Los acontecimientos sucedidos en Brasil, apenas a siete días de la asunción de Lula da Silva como presidente del país conmocionaron no sólo puertas adentro, sino también al resto de América Latina y del mundo.
La comunidad internacional tiene todas sus miradas puestas en Brasil, atentas a asegurar la continuidad democrática y evitar cualquier tipo de ruptura institucional provocada por la oposición radicalizada de extrema derecha. Al mismo tiempo, preocupa que este tipo de movimientos contrarios a la democracia adquieran mayor fuerza en el país y en el resto de la región. En medio de las tensiones, Bolsonaro fue internado y rápidamente dado de alta en una clínica de Orlando, debido a un fuerte dolor abdominal, consecuencia del apuñalamiento sufrido durante la campaña de 2018. Hacía dos meses que existían campamentos de bolsonaristas, que, a su vez, se estaban organizando mediante grupos de WhatsApp, foros, y Facebook, por lo que es difícil creer que la inteligencia brasileña no haya sabido lo que podría llegar a pasar en el corto o mediano plazo.
En una primera instancia, la respuesta inmediata del gobierno federal fue intervenir a la policía del Estado de Brasilia hasta finales de mes, al mismo tiempo que la Corte Suprema decidió suspender en el ejercicio de sus funciones al gobernador, Ibaineis Rocha, durante 90 días, mientras se investiga lo sucedido. Se hará cargo, temporalmente, del Poder Ejecutivo provincial la vicegobernadora Celina Leão. Es una dirigente del conservadurismo extremo, ligada al núcleo duro del bolsonarismo. Si bien Rocha había pedido disculpas mediante un video en Twitter a Lula y a los integrantes del resto de los poderes, el Presidente sigue convencido (y pruebas no le faltan) de que Rocha alentó, o, al menos, consintió los disturbios del domingo. Que los sucesos se hayan desarrollado en la capital no es menor, ya que la construcción de Brasilia tenía como objetivo evitar manifestaciones o revueltas contra los poderes institucionales de la República.
No parece ser ninguna casualidad que el intento de insurrección de los militantes bolsonaristas en Brasil haya sucedido dos días después del segundo aniversario del asalto al Capitolio estadounidense, el 6 de enero de 2021. Más allá de que en Brasilia no se produjeron muertes ni enfrentamientos de gravedad, como sí había pasado en Washington, el ataque contra la democracia brasileña podría ser considerado aún más grave, por una serie de motivos: por un lado, el ataque no sólo fue contra el Parlamento sino también contra el Palacio del Planalto y el Palacio de Justicia. Por otra parte, mientras que en las inmediaciones del Capitolio estadounidense los manifestantes se enfrentaron con las fuerzas de seguridad, e incluso hubo policías asesinados, en esta ocasión existió una clara connivencia entre la policía y los manifestantes bolsonaristas. Por lo pronto, más allá de una tibia condena en redes sociales (donde el ex presidente realizó una desacertada comparación con protestas legitimas y democráticas sucedidas contra medidas de su gobierno) Bolsonaro sigue sin dar demasiadas declaraciones y sin reconocer explícitamente la victoria de Lula da Silva.
Cada vez más voces dentro del Partido Demócrata y del gobierno que encabeza Joe Biden están solicitando la extradición del ex mandatario brasileño. No está claro aún qué podría llegar a pasar al respecto, pero tanto la Justicia como el gobierno del Brasil parecen decididos a llevarlo ante los tribunales por supuestos delitos, que van desde la corrupción hasta crímenes de lesa humanidad. La diputada brasileña Erika Hilton fue la primera en exigir la extradición de Bolsonaro al país, entregándole al ministro de Relaciones Exteriores, Mauro Vieira, un pedido formal al respecto. Los fundamentos del mismo son, justamente, los sucesos del pasado domingo. Al mismo tiempo, la legisladora demócrata estadounidense, Alexandra Ocasio-Cortéz, pidió que el ex presidente de Brasil sea expulsado de los Estados Unidos debido al intento de levantamiento y en apoyo al gobierno de Lula. Otras figuras de la política estadounidense, como Mark Takano, Ilhan Omar o Joaquin Castro se sumaron a los pedidos de expulsión, comparando el violento ataque a las instituciones brasileñas con el asalto al Capitolio.
Lula salió del intento de levantamiento contra su gobierno más fortalecido aún, con toda la clase política brasileña, latinoamericana, y global realmente democrática apoyándolo frente a la violencia creciente del bolsonarismo. Pocas veces en la historia reciente se pudo observar un respeto tan contundente y claro de la comunidad internacional hacia un líder latinoamericano como el que inspira Lula da Silva. Es verdad que el tres veces Presidente se ve beneficiado en gran medida por el efecto contraste con su antecesor, pero también se trata del hombre que puso a Brasil en los primeros planos de la política internacional, potenciando, al mismo tiempo, al resto de América Latina.
Ayudado, paradójicamente, por la oposición extremista, radicalizada y anti democrática, Lula está haciendo esto de nuevo. En su tercer, y, quizás, mas importante gobierno de todos, sabe que le esperan meses y años complejos. El resultado de esta etapa, en gran parte, cimentará su legado frente a la historia. Su liderazgo se encuentra más fuerte que nunca, tanto hacia adentro como hacia afuera del Brasil.