En medio de un escenario extremadamente convulso, con una guerra en desarrollo y amenazas de conflictos en ciernes, se celebró una cumbre que agrupó a los principales dirigentes mundiales del llamado bloque “no occidental”. Xi Jinping de China; Vladimir Putin, de Rusia; Tayip Erdogan, de Turquía; Narendra Modi, de India, entre otros, se dieron cita en la capital de Uzbekistan, en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái. El mandatario chino afirmó allí, sin vueltas, que es hora de que estos países “asuman la responsabilidad de grandes potencias”. La cumbre se produjo en un contexto donde, de acuerdo con la amplia mayoría de los reportes, Rusia se encuentra en un escenario extremadamente complejo en la guerra de Ucrania, perdiendo terreno en lo militar y con una situación endeble de su ejército, ante la recuperación de las Fuerzas Armadas ucranianas. Se trató de la primera reunión entre Putin y su homólogo chino desde que el Kremlin ordenó la invasión de Ucrania en febrero pasado. Además de haber sido el primer viaje del líder de Beijing al extranjero desde que comenzó la pandemia del Covid-19 a finales de 2019. El ruso le agradeció a su par chino por su “posición equilibrada’ respecto de la invasión a Ucrania. Fue en gran parte una escenificación para mostrar un frente unificado frente a los Estados Unidos y a los países de la OTAN.
En la cumbre, el mismo Putin se refirió a cómo “los intentos de crear un mundo unipolar se han deformado recientemente y son absolutamente inaceptables para la gran mayoría de los Estados del planeta”. En ese sentido, parece haber una intención clara tanto de China como de Rusia de salir a discutir el escenario internacional. Es interesante porque Beijing pocas veces suele referirse a estas cuestiones de manera tan abierta. Si bien, China no respaldó en ningún momento la invasion a Ucrania, sí ha sostenido y profundizado sus vínculos con Moscú, y Xi ha apoyado la “soberanía y seguridad” rusa. Putin, por su parte, se refirió a la situación en Taiwán: “Nos adherimos al principio de una sola China. Condenamos la provocación de Estados Unidos y sus satélites en el estrecho de Taiwán”. Lo cierto es que hoy, el escenario politico y económico no es optimo para ninguno de los países del bloque euroasiático. Turquía se encuentra con una inflación superior al 80%, mientras que China parece lejos de los números impresionantes de crecimiento de comienzos de la década. Por su parte, Rusia también tiene una inflación de dos dígitos, además de estar en el peor momento de su intentona militar.
No sólo es Rusia quien parece encontrarse en un momento complejo a nivel militar, y, sobre todo, económico. El bloque occidental, las naciones de la OTAN, y, especialmente, de la Unión Europea, están atravesando un escenario turbulento. Sucede que durante los últimos años, la Unión Europea (UE) aumentó drásticamente la dependencia del gas ruso. En ejemplo de esto es que, en 2021, este significó cerca del 40 por ciento de las importaciones de gas del bloque europeo. Por lo tanto, es muy difícil conseguir un reemplazo en tan poco tiempo sin que esto afecte de manera drástica los precios en la energía. Desde junio pasado, Gazprom había reducido a un 20 por ciento de su capacidad el envío de gas a Europa, alegando supuestos problemas de mantenimiento y una disputa sobre una turbina perdida, atrapada en las sanciones de exportación. Sin embargo, ahora el Kremlin decidió ir un paso más allá: luego de que Gazprom PJSC cortara los envíos de gas a través del oleoducto Nord Stream la semana pasada, por estos días, los suministros que pasan por Ucrania estarían en riesgo. Queda mas que claro que en caso de que el objetivo de Moscú sea dejar a Europa sin gas, entonces sería verosímil que eso suceda. La UE se encuentra en un momento económico general extremadamente complejo, a tal punto que la sola noticia del cierre del oleoducto provocó que el Euro cayera debajo de los 0,99 dólares, su punto más bajo en 20 años. Mientras que la libra llegó a los 1,14 dólares, su piso más bajo desde mediados de la década de 1980.
En este contexto, el mismo presidente francés, Emmanuel Macron, aseguró hace poco tiempo que “estamos viviendo el fin de la era de la abundancia”. Lo cierto es que, de acuerdo con prácticamente todas las proyecciones, la crisis energética que enfrenta Europa durará, al menos, hasta 2025. Por lo pronto, la dirigencia europea se encuentra concentrada en el corto plazo, es decir, en el invierno que empezará dentro de apenas algunos meses. Ya han destinado una cifra superior a los 300.000 millones de euros para intentar bajar los costos cada vez mas elevados de la energía y, así, poder mitigar, en alguna medida, el creciente descontento social. Las reservas se agotarán mucho más rápido de lo previsto debido a la perdida casi total del suministro de gas ruso. Esto producirá que, salvo que haya algún cambio de escenario -lo cual parece extremadamente improbable-, cada invierno se haga más difícil calefaccionar que el anterior. Las proyecciones, tanto de los ejecutivos de energía como de los dirigentes políticos, los diplomáticos y la gran mayoría de los analistas, indican que Europa, y el mundo, se prepara para un conflicto a largo plazo y con consecuencias aún por verse. Pareciera ser un hecho, a estas alturas, que el centro de gravitación del poder global está experimentando un cambio desde occidente a lo que podríamos llamar el mundo “euroasiático”, es decir, Rusia, China e India. La humanidad se encuentra en un momento bisagra donde aún no está muy claro hacia dónde va, pero si hay algo que no puede dudarse es que lo que viene en la próxima década será mucho más complejo que lo que sucedió en los años anteriores.