Finalmente, el pasado fin de semana, en la segunda vuelta presidencial de Chile ganó, por una amplia diferencia de más de 10 puntos, el candidato de la izquierda, Gabriel Boric. Quien será el mandatario más joven de la historia de Chile, y el de menor edad actualmente en América Latina, cuenta con 35 años y representa una promesa de cambio en una sociedad convulsionada. Él mismo emergió a la vida pública del país como protagonista de las revueltas estudiantiles de 2011, donde se reclamaba por la gratuidad en la educación. Boric encabezó las protestas junto a otros dirigentes como Giorgio Jackson o Camila Vallejos. En aquel momento, pedían infructuosamente que el entonces presidente Sebastián Piñera los recibiera en la casa de gobierno. Apenas 10 años después, muchos de ellos efectivamente ingresaron al palacio de La Moneda, pero ahora, como los principales dirigentes del flamante gobierno electo. La era que comenzó en Chile en las calles, donde quedaron visibles las grietas del sistema y el tan mentado “modelo chileno”, llegó a las instituciones del país trasandino con Boric.
La victoria fue tan categórica que un hombre de la extrema derecha como José Antonio Kast, acostumbrado a manejarse con el manual de Steve Bannon al igual que Donald Trump y Jair Bolsonaro, tuvo que conceder casi inmediatamente. Como había hecho Keiko Fujimori tras ser derrotada por Pedro Castillo en Perú, se temía que Kast podría no asumir la derrota sin antes intentar ensuciar el escenario político. En los días previos a la elección había agitado fantasmas de que no lo haría e impugnaría los resultados en caso de que la diferencia fuera menor a los 50.000 votos, pero su derrota fue demasiado aplastante como para dejarle un mínimo de margen de maniobra. El derechista intentó plantear la campaña con la dicotomía “comunismo contra libertad”, pero no le resultó. En su discurso de victoria, Boric le tendió una mano y aseguró que todos lo sectores políticos están invitados a llevar propuestas al gobierno. Uno de sus grandes problemas será balancear los intereses que representa y a su coalición de gobierno, al mismo tiempo que deberá consensuar con otros dirigentes políticos y con el poderoso establishment chileno.
En ese mismo discurso afirmó que su principal objetivo será combatir la desigualdad imperante en Chile: “Un progreso que no llegaba a las poblaciones más necesitadas es un modelo de desarrollo que tenemos que cambiar y que vamos a cambiar… un crecimiento económico que se asienta en la desigualdad profunda tiene pies de barro”. Citando a Nicanor Parra, se refirió al modelo de crecimiento chileno, pero sin redistribución del ingreso: “Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona”. Por ello, el nuevo gobierno deberá mantener los logros macroeconómicos del llamado “modelo chileno”, pero traducirlo en mayor calidad de vida e igualdad para sus habitantes: “Una salud oportuna que no discrimine entre ricos y pobres igualando hacia arriba el acceso, la calidad y los tiempos de respuesta (…) El drama de la falta de vivienda y el acceso a servicios básicos que debemos abordar. Fortalecer la educación pública, garantizar los derechos de los trabajadores para construir un país con Trabajo Decente y mejores salarios”.
En materia de política exterior, se espera que Boric saque a Chile del ya moribundo Grupo de Lima, que participe de manera considerablemente menor en Prosur, y una mayor preponderancia de la agenda del cambio climático. Esto último lo vincula con lo postulado desde la Casa Blanca, por lo que se espera que, pueda convertirse en un interlocutor confiable para el presidente estadounidense Joe Biden. Desde Washington veían en Kast, al igual que en Bolsonaro, a una especie de Trump latinoamericano. En ese sentido, el brasileño se encontrará aún más aislado que antes, cada vez con menos gobiernos afines en la región. Por otro lado, la llegada de un liderazgo fresco y joven como el de Boric puede aportar una bocanada de renovación a una clase política a la cual muchas veces se le achaca una importante desconexión tanto con sus bases como con las problemáticas actuales de un mundo en constante cambio y evolución. Por ello, la figura del joven presidente chileno es disruptiva en muchos aspectos.
Si no cumple con las promesas que ha realizado en el corto plazo, Boric corre el riesgo de convertirse en otra figura caída en desgracia como las que tantas abundan en la historia de América Latina. Su principal desafío será no terminar como otras estrellas de la política latinoamericana como en su momento fueron dirigentes como el primer Alan García. Su gobierno puede ingresar en la puerta grande de la historia chilena y latinoamericana si concreta las medidas que ha anunciado. Tanto él como su movimiento han demostrado vocación refundadora en muchos aspectos, y durante su gobierno será aprobada la nueva Constitución del país para pasar página de la etapa pinochetista. Por ahora, todo parece indicar que Gabriel Boric entiende perfectamente el momento histórico en el que le está tocando actuar. Seguramente, estará a la altura de la historia y de las circunstancias para hacer realidad las famosas palabras de su tan admirado Salvador Allende: “Más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.