La sociedad argentina enfrenta el segundo ballottage en la historia de nuestra democracia. Este mecanismo está vigente desde la reforma de Constitución Nacional (CN) de 1994, y fue el resultado del llamado Pacto de Olivos, entre el entonces presidente Carlos Menem y el ex presidente Raúl Alfonsín.
No obstante, no necesitamos usarlo antes de las elecciones presidenciales de 2015. En efecto, en las de 1995 Menem fue reelegido en primera vuelta, con el 49,94% de los sufragios. También fue elegido en primera vuelta el radical Fernando de la Rúa, en 1999, con el 47,83% de los votos nacionales.
Tras la brutal crisis de 2001, en las elecciones presidenciales de 2003 ninguno de los candidatos pudo imponerse en primera vuelta. El ex presidente Menem fue el más votado, seguido por Néstor Carlos Kirchner, en esos días aquel poco reconocido gobernador de la provincia de Santa Cruz.
Frente a la posibilidad de una derrota contundente en el ballottage, Menen renunció o, como se dice en la jerga de la política, “se bajó”. Así, Kirchner llegó a la Casa Rosada, sin haber ganado ni en la primera vuelta ni el ballottage, con un escuálido 22,25% de los votos.
Luego, Cristina Fernández fue electa en 2007; y reelecta 2011, en primera vuelta, con el 45,29% y el 54,11% de los votos, respectivamente. Recién en las presidenciales de 2015 debimos apelar al mecanismo creado por la reforma constitucional del 94.
Aquel año, el candidato oficialista, Daniel Scioli, fue el más votado en las Paso y, también, en la primera vuelta. Sin embargo, no alcanzó la cantidad de votos necesarios para consagrase presidente en esa instancia. Por lo tanto debió enfrentar al segundo, Mauricio Macri.
El líder del Pro y cofundador de Cambiemos se impuso en el ballottage, con un 51,34%. La diferencia fue escasa, aunque suficiente para convertirse en el primer presidente no oriundo del Radicalismo ni del Justicialismo, todo un mérito para él y su fuerza política.
Cuatro años después, Macri perdió su reelección, con Alberto Fernández, el candidato de la ex presidenta Cristina Kirchner en las Paso y, a pesar de una remontada electoral de Macri, también en primera vuelta: Fernández obtuvo un 48,24% y lo sacó de la Casa Rosada.
Los líderes nunca son neutrales
Frente al escenario del ballottage del próximo 19 de noviembre, el electorado argentino debe optar.
Ya no hay cinco fórmulas presidenciales como en la primera vuelta. Patricia Bullrich, Juan Schiaretti y Myriam Bregman quedaron afuera de la disputa.
Bullrich ha tenido la valentía política de apoyar a uno de los candidatos. Instada (o, según informes de prensa, quizás instigada) por Macri, ha dado su apoyo “incondicional” al candidato que la insultó pública y reiteradamente, traspasando cualquier límite ético y político. Podrá congelarse o quemarse, pero nadie podrá decirle “tibia”.
Ni Schiaretti ni Bregman han tomado posiciones explícitas y contundentes a favor o en contra de alguno de los candidatos. Se han declarado “neutrales”, como la UCR.
Tras el argumento de “los votos no son nuestros” -cosa obvia y que todos sabemos- buscan disimular una tibieza impropia de cualquier liderazgo.
Ahora hay dos y sólo dos fórmulas presidenciales. De un lado, la que lidera Sergio Massa por Unión por la Patria; del otro, la que encabeza Javier Milei por La Libertad Avanza.
¿La “neutralidad” significa que les da lo mismo o que van a tirar la piedra y esconder la mano?
Cada una de las fórmulas retendrá más del 95% de sus votantes en primera vuelta. La cuestión, como en todo ballottage, es el voto de quienes eligieron a otros candidatos. ¿Acaso esos votantes no tienen derecho a saber qué piensan, realmente, a quienes votaron el 22 de octubre?
Esos electores tienen tres opciones. Las dos primeras son más que obvias: una es la de los “embroncados” que no quieren a Massa presidente, y, por eso, van a votar a Milei. La segunda es la de los “asustados” que no quieren a Milei presidente, y, por eso, van a votar a Massa.
En contra de lo que muchos sostienen, hay una tercera opción. Tan democrática, representativa y republicana como las otras dos: el voto en blanco. Una opción ciudadana mucho más comprometida que la supuesta prescindencia en la que se esconden algunos dirigentes.
Si bien no se computa a la hora del escrutinio, el voto en blanco es una expresión política de aquellos ciudadanos que no quieren votar a favor de Massa ni de Milei, y que tampoco les alcanza la bronca o el susto para votar en contra de uno u otro.
El voto es blanco es una opción. Una de las tres, y no hay más que esas.