Como si en Chile resultara electo a través de las urnas un hijo de Augusto Pinochet, en España de Francisco Franco, o en Haití un heredero de la familia Duvalier. Eso fue lo que sucedió el pasado domingo en Filipinas: Bongbong Marcos, el hijo de Ferdinand Marcos se convirtió en el próximo sucesor de Rodrigo Duterte, tras sacar más de 30 millones de votos.
Sus padres, Ferdinand e Imelda Marcos, gobernaron con mano de hierro el país asiático entre 1965 y 1986, cuando un golpe militar le puso fin a su reinado. Si bien Marcos fue, en un principio, también electo mediante los sistemas institucionales, decretó la Ley Marcial en 1969. Tanto su nombre como el de su esposa se convirtieron en sinónimos de corrupción, opulencia y poder. Tras el golpe de Estado que lo derrocó, se exiliaron en Hawái, donde Marcos (padre) murió, sin siquiera imaginar que poco más de treinta años después, su hijo homónimo ocuparía el mismo cargo que se vio obligado a dejar.
Cuando Marcos se fue al exilio no lo hizo con las manos vacías: logró llevarse buena parte del tesoro nacional, incluidas valijas repletas de oro y diamantes. Los actos de corrupción de los Marcos fueron tan notorios que, tras su salida del poder, se implementaron medidas como la llamada Comisión Presidencial para el Buen Gobierno, cuyo objetivo es recuperar los bienes robados por el ex presidente. Una tercera parte de estos sigue en paradero desconocido. En 1986 comenzaron trámites para repatriar parte del dinero escondido en distintas cuentas en Suiza. Finalmente, luego de casi 20 años de trámites judiciales, se le restituyó al gobierno filipino 658 millones de dólares, los cuales sirvieron para financiar una reforma agraria y compensar a víctimas y familiares de perseguidos políticos durante la dictadura de los Marcos. Se estima que durante su gobierno fueron asesinados, apresados ilegalmente o torturados, aproximadamente 100.000 filipinos de distintas tendencias políticas.
No menos polémico han sido los años de gobierno de Rodrigo Duterte. Apodado “el castigador”, el ex alcalde de Davao es conocido mundialmente por sus políticas de “combate” al narcotráfico y a la delincuencia, a través de métodos que violan abiertamente los Derechos Humanos básicos o cualquier atisbo de debido proceso. Duterte ha declarado abiertamente que su trabajo es “asustar a la gente, intimidar a la gente, matar a la gente”, y no ha negado la existencia de los llamados “escuadrones de la muerte” que actúan libremente por las calles del país.
A pesar, o quizás, gracias a esta situación, Duterte goza de una gran popularidad entre los filipinos, quienes lo ven como un líder capaz de brindar seguridad y estabilidad en un país extremadamente complejo de gobernar. Aprovechándose de esto, apoyó a Marcos Jr., imponiendo a su hija Sara Duterte como compañera de fórmula. Es decir, el todavía presidente continuará íntimamente ligado al poder filipino durante, por lo menos, otro mandato presidencial más.
Bongbong Marcos es todavía conocido con el apodo de su infancia, a pesar de que ya cuenta con 64 años y fue gobernador. Partió al exilio con su padre, pero regresó junto a su madre en 1989. Imelda, quien llegó a ser gobernadora de Manila y embajadora plenipotenciaria entre 1975 y 1986, intentó, infructuosamente, dos veces regresar al poder. Todavía vive, y con 92 años, logró ver a su familia volver a la centralidad de la política filipina. Aunque esta vez, deberá “compartir” el poder con la de Duterte, quien seguirá siendo el hombre fuerte filipino. El presidente saliente es visto como un “hombre del pueblo”, que no tiene miedo de decir y hacer lo que otros no se animan, aunque esto sea diametralmente opuesto a un respeto básico de las leyes o los Derechos Humanos fundamentales. En este contexto, Marcos Jr. seguramente seguirá el estilo de gobierno y las medidas de su antecesor, pero deberá afrontar el desafío de superar o incluso igualar su popularidad entre los filipinos.
Marcos Jr., paradójicamente, logró aprovecharse de la probada corrupción de su familia para su campaña presidencial. A través de redes sociales, su equipo difundió noticias falsas donde se aseguraba que, si era electo presidente, repartiría un gran tesoro de lingotes de oro entre sus votantes. Esto, sumado a un discurso idealizado de exaltación del nivel de vida de los filipinos durante los tiempos del gobierno de su padre. En este sentido, la campaña de Marcos Jr. no fue muy diferente a la de otros líderes de extrema derecha global, como Donald Trump o Jair Bolsonaro. Algunas claves de su triunfo pueden encontrarse en los ejércitos de “trolls” que inundaron las redes sociales, en las constantes “fake news”, y en apelar constantemente a un supuesto pasado glorioso, donde todo era mejor.
En estos tiempos de desinformación, de profundo malestar y descontento con el presente, una campaña de este calibre tiene grandes posibilidades de resultar exitosa. Los hechos parecen ya no importar realmente en los tiempos de la posverdad.