Patricia Bullrich vino a Córdoba, una vez más. En esta ocasión, lo hizo como la candidata a la Presidencia de la Nación, por Juntos por el Cambio (JxC). Desde ya, esta visita (y las que vendrán) son parte de su campaña electoral de cara a la primera vuelta del venidero 22 de octubre. Es lógico que así sea, considerando la importancia que, históricamente, ha tenido nuestra provincia para su espacio político. Recordemos que Mauricio Macri obtuvo más del 70% de los votos cordobeses en el ballottage de 2015, y más del 60% en la primera vuelta de 2019.
Hace muy bien Bullrich en venir una y otra vez a Córdoba, porque, junto con la Ciudad Autónoma de Buenos Aires esta es (o ha sido) la cuna de Cambiemos.
Claramente tiene que remontar el muy mal resultado que ella obtuvo como precandidata en las Paso del 13 de agosto: apenas un 19%. Es cierto que, en esas Paso, le ganó la interna de JxC a Horacio Rodríguez Larreta; aunque también es cierto que el desempeño del jefe de Gobierno porteño fue paupérrimo, con un minúsculo 6%, a pesar del apoyo explícito de Rodrigo de Loredo y de la UCR local.
Sumados, los votos de Bullrich y Rodríguez Larreta llegaron a un escuálido 25%. Para dimensionar la malísima performance que tuvieron, consideremos que, en 2021, Luis Juez y Rodrigo de Loredo -como candidatos a senador y a diputado nacional, respectivamente- habían superado el 54%.
En ese marco, el primer propósito del paso de Bullrich por Córdoba fue comprar el plan económico de la Fundación Mediterránea. En rigor, el plan que ésta le había comprado a Carlos Melconian. Una jugada política destinada a suplir su notoria incapacidad al abordar las propuestas económicas.
Así, una vez más, la Mediterránea logró el objetivo de colocar un plan económico en función de los intereses sectoriales de sus integrantes de hoy y de siempre. Como lo hizo con Domingo Cavallo en los 90, ahora lo hizo a través de uno de sus discípulos, 30 años después, como si nada hubiera pasado.
Desde entonces, Melconian, haciendo gala de un neomenemismo tan explícito como descontextualizado, se ha convertido en la estrella mediática de JxC. Su estilo desfachatado lo ayuda en la afanosa tarea de completar frases a medias y suplir inconsistencias argumentales de su candidata.
Un exabrupto antidemocrático
Además de adquirir “llave en mano” el plan económico de Melconian con el membrete de la Mediterránea, Bullrich vino a Córdoba a cazar los votos de Juan Schiaretti.
Nada para reprocharle: de eso se trata una campaña, de conseguir votos que no tienen dueño hasta el día de la votación.
Algo semejante hizo Sergio Massa, el ministro de economía del gobierno de Alberto Fernández, ahora candidato de Unión por la Patria (UxP), también trató de ganarse algunos votos del peronismo cordobés, a sabiendas de la importancia que tienen para pasar a un hipotético ballottage.
Con ese fin, el candidato oficialista habló bien de la gestión de Juan Schiaretti y, también, del intendente de la capital y gobernador electo, Martín Llaryora. Más allá de su indisimulable interés electoral, planteó un gobierno de unidad nacional para después del 10 de diciembre.
Pero Bullrich cruzó todos los límites de la ética política. Nadie, ni siquiera Massa, se había atrevido a decir lo que ella dijo. Públicamente, sin vergüenza, le pidió al gobernador de Córdoba que renuncie a su candidatura presidencial. Dicho con la tosquedad de su autora, le pidió “que se baje”.
Disculpas por la perogrullada, pero vale la pena subrayarlo frente a tan antidemocrático exabrupto: Juan Schiaretti tiene el derecho y la obligación de participar de las elecciones, al igual que ella y los otros tres candidatos presidenciales que surgieron de la voluntad popular expresada en las Paso.
A la falta de respeto hacia las instituciones representativas se suma la gigantesca falta de visión política y electoral que evidencia esta jugada desesperada: ella, y su equipo de campaña, deberían saber que los votos perdidos en Córdoba se fueron a La Libertad Avanza (LLA), de Javier Milei, no a Schiaretti.
La señora Bullrich debe entender que, en una democracia, no hay votos inútiles, porque todos y cada uno expresan la voluntad de la ciudadanía. Lo que sí hay son gobernantes inútiles, los que integran gobiernos que no sirven y que, por eso, no pueden concluir sus mandatos o no pueden continuarlos. Ella debería saberlo mejor que nadie, porque fue protagonista del gobierno de Fernando de la Rúa, que huyó con el país en llamas en 2001, y del gobierno de Mauricio Macri, que perdió la reelección por primera y única vez en la historia de la democracia argentina.
Qué bueno sería que, en lugar de pedir que los otros candidatos “se bajen”, pidiera disculpas.