Stephen Walt y el realismo defensivo en tiempos de incertidumbre

En tiempos de incertidumbre, Walt recuerda que la seguridad no siempre se consigue con más poder, sino con un manejo inteligente de las alianzas, la diplomacia y los límites.

Stephen Walt y el realismo defensivo en tiempos de incertidumbre

En medio de un escenario global marcado por la guerra en Ucrania, el ascenso de China y el repliegue relativo de Estados Unidos, pocas voces resultan tan relevantes como la de Stephen Walt. Profesor en Harvard, colega cercano de John Mearsheimer, Walt representa otra vertiente del realismo contemporáneo: el realismo defensivo. Mientras Mearsheimer sostiene que los Estados buscan maximizar su poder de forma inevitable, Walt plantea que lo que los actores realmente persiguen es seguridad, y que esa seguridad no siempre requiere expandirse agresivamente.

Su obra más influyente, The Origins of Alliances (1987), introdujo la teoría del “balance de amenazas”. A diferencia de la visión clásica que afirmaba que los Estados se alinean para equilibrar el poder bruto, Walt sostuvo que las alianzas se construyen para contrarrestar amenazas percibidas, que incluyen no solo poder material, sino también factores como la geografía, la capacidad ofensiva y las intenciones políticas de un actor. Esta distinción parece sutil, pero en realidad cambia radicalmente la forma de entender la política internacional. No es lo mismo temer a un Estado poderoso que a uno agresivo: China, por ejemplo, genera desconfianza no solo por su peso económico y militar, sino por sus ambiciones regionales.

En los últimos años, Walt se ha destacado por su mirada crítica hacia la política exterior estadounidense. En The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy (2007), escrito junto a Mearsheimer, desató una polémica enorme al cuestionar la influencia del lobby proisraelí en Washington. Más allá de ese debate, su punto central fue siempre el mismo: Estados Unidos debe abandonar su intervencionismo permanente y adoptar una estrategia de offshore balancing. Esto implica reducir su presencia militar directa en regiones como Medio Oriente o Europa, y en su lugar alentar a las potencias locales a que equilibren entre sí. Para Walt, desplegar tropas en todas partes no solo desgasta recursos, sino que genera resentimiento y multiplica los riesgos de quedar atrapado en guerras interminables.

En el contexto actual, esta visión adquiere un peso especial. El desgaste de Estados Unidos tras dos décadas de conflictos en Afganistán e Irak refuerza la lógica del realismo defensivo. La guerra en Ucrania, lejos de ser una causa norteamericana, debería, desde su perspectiva, ser afrontada principalmente por Europa. Washington, sostiene Walt, no tiene por qué cargar con el peso de todos los conflictos del mundo. Algo similar ocurre en Medio Oriente: mientras la administración Biden intenta mantener cierta distancia, Walt insiste en que la obsesión norteamericana con la región ha sido una de las causas principales de su declive relativo.

Su enfoque también ofrece una clave para comprender la competencia con China. A diferencia de los halcones que piden una confrontación directa, Walt subraya la necesidad de gestionar el ascenso chino sin caer en una escalada innecesaria. En su mirada, Estados Unidos debería aceptar que no puede impedir que China se convierta en una potencia regional dominante en Asia. La pregunta, entonces, no es cómo frenarla a cualquier precio, sino cómo equilibrar su influencia de manera sostenible, evitando una guerra que podría tener consecuencias catastróficas para el sistema internacional.

El pensamiento de Walt, aunque menos agresivo que el de Mearsheimer, comparte con el realismo ofensivo la convicción de que la política internacional está determinada por la estructura anárquica del sistema. Sin embargo, introduce un matiz fundamental: los Estados no siempre se lanzan a maximizar su poder. A veces, la prudencia y la moderación ofrecen más seguridad que la expansión. En este sentido, Walt se ubica como un realista pragmático, crítico tanto del idealismo liberal como de los excesos del intervencionismo norteamericano.

Su influencia se nota en el debate político en Washington, donde sectores de ambos partidos empiezan a reconocer que la era de la hegemonía unipolar se ha terminado. La apuesta de Walt por un rol más limitado de Estados Unidos, enfocado en defender sus intereses vitales sin sobreextenderse, aparece hoy como una opción realista frente a la fatiga imperial. El auge de China, la autonomía estratégica que reclama Europa y el desorden en Medio Oriente hacen que el offshore balancing deje de sonar como una herejía académica y empiece a discutirse como política posible.

Para países como Argentina, el pensamiento de Walt también ofrece una lección: comprender que las grandes potencias actúan guiadas por percepciones de amenaza más que por compromisos morales. Esto implica reconocer los límites de la retórica liberal y asumir que la política internacional no se define en función de ideales abstractos, sino de cálculos estratégicos. La multipolaridad emergente obliga a los Estados medianos a navegar entre las tensiones de los gigantes, sin perder de vista que los equilibrios regionales serán cada vez más determinantes.

En tiempos de incertidumbre, Walt recuerda que la seguridad no siempre se consigue con más poder, sino con un manejo inteligente de las alianzas, la diplomacia y los límites. Su realismo defensivo no promete un mundo en paz, pero sí ofrece herramientas para evitar las peores catástrofes. Y quizás, en este presente convulso, esa ya sea una meta ambiciosa.

 

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