No han sido pocos los rumores de nuevos enfrentamientos, e incluso de guerra, entre Rusia y Ucrania. Cables de la inteligencia estadounidense publicados hace algunas semanas indicaban que Rusia invadiría Ucrania en enero del año próximo. Si bien esto fue categóricamente negado por el Kremlin, y calificado de “ficción”, se produjeron algunos movimientos recientes que encendieron las alarmas.
Y la tensión entre Moscú y los países miembros de la OTAN no ha hecho más que crecer en los últimos días, hasta el punto de tanto Washington como Bruselas han advertido sobre una posible invasión a gran escala por parte de Rusia hacia Kiev a comienzos del año que viene. El Kremlin realiza movimientos militares en la frontera con Ucrania desde, por lo menos, octubre. De acuerdo con las autoridades rusas no se trata más que de ejercicios rutinarios. El portavoz del gobierno ruso, Dmitri Peskov, afirmó que todo lo que se hace Rusia es “dentro del territorio de la Federación”.
El conflicto viene de larga data. Desde 2014 las regiones de Donestk y Lugansk, conocidas como Donbás, en el este ucraniano, se encuentran bajo el control de separatistas apoyados por el gobierno ruso. Esta región limita con Rusia, por lo que históricamente fue de particular interés para el Kremlin, además de contar con un amplio plafón de apoyo allí. La mayoría de los habitantes del Donbás no ve con malos ojos que Rusia gobierne la zona.
Sin embargo, ni Kiev, ni mucho menos Washington o la OTAN concuerdan con esto. Rusia anexó, además, la región de Crimea en 2014, donde instaló una base naval con decenas de miles de efectivos. Todo parece indicar que los movimientos y ejercicios militares rusos no son más que parte de un mensaje que el Kremlin pretende enviar a Kiev, a Washington y a la OTAN. Según reportan fuentes de inteligencia estadounidenses, Rusia cuenta con más de 70.000 soldados apostados en la frontera, listos para actuar en cualquier momento.
Desde que comenzaron los enfrentamientos en Crimea, en 2014, murieron 13.000 personas, entre militares y civiles; el pasado abril Joe Biden había asegurado su “apoyo inquebrantable” al presidente ucraniano Volodomir Zelenski, “frente a la agresión” del Kremlin: el demócrata siempre vio a Rusia como un país agresor y expansionista respecto de Ucrania. De la misma manera los aliados estadounidenses Francia y Alemania han pedido moderación y bajar las tensiones. Tras ganar las elecciones Biden había declarado que estaba considerando impulsar un probable ingreso de Ucrania a la alianza militar, lo que no cayó para nada bien en el seno del poder ruso. Ya se fueron dando algunos pasos en ese sentido, de hecho, el primer ministro ucraniano, Denis Shmigal, declaró a finales de marzo pasado que el objetivo de su país es ingresar a la UE y a la OTAN en un plazo de entre 5 y 10 años. Ucrania además solicita un mayor envío de armamento y equipamiento militar para hacerle frente a Rusia en caso de que el conflicto pase a mayores.
En este contexto, el mandatario estadounidense mantuvo hace una semana una cumbre de manera virtual con su par ruso. Según se expresó en el comunicado posterior, La Casa Blanca expresó “las profundas preocupaciones de Estados Unidos y sus aliados europeos sobre la escalada militar de Rusia en los alrededores de Ucrania». Mientras que Rusia respondió que “es precisamente la OTAN quien efectúa peligrosos intentos de colonizar territorio ucraniano e incrementa su potencial militar en nuestras fronteras». Allí, además, Putin le exigió a Biden “garantías jurídicas” para evitar que la OTAN se extienda hacia el este y Ucrania comience a formar parte de la Alianza. Si bien, el estadounidense aseguró que habrá “sanciones nunca vistas” contra Rusia, en caso de que decida lanzar una mega invasión a su país vecino, también tranquilizó a quienes temían que podría llegar a enviar soldados estadounidenses para apoyar a su aliado en Europa del Este. Esto no sucederá, al menos, en el corto plazo, pero la Casa Blanca si está decidida a reforzar el apoyo a Kiev, cuanto menos, en el plano diplomático y económico.
Un problema para Putin es que, a diferencia de lo que sucedía en 2014, un enfrentamiento con Ucrania hoy no le reportaría el apoyo popular que pretende. Los sondeos muestran que, en un contexto de crisis económica tras la pandemia, una invasión a Ucrania sería visto más como un despilfarro de recursos que como una forma de reafirmar la soberanía nacional.
Las presiones de Washington contra Moscú, por ahora, no van en la dirección militar: Estados Unidos puso en duda el futuro del gasoducto ruso Nord Stream 2, que transportará gas ruso a través del fondo del mar Báltico hacia Alemania. El asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, afirmó que “si Vladimir Putin quiere ver gas fluyendo a través de ese gasoducto, puede que no quiera asumir el riesgo de invadir Ucrania”. El escenario aún permanece abierto, y, si bien, es poco probable que una invasión rusa suceda en enero, no es tampoco un panorama imposible. Putin y Biden mueven sus fichas en un mundo convulso con un desenlace imprevisible.