Durante los últimos días, Irak atraviesa una situación extremadamente violenta y particular. El país lleva más de nueve meses sin gobierno, y las protestas multitudinarias que se desataron esta semana ya dejaron decenas de muertos y centenares de heridos, todos simpatizantes de Muqtada al-Sadr. En octubre del año pasado se celebraron elecciones parlamentarias pero el partido que más votos obtuvo apenas arañó el 10%. El influyente clérigo al-Sadr pidió que su partido encabece el gobierno, pero no lo logró. Entonces, instó a sus 73 parlamentarios a renunciar. Al-Sadr es una figura clave de la política iraquí, lidera una amplia coalición que incluye desde el Partido Comunista a liberales, progresistas, reformistas y conservadores religiosos. A pesar de ser, quizás, el dirigente más importante del país, el clérigo no fue candidato ni en los comicios de 2018 ni en los de 2021. A partir de los hechos ocurridos durante las revueltas, al-Sadr comenzó una huelga de hambre hasta que pare la violencia y afirmó que se “retira de la política”. El lunes pasado, sus seguidores tomaron el Palacio de la República donde se reúne el consejo de ministros, en lo que se conoce como la Zona Verde de Bagdad. Desde entonces, no han cesado las protestas ni, por supuesto, la represión.
Mucho tiempo ha pasado desde comienzos de los años 2000 y los tiempos de la “guerra contra el terrorismo” iniciada por el gobierno de George W. Bush tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. Sin embargo, poco y nada ha cambiado en la región de Medio Oriente, ahora, actualmente abandonada a su suerte tras cierta pérdida de interés de las grandes potencias en la zona. Los focos de la comunidad internacional sobre Irak parecen haberse desvanecido después de los años de la guerra. De la misma manera que sucedió en países como Afganistán o Libia, no hay grandes declaraciones sobre los derechos humanos o la situación política y social posteriores a las invasiones. Al igual que esos países, Irak lucha por no terminar de convertirse en un Estado fallido que no puede proveer los servicios básicos a sus ciudadanos. El país sufrió la invasión de los países de la OTAN en el año 2003, hecho que terminó con el derrocamiento y posterior ejecución de Saddam Hussein, quien gobernó con mano de hierro el país entre 1979 y 2003. Durante su mandato fueron especialmente perseguidos los chiitas y los kurdos. Entre 1986 y 1989 fueron asesinados, por ejemplo, 180.000 civiles kurdos en un hecho criminal de lo que se conoce como “limpiezas étnicas”. Las consecuencias de la guerra de Irak de 2003 no terminaron de sanar.
Luego de una serie de gobiernos títeres o acusados de corrupción, el pueblo iraquí parece estar harto y exige de una vez vivir como merece. El país es el quinto productor de petróleo del mundo -produce 4.700.000 barriles de crudo por día-. Aunque el grueso de su población no accede a sus beneficios económicos y paga cifras siderales por servicios extremadamente deficitarios. Irak, junto a Siria y Líbano, es uno de los países que más ha sufrido el enfrentamiento contra el autoproclamado Estado Islámico, o Daesh. Si bien la guerra contra este grupo extremista prácticamente ha sido ganada, el problema ahora es qué hacer con los ciudadanos extranjeros pertenecientes a la organización terrorista que han sido capturados. En mayo de 2019, por ejemplo, Irak condenó a muerte a tres ciudadanos franceses miembros del Daesh. En 2018 se produjeron ejecuciones masivas de detenidos de la agrupación terrorista, que han suscitado preocupación en activistas internacionales. El gran ayatolá Ali Sistani, máximo líder espiritual de los chiitas, a diferencia de los ayatolas iraníes, no participa activamente de la política del país. No obstante, se ha pronunciado en los últimos años sobre la necesidad de concentrar esfuerzos en derrotar al Isis.
Los enfrentamientos entre los seguidores de al-Sadr, chiitas, se dan contra otras facciones chiitas apoyadas por Irán. El clérigo llamó a la paz, instando a sus seguidores a retirarse de la Zona Verde y evitar a toda costa los enfrentamientos. Sin embargo, al-Sadr siempre demostró ser absolutamente imprevisible en su accionar político, por lo que no se sabe qué es lo que puede pasar en los próximos días en un país que aún continúa sin gobierno. En un contexto internacional inestable, impredecible y cada día más complejo, donde los núcleos de la competencia global parecen disputarse en otras regiones, lo que sucede en Irak no parece importarles demasiado a los grandes actores de la comunidad internacional. Sin embargo, toda inestabilidad en una zona ya de por sí complicada como Medio Oriente puede hacer que se genere un efecto dominó con consecuencias imposibles de predecir en el corto o en el mediano plazo. Por eso es importante estar atentos a lo que suceda en Irak, aunque ni Washington, ni Moscú, ni Beijing, parezcan estarlo.