Como si ya no hubiera suficiente con una, las tensiones en el mar Egeo y el sureste del Mediterráneo sobre una nueva guerra en Europa entre dos de sus países se incrementaron durante el fin de semana. La particularidad es que ambos son miembros de la Otan desde 1956. Se trata de Grecia y Turquía. Esto, a partir de que Ankara volviera a activar sus perforaciones de exploración mineral en el sureste del Mar Mediterráneo. Si bien el buque Adbüllhamid Han, por ahora, opera exclusivamente en aguas territoriales turcas, los griegos lo ven como una amenaza a su soberanía. En 2020, Turquía perforó en las zonas económicas exclusivas de Chipre y se acercó peligrosamente a las aguas griegas en las cercanías de Creta.
Por lo pronto, el presidente turco Tayip Erdogan está condicionado por la situación interna. La economía turca no se encuentra precisamente en un gran momento, con una inflación del 80% y un escenario político endeble para el gobierno. Un consenso hacia adentro de Turquía es la disputa con Grecia, por lo que Erdogan puede verse incentivado a alimentarla simplemente para fortalecer su imagen positiva puertas adentro de su territorio. Apelando a un hecho de la historia entre ambos países, días atrás Erdogan lanzó duras advertencias a los griegos, recordándoles un hecho doloroso para los helenos: “A los griegos les digo que recuerden Esmirna”, fueron las palabras del mandatario turco que provocaron la indignación en Atenas.
La masacre de Esmirna se produjo en agosto de 1922, y se trató de un infame hecho perpetrado por el entonces gobierno turco de Mustafa Kemal Atatürk, considerado el padre de la Patria en Turquía y el principal referente de Tayip Erdogan. En lo que posteriormente fue conocido como el “genocidio griego”, las tropas turcas atacaron la ciudad costera de Esmirna y, al retirarse, la incendiaron. En aquel momento las muertes fueron contabilizadas en un número superior a los 30.000, entre griegos y armenios, mientras que otros tantos de miles lograron huir de sus hogares destruidos. Tras resultar vencedor en la batalla de Dumlupinar de la Guerra Greco-Turca, el ejército de Atatürk avanzó en su objetivo de “disminuir la influencia helénica” en Anatolia, actual Turquía. La batalla de Dumlupinar, además de dar por finalizado el terrible conflicto que se extendió de 1919 hasta 1922 significó también el principio del fin de la presencia griega en la región de Asia Menor. Luego de estos acontecimientos, el gobierno de Atatürk comenzó el proceso de expulsión de los griegos étnicos, mediante mecanismos institucionalizados al cual se los denominó como el “intercambio de poblaciones entre Grecia y Turquía”, establecido en el Tratado de Lausana de 1923. Se estima que cerca de 1,5 millones de cristianos ortodoxos griegos fueron expulsados del país.
Exactamente un siglo después de la masacre de Esmirna, el gobierno turco moderno lejos de avergonzarse o pedir disculpas por lo sucedido reivindica abiertamente la masacre.
No deja de ser curioso que, en el contexto de la otra guerra que continúa desarrollándose e impactando en todos los ámbitos en Europa (la de Rusia y Ucrania), tanto Grecia como Turquía sean miembros de la Otan. Turquía, además, también tiene pretensiones de larga data de ingresar a la Unión Europea, aunque su proceso de adhesión se encuentra frenado desde el año 2009. Entre otros motivos, esto sucede debido a que la cantidad de habitantes turcos podría provocar un desbalance en el Parlamento Europeo, más allá de cuestiones políticas y hasta culturales que generan cierta resistencia entre los principales países de la Unión. La actuación de Erdogan en el último tiempo, primero, previo a la invasión rusa, como un aliado de Moscú en territorio europeo, luego, intentando mostrarse como un especie de mediador autorizado entre Putin y Zelenski, y ahora con una retórica incendiaria frente a los griegos, lo ponen en una situación compleja. Está claro que el mandatario turco es una figura de relevancia en la escena internacional actual, aunque, por los últimos acontecimientos, no pareciera ser, precisamente por los motivos correctos.
Lo más probable es que, por ahora, al menos en el mediano plazo el conflicto no estalle abiertamente. Sin embargo, no es descabellado pensar que el aumento de las tensiones agreguen fuego a lo que se pueda llegar a convertir en una explosión de resultados impredecibles. En algún momento, ambos Estados, que, en teoría, son aliados, deberán sentarse a apaciguar las aguas. Atenas podría reducir su presencia militar en las islas del Egeo, algo que le molesta sobremanera a Ankara, pero esto solo podría suceder si Turquía, a su vez, disminuye al mismo tiempo su ejército en el Egeo, y Erdogan deja de lado sus agresiones discursivas. Las viejas disputas parecen continuar a flor de piel entre los turcos y los griegos. En el mundo de hoy, con todas las particularidades del caso, el escenario internacional se parece más al previo a la Primera Guerra Mundial o al período de entreguerras que al de la Guerra Fría. Las disputas ya no son tanto ideológicas o para intentar imponer distintos tipos de modelos económicos, sino, más bien, se trata de luchas entre nacionalismos. Se verá en el mediano plazo si termina de la misma manera que aquel mundo. Lo cierto es que nada bueno puede salir de mantener los rencores de otros tiempos tan presentes.