El escándalo que golpea a Trump

Trump intenta desviar la atención: huracanes, inmigración, inflación. Pero cada vez que intenta pasar de tema, el nombre de Epstein vuelve.

El escándalo que golpea a Trump

Un escándalo inesperado vuelve a sacudir los cimientos de la política estadounidense, y esta vez la onda expansiva golpea directamente en el corazón del trumpismo. El caso Jeffrey Epstein —una oscura trama de abuso sexual, tráfico de menores y complicidades del poder— resurge con fuerza, pero no por nuevas revelaciones, sino por la decisión del Departamento de Justicia de cerrar el expediente sin difundir la tan mentada “lista de clientes”. En la superficie, podría parecer apenas una decisión administrativa. En el subsuelo de la política norteamericana, sin embargo, opera como dinamita.

Jeffrey Epstein, millonario financista con conexiones en las más altas esferas del poder global, fue arrestado en 2019 acusado de liderar una red internacional de abuso sexual de menores. Su repentina muerte en una cárcel federal de Nueva York, oficialmente calificada como suicidio, dejó una estela de sospechas: cámaras apagadas, rondas no realizadas, lesiones compatibles con homicidio según una autopsia independiente. A todo esto se suma la supuesta existencia de una lista de figuras influyentes —empresarios, políticos, celebridades— que habrían sido parte o cómplices del entramado.

Desde entonces, el caso Epstein se convirtió en una especie de piedra fundacional para el universo conspirativo de la extrema derecha estadounidense. Para sectores como QAnon o los seguidores más fervientes de Donald Trump, Epstein es el símbolo por excelencia de la corrupción del «deep state», esa entelequia que conjuga burocracia, inteligencia y elites financieras en una supuesta conspiración global.

Trump, que supo cabalgar esa narrativa con maestría en su camino a la presidencia, hoy enfrenta una paradoja peligrosa: su propio electorado comienza a dudar. La razón: la promesa incumplida de “revelar toda la verdad” sobre Epstein. La gota que colmó el vaso fue la declaración del Departamento de Justicia —bajo su órbita— negando la existencia de la famosa lista y sellando los archivos restantes. La respuesta fue inmediata y furiosa. Pam Bondi, ex fiscal general de Florida y actual aliada de Trump, había asegurado que dicha lista estaba “en su escritorio”. Más tarde se desdijo, argumentando que hablaba del expediente completo y no de un documento específico. La explicación no alcanzó: para la militancia conservadora, fue la confirmación de un encubrimiento.

Lo que hasta ayer era una narrativa unificada, hoy empieza a fragmentarse. En redes sociales, conferencias y medios alternativos, proliferan los cuestionamientos a Bondi… y también a Trump. La periodista Megyn Kelly lo acusó de estar “desconectado”. Influencers como Laura Loomer y Glenn Beck denunciaron la “traición al movimiento”. Incluso Elon Musk, su principal donante, se sumó a las críticas.

Trump respondió como acostumbra: con un posteo en mayúsculas en Truth Social defendiendo a Bondi y acusando a sus críticos de “perder el tiempo con ese creep”. Pero la herida ya está abierta. En eventos como la Student Action Summit, organizada por el grupo ultraconservador Turning Point USA, los cuestionamientos fueron directos. “Vos nos prometiste exponerlos”, le gritó una joven de 24 años al micrófono.

Lo que está en juego no es solo la imagen de Trump. Es el contrato simbólico entre el líder y su base. El trumpismo vive de una promesa: revelar lo oculto, derrotar a las elites corruptas, restaurar una supuesta pureza moral del país. El caso Epstein es el emblema de ese relato. Por eso su cierre abrupto, sin responsables ni respuestas, es vivido como una traición.

Steve Bannon, uno de los ideólogos del movimiento, pidió que se nombre un fiscal especial para investigar a fondo. Kash Patel y Dan Bongino, figuras clave en el aparato de seguridad nacional trumpista, manifestaron su desacuerdo. La tensión ya no es marginal: es central.

Hay un antecedente que sirve como advertencia. Cuando el gobierno de Trump impulsó las vacunas contra el COVID-19, parte de su base lo acusó de “ceder al plan globalista”. Esa fractura, aunque menor, mostró que el culto a la personalidad tiene límites cuando se tocan ciertos símbolos. Epstein es uno de ellos.

La pregunta es si esta grieta puede quebrar al trumpismo. Todavía no. Pero el episodio deja una señal de alarma. Por primera vez en años, la base no acata automáticamente cada movimiento del líder. Hay murmullos de disidencia. Y en el mundo MAGA, la traición no se olvida ni se perdona.

Trump intenta desviar la atención: huracanes, inmigración, inflación. Pero cada vez que intenta pasar de tema, el nombre de Epstein vuelve. Porque no se trata solo de un escándalo sexual. Se trata del alma del movimiento que él mismo creó. Y porque en política, como en los relatos fundacionales, los símbolos pesan más que los hechos.

Al final del día, la cuestión no es si existió una lista. Es si Trump podrá seguir liderando un movimiento que lo mira con desconfianza. Porque el monstruo de Epstein no murió con él. Sigue allí, latente, recordándole al ex presidente que el precio de alimentar fantasmas es que, tarde o temprano, vienen a cobrar su deuda.

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