Israel vs Irán: los alineamientos de poder en un conflicto abierto

La pregunta no es solo quién apoyaría a quién, sino cómo una guerra de esta magnitud podría redefinir las reglas de un orden global que ya se encuentra en crisis.

Israel vs Irán

En un escenario cada vez más tenso en Medio Oriente, el estallido de un conflicto bélico concreto y abierto entre Irán e Israel no puede descartarse como una posibilidad cada día más cercana. Las fricciones acumuladas —desde el programa nuclear iraní hasta los bombardeos cruzados de los últimos días— configuran un tablero explosivo donde el menor movimiento puede desatar una guerra regional con implicancias globales. En ese eventual enfrentamiento directo, el sistema internacional respondería, como ha sido constante en su historia reciente, no por afinidades ideológicas, sino en función de intereses estratégicos, comerciales y de seguridad.

Israel contaría, como es previsible, con el apoyo firme de los Estados Unidos. Washington es su principal aliado militar y proveedor de inteligencia. Más aún, el vínculo entre ambos países trasciende lo estrictamente técnico para constituirse como uno de los pilares simbólicos del orden internacional liderado por Occidente. A este respaldo se sumarían otros actores occidentales como el Reino Unido, Francia, Canadá y Alemania. Sin embargo, su compromiso podría presentar matices: en particular, las capitales europeas condicionarían su apoyo al tipo de represalia que Israel decida ejecutar, especialmente en un contexto posterior a los cuestionamientos internacionales por la ofensiva en Gaza.

A este bloque se suma un fenómeno que redefine las coordenadas tradicionales del conflicto árabe-israelí: el acercamiento estratégico de algunas monarquías del Golfo a Tel Aviv. Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos no respaldaríanpúblicamente una ofensiva israelí, pero podrían operar como socios indirectos en materia de inteligencia o logística, movidos por su rivalidad histórica con Teherán y el temor a la expansión del eje chiita. Este alineamiento tácito refleja la transformación de las prioridades geopolíticas en el mundo árabe, donde la contención de Irán se ha vuelto una urgencia superior a la solidaridad panárabe con Palestina.

Por su parte, Irán no se encuentra aislado. Desde la guerra en Siria, ha consolidado una relación cada vez más estrecha con Rusia, marcada por la cooperación militar, el suministro de drones y una agenda común contra la hegemonía occidental. No obstante, Moscú difícilmente se involucraría de manera directa en una guerra contra Israel, mucho menos en medio del estancamiento militar en Ucrania. Su respaldo probablemente se limitaría al plano técnico, cibernético y diplomático.

China también juega un papel clave, aunque más silencioso. Es el principal comprador de petróleo iraní, evade activamente el régimen de sanciones y ofrece una plataforma alternativa para proyectar poder sin recurrir a la confrontación directa. No se puede imaginar a Beijing participando militarmente, pero sí interviniendo como mediador si el conflicto amenaza sus intereses energéticos o comerciales en la región.

En el plano regional, Irán dispone de una red de aliados no estatales que actúan como extensiones de su política exterior: Hezbolá en Líbano, las milicias chiitas en Irak y los hutíes en Yemen. Estos actores jugarían un rol clave en un conflicto por delegación (“proxy war”), abriendo múltiples frentes con los que sobrecargar la capacidad de respuesta israelí y de sus aliados.

Un actor que suele pasar inadvertido, pero cuya posición merece atención, es Pakistán. Potencia nuclear musulmana y tradicionalmente cercana a Irán en términos religiosos —dada su importante población chiita—, Islamabad mantiene, sin embargo, una relación ambigua. Su alianza histórica con Arabia Saudita y su necesidad de mantener buenas relaciones con Estados Unidos limitan un posible respaldo abierto a Teherán. En un escenario de guerra, Pakistán podría oscilar entre la neutralidad activa y el llamado a la desescalada, sin comprometerse directamente, pero tampoco alineándose con Israel. La posibilidad de tensiones internas —dada la sensibilidad de su opinión pública hacia el mundo islámico— haría de cualquier decisión una cuestión de equilibrio precario.

Otros actores buscarían capitalizar la crisis para posicionarse diplomáticamente. Turquía, que mantiene tensiones con ambos bandos, podría asumir un rol mediador, mientras que India, con intereses económicos repartidos entre Teherán y Tel Aviv, apostaría por la neutralidad pragmática. La Unión Europea, por su parte, presentaría una postura dividida, entre el respaldo retórico a Israel y los llamados a la moderación para evitar una guerra regional de consecuencias imprevisibles.

Finalmente, los espacios multilaterales como Naciones Unidas podrían convocar a sesiones de urgencia, pero difícilmente lograrían consensos operativos debido al tradicional bloqueo cruzado en el Consejo de Seguridad. En ese vacío de gobernanza, el papel de potencias regionales como Catar o Turquía cobraría una importancia relativa como canales informales de negociación.

El mundo observa con atención. Un enfrentamiento entre Israel e Irán no sería un conflicto más en Medio Oriente, sino un punto de inflexión en la arquitectura del sistema internacional. La pregunta no es solo quién apoyaría a quién, sino cómo una guerra de esta magnitud podría redefinir las reglas de un orden global que ya se encuentra en crisis.

 

 

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