero bajo la mirada constante de algoritmos: así viven repartidores y docentes la precariedad que imponen las plataformas digitales.

La expansión de plataformas digitales de servicios, desde el reparto de mercaderías hasta la oferta educativa, abrió un nuevo frente de debate en el mercado laboral argentino.

Mientras prometen autonomía, flexibilidad y la idea seductora de “trabajar sin jefes”, una investigación reciente de la Universidad Nacional de Córdoba advierte que, detrás de esa narrativa, persisten formas profundas de precarización.

El estudio, realizado por el Observatorio Social y Cultural para el Desarrollo Sostenible y radicado en la Facultad de Filosofía y Humanidades, analizó las condiciones laborales de dos grupos: repartidores y profesionales que brindan servicios educativos en plataformas. Las encuestas se llevaron adelante en Córdoba, La Plata y Buenos Aires.

Repartidores: ingresos bajos y control permanente

Los datos más críticos surgen del universo de los riders, quienes se ubican como el sector más expuesto a la informalidad y los salarios insuficientes.

La facilidad de ingreso, solo se necesita un teléfono y un vehículo, explica parte de su masividad. Pero la alta rotación confirma su carácter transitorio: en Córdoba, el 24% no proyecta seguir en estas plataformas.

Y el supuesto manejo de horarios queda rápidamente desmentido. El 94% afirma trabajar fines de semana y feriados, y el 83% supera jornadas de 10 horas. Además, la lógica algorítmica castiga: el 35% sufrió bloqueos, descensos en el ranking o reducción de pedidos por calificaciones negativas o incumplimientos definidos por la propia app.

“Las plataformas ofrecen una intermediación mínima que agiliza la entrada al trabajo, pero también una gestión rígida y despersonalizada”, explica Patricia Sorribas, investigadora de la Facultad de Psicología y codirectora del proyecto.

Docentes: titulados, sobrecargados y vigilados

Entre los educadores que trabajan en plataformas, la realidad cambia, pero no necesariamente para mejor. El 46% de los encuestados en Córdoba tiene posgrado completo y utiliza esta modalidad como un complemento de ingresos, no como su actividad principal.

Aunque logran remuneraciones superiores a las del reparto, esto es producto del pluriempleo. El trabajo remoto, presente en el 71%, implica trasladar costos de electricidad, tecnología e insumos al propio docente. Además, la tarea está fragmentada en microactividades, altamente estandarizadas y sometidas a ritmos intensos. Para corregir proyectos, por ejemplo, disponen de apenas ocho minutos.

El control también es algorítmico: robots e inteligencia artificial monitorean tono, vocabulario y tiempos de interacción, generando alertas automáticas a supervisores. “La plataformización educativa está precarizando incluso ocupaciones tradicionalmente estables, como la docencia universitaria”, advierte Sorribas.

¿Qué valoran las personas que trabajan en plataformas?

Aun con condiciones adversas, muchos trabajadores reconocen un punto a favor: la posibilidad de sumar ingresos sin sacrificar del todo la vida familiar. A esto se suma una ecuación directa entre horas trabajadas y dinero percibido, algo poco frecuente en empleos tradicionales donde la extensión de la jornada no siempre se traduce en un pago adicional.

Sin embargo, la investigadora subraya los costos: desgaste del capital de trabajo (vehículo o computadora), falta de aportes jubilatorios y ausencia de protección ante accidentes o robos.

El gran vacío: estadísticas y leyes que no los contemplan

Uno de los principales problemas es que el Estado aún no reconoce a los trabajadores de plataformas como una categoría diferenciada. En estadísticas oficiales no aparecen como tales: figuran como autónomos o en relación de dependencia, sin reflejar la lógica híbrida del sector.

Sorribas propone una modificación simple: incorporar preguntas en la Encuesta Permanente de Hogares para identificar si el trabajo principal o secundario se realiza mediante una plataforma, y medir el nivel de control algorítmico.

En materia normativa, algo similar sucede. Estas ocupaciones no están contempladas en la legislación laboral, pese a que existen reclamos urgentes: cobertura por robo para repartidores, revisiones humanas de las sanciones algorítmicas, actualización de tarifas y reconocimiento de costos operativos en el caso de docentes.

Algunos países ya ensayaron respuestas. España creó una categoría intermedia entre autónomo y asalariado, aunque enfrenta dificultades.

Chile, por su parte, adaptó su legislación para que los trabajadores de plataformas puedan encuadrarse como dependientes o independientes según corresponda. “Es posible introducir mejoras sin forzar una relación laboral tradicional”, asegura Sorribas, quien sostiene que muchos trabajadores no piden convertirse en empleados de las plataformas, pero sí contar con un seguro, ART y la posibilidad de participar en el control del algoritmo.

Mientras tanto, concluye el estudio, el modelo que prometía libertad terminó configurando un nuevo tipo de dependencia: una subordinación invisible, gestionada por líneas de código.

Gremios estatales de Córdoba rechazan aumentos en los aportes

Salir de la versión móvil