Para Japón, en particular, y para gran parte del mundo lo sucedido fue un hecho equiparable a lo que significó para occidente el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, en Dallas, en 1963. El pasado viernes, el mundo nuevamente fue sacudido por una noticia schokeante: el ex primer ministro de Japón, Shinzo Abe, era asesinado durante un acto político, tres días antes de las elecciones legislativas en ese país. Abe, de 68 años, fue la figura política más importante del Japón durante el siglo XXI, siendo primer ministro entre septiembre de 2012 y diciembre de 2020. Durante el mismo periodo fue presidente de la formación política de derecha, denominado Partido Liberal Democrático. Previamente, entre 2006 y 2007, ya había sido primer ministro nipón, siendo quien mayor cantidad de años ocupó ese cargo en toda la historia del país. El magnicida, Yamagami Tetsuya, un ex militar que cometió el crimen utilizando una rudimentaria arma casera, que le asestó dos disparos en el cuello y uno en el pecho a Abe, fue rápidamente apresado por la custodia del ex premier.
La familia de Abe no era ajena a la política, sino que se encontraba íntimamente ligada a la historia japonesa. Su padre fue ministro de Relaciones Exteriores durante la era de la posguerra, mientras que su abuelo materno, Nobusuke Kishi, integró el gabinete de guerra del almirante Tojo, durante la segunda Guerra Mundial. Incluso participó de la decisión de bombardear Pearl Harbor, y fue detenido acusado de cometer crímenes de guerra. Sin embargo, logró no ser condenado por el Tribunal Militar de Tokio gracias a un acuerdo político con los Estados Unidos, que necesitaba tener aliados contra la entonces naciente China comunista. Kishi también llegó a ser dos veces primer ministro.
Abe era un nacionalista que pretendía reformar la Constitución para rearmar al país, aduciendo amenazas externas de los chinos y los coreanos del norte, algo curioso, siendo que, históricamente, fue Japón quien llevó adelante políticas imperialistas, agrediendo a sus vecinos. Pero Abe no era un fascista ni un ultranacionalista a la japonesa; se trataba, más bien, de un dirigente de derecha neoliberal, con tendencias nacionalistas, que, eso sí, no veía con tan malos ojos el pasado japonés.
No estaba “peleado” con su herencia política familiar, todo lo contrario: nunca dejó de reivindicar el accionar de Kishi ni de su padre.
Al mismo tiempo, visitó en numerosas ocasiones el santuario Yasukuni; allí se encuentra el llamado Libro de las Ánimas, que contiene un listado de los nombres de los 2.466.532 soldados japoneses y coloniales (27.863 coreanos y 21.181 taiwaneses) caídos en distintos conflictos bélicos; entre ellos se encuentran por lo menos catorce criminales de guerra de primera linea condenados por el Tribunal Militar Internacional para el Lejano Oriente. Esto generó oposición de parte de China y de Corea del Sur, que lo consideran una provocación, ya que el santuario enaltece a militares que cometieron delitos de lesa humanidad, y está considerado como un símbolo del militarismo japonés y del Japón protofascista de las décadas del 30 y el 40.
A su vez, Abe siempre evitó condenar la práctica de las denominadas “mujeres de bienestar”, un eufemismo para hablar de prostitución forzada durante la segunda Guerra Mundial. En el santuario se lee: “Las mujeres de bienestar no fueron obligadas por el Imperio Japonés a prestar servicios. Los coreanos no fueron obligados a cambiar sus nombres por nombres japoneses». Entre las 14 personas condenadas, se encuentra el mismo Hideki Tojo, para quien el abuelo de Abe sirvió durante la guerra.
En Japón, la conmoción es aún mayor, ya que morir por un disparo de arma de fuego en ese país es una excepcionalidad absoluta. Por poner un ejemplo, en 2018 hubo solo 9 asesinatos de ese tipo, contra los casi 40.000 anuales que tiene los Estados Unidos. Se cree que el asesino era una persona que actuó sola, sin ser parte de ninguna conspiración, y que su móvil no era necesariamente político. Sin embargo, esto no está del todo claro aún.
La sociedad japonesa no es, precisamente, una sociedad pacifista. Sin embargo, tienen una fuerte autorepresión de esa violencia, sumado a un gran sentido de culpa, producido luego de la segunda Guerra Mundial y la derrota frente a los Estados Unidos. La ultima vez que asesinaron a un primer ministro en Japón fue en 1932 (aunque, en 1960, un joven de 17 años de ideología nacionalista radical atentó con un cuchillo contra el candidato del Partido Socialista Inejiro Asanuma, provocándole la muerte).
La violencia política, entonces, tampoco es ajena a la historia relativamente reciente del país. Mucho menos, por supuesto, a los acontecimientos sucedidos durante la primera mitad del siglo XX. El lamentable asesinato de Abe puede inscribirse dentro de esta tradición de violencia política. Aunque en este mundo de hoy, cada vez más violento y más impredecible, ningún país puede considerarse una excepción.