El próximo domingo, 23 de julio, se llevarán adelante elecciones para elegir nuevo gobierno en España; estaban programadas para final de año, pero el presidente del gobierno, el socialista Pedro Sánchez, decidió adelantarlas tras las elecciones regionales del 28 de mayo pasado, donde su Partido Socialista Obrero Español (PSOE) fue derrotado en los distritos más importantes, a manos del Partido Popular (PP).
En aquel momento la debacle del oficialismo se produjo en los gobiernos de la Comunidad Valenciana, La Rioja, Extremadura, Aragón, Canarias, Baleares, y Cantabria. Lograron sostener, apenas, Castilla-La Mancha, Asturias y Navarra. Incluso la izquierda perdió bastiones históricos, como las ciudades de Valencia, Sevilla, Valladolid, Palma de Mallorca o Gijón, todos ahora en manos del PP; y, en algunos casos, en alianza con la formación política de extrema derecha, Vox.
Esto es, justamente, lo que preocupa en gran parte al sector progresista español, en particular, y europeo en general. Todo parece indicar que la gran incógnita de las elecciones del domingo es cuántos votos logrará sacar Vox, y, por lo tanto, qué tan importante y cuánto peso tendrá en la formación del futuro gobierno de derecha.
El candidato a presidente del país será, por parte del oficialismo, el actual president, Pedro Sánchez, quien se responsabilizó de la derrota en las regionales de mayo. No irá unido a Podemos, el partido de izquierda que lo acompaño en su llegada a la presidencia, pero que se fue disgregando con el correr de los meses. Ahora, el ex partido de Pablo Iglesias integra la coalición Sumar, que lleva de candidata a Yolanda Díaz, quien, a su vez, es integrante del gobierno del PSOE como ministra de Trabajo y Economía Social desde enero de 2020, y vicepresidenta segunda del Gobierno de España desde julio de 2021.
La esperanza de la izquierda es que las candidaturas de Sánchez y Díaz logren sumar, entre ambas, lo suficiente para lograr formar gobierno. Sin embargo, esta empresa parece particularmente dificil, teniendo en cuenta que, de acuerdo con los sondeos, el candidato a presidente del PP, Alberto Núñez Feijó, tiene grandes posibilidades de ganar. Más aún si se le agrega el apoyo de Vox, cuyo candidato, Santiago Abascal, se muestra con posturas extremistas y hasta violentas, particularmente con el progresismo y con el movimiento de mujeres.
En un programa de televisión Díaz aseguró que el feminismo “da más libertad a los hombres y a las mujeres frente a la guerra de los sexos del matón de Abascal”, en línea con las declaraciones de Sánchez respecto de que hombres como Abascal se sienten “incómodos” con la irrupción del feminismo. Vox tiene raíces en la tradición de la ultraderecha española y filofascista, que se remonta a los tiempos de la Falange. Jorge Buxade, eurodiputado por Vox desde 2019 y vicepresidente de Acción Política del partido en 2020, y Francisco Ortega Smith, ex secretario general de Vox hasta 2022, provienen del ámbito de la Falange, a diferencia de Abascal, quien parece carecer de un corpus ideológico coherente, y se basa más bien en provocaciones y en discursos de odio contra las minorías.
En lo que sí están todos de acuerdo dentro de la ultraderecha es en evitar cualquier tipo de intento autonomista por parte de las regiones. Pero muchos elementos de las propuestas de Vox coinciden con el ideario de la Falange y sus principios fundamentales. Cuando Vox afirma que “todo separatismo debe ser contenido”, en referencia a catalanes y vascos, expresa una idea propia del falangismo que, en sus 27 puntos fundacionales, se oponía a “las disgregaciones” y reivindicaba “la unidad de destino de España”.
El componente falangista, por lo tanto, se refiere principalmente a la idea de España como una unidad territorial y al rechazo de las demandas de autonomía de vascos o catalanes. Sin embargo, en materia económica, Vox no adopta el ideario económico falangista, ya que se inclina hacia el ultraliberalismo, en línea con el PP. Aunque José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, no se consideraba a sí mismo fascista, su visión económica de una comunidad organizada y el nacional sindicalismo estaban más cerca del fascismo de Benito Mussolini que del liberalismo de Adam Smith.
En Vox, el sector económico predominante está representado por Rocío Monasterio, con una tendencia ultraliberal. Sin embargo, Ortega Smith y Buxade abrazan abiertamente el ideario de José Antonio, en consonancia con unos supuestos y muy abstractos “valores católicos” que comparten con el partido. El discurso de Vox, en ese sentido, tiene mucho que ver con cierto neofranquismo, nunca desinstalado del todo del imaginario político colectivo español.
Todo apunta a que Vox será un actor importante en la formación de un nuevo gobierno de derecha, sólo queda ver qué tan “a la derecha” se encontrará.
El auge de movimientos extremistas no es algo único en España, y los oficialismos progresistas no parecen poder hacerles frente. Todo parece indicar que, al igual que sucedió en Italia cuando Giorgia Meloni se hizo con el gobierno, el oficialismo español pasará a manos de dirigentes políticos que hasta hace apenas algunos años ocupaban un espectro marginal. Pero que, por aciertos propios y errores graves ajenos, ahora pasaron a la centralidad de la escena.
El triunfo de la ultraderecha italiana contribuyó a que los españoles y otros europeos “normalizaran” a estas opciones políticas como un “partido de gobierno” y no como “antisistema”. Por ese motivo, Vox se mira mucho en el espejo italiano, por ahora, como socio minoritario, todo parece indicar que a partir del domingo, empezará su desembarco en la Moncloa.