Comenzó agosto y, junto al mes de los vientos, un nuevo tema para desandar juntos: los VÍNCULOS INTERGENERACIONALES. En el siglo del envejecimiento poblacional cambiar el modo en el que social y culturalmente miramos a las personas mayores es imprescindible. Las actitudes viejistas, discriminatorias, disfrazadas de cariño y buen trato deben ser interpeladas. Ya lo dijo alguna vez nuestro querido amigo y psicogerontólogo catalán, Feliciano Villar: “dejaremos de hablar de edadismo el día en el que las personas mayores no dejen de asumir su condición de personas adultas; con derechos y obligaciones”.
Cada vez somos más las personas mayores. La expectativa de vida se prolonga. La vejez es y será una de las etapas de la vida más larga. En este contexto, se torna imperante gestar espacios de encuentro, de interacción, de participación activa. Necesitamos estar incluidos. Reemplazar las filas de los bancos, las salas de espera de los hospitales por espacios visibles y protagónicos que confíen en lo que cada uno tiene para ofrecer. Ahora bien, la pregunta que emerge de este preludio es: ¿cómo formar parte de esa construcción de espacios?, ¿los queremos para seguir alimentando las distancias entre las diferentes generaciones o para fomentar el encuentro sin prejuicios y estereotipos? Porque así como existe una cultura que discrimina a los mayores también sucede a la inversa y el slogan “esto en mi época no pasaba”… poco se nos cae de la boca.
Días atrás participé de una reunión bien intergeneracional. Sentados en una mesa redonda compartí el espacio con personas de 20, 30, 40, 50, 60, 70 y hasta 80 años. Pude reparar en aquellas frases, oraciones, referencias que a simple vista parecían amenas pero que mi escucha aguda no dejó pasar:
- Pero Don Carlos, no se me enoje, le hablo con cariño. Me hace acordar a mi abuelo.
- Mija, mire que no tengo un pelo de tonta.
- En nuestra época no existía el celular y hablábamos más.
- Los chicos de hoy lo único que quieren es ser youtubers.
- Porque ustedes, los jóvenes…
- Porque ustedes los viejos…
Estas son apenas pequeñas muestras de cuánto nos falta para poder fusionarnos sin egos. Pareciera que para vincularnos con otros/as debemos hacerlo desde un potencial rol: abuelo, abuela, madre, padre, hijo, hija, nieto, nieta. ¿Y la amistad? ¿acaso no es posible tener amigos y amigas de todas las edades, de todas las generaciones sin tener que asumir en el vínculo roles estereotipados en función de una edad?, ¿acaso estoy condenada a ser la “abuela” del grupo? Ahora bien, ¿es posible vincularnos con otras personas, de otras edades, con las que pueda entablar una amistad sin juicios? Voy a ofrecer una imperante respuesta porque lo que viene es aún mejor: “no sólo es posible, sino ¡imprescindible!”. Les voy a proponer algo. Al texto debajo, deben leerlo despojándose de la edad propia y ajena. Así y sólo así, será posible entablar relaciones con los demás sin miramientos y condiciones.
Tretas para vincularnos sin barreras etarias
En su reciente libro “Yo, vieja. Apuntes de supervivencia para seres libres” la psicogerontóloga catalana, vieja, feminista y jubilada docente de la Universidad de Barcelona, Anna Freixas, asegura que el buen envejecer se ve afectado positivamente cuando las personas tienen la oportunidad de relacionarse con los demás, en una enriquecedora comunidad de bienes. Los seres humanos somos seres vinculados: vivimos en relación y sin ella no podríamos desarrollarnos. Los vínculos nos unen a lo largo de la vida. Son nuestro capital social y emocional. La falta de apoyo social, el aislamiento y la soledad se relacionan con el malestar físico y mental y también con un descenso en la salud. Vivir con vínculos, pues, supone una potente ayuda emocional y práctica para afrontar los vericuetos del envejecer. En este sentido, Anna nos regala un par de tips que comparto a continuación:
- Cuida tus afectos y relaciones.
- Mantente conectado/a. Fomenta la intimidad, la comunicación, traza lazos para la libertad.
- Escucha. Pregunta. Interésate por los demás sin pasarte.
- Encuentra espacios de relación e intercambio de saberes.
- Participa en la vecindad y en la comunidad.
- Cultiva tu red social enmarañada.
- Haz nuevos/as amigos/as, mantén y cuida la relación con las que ya tienes.
- Procura mantener relaciones de disfrute, no de servicio o dependencia.
- Ríe, sonríe, abraza.
- No cuentes batallitas, ni el catálogo de enfermedades.
- Sé compasivo/a contigo y con los otros/as. No juzgues con dureza ni seas exigente (ya bastante tienen). Trata de no culparte ni culparlos. La vida tiene sus razones.
- Abandona la inflexibilidad y comprueba que eres capaz de cambiar. Verás que te sientes bien.
- Procura resolver los inevitables conflictos de la vida cotidiana con rapidez y elegancia: un gesto, un detalle, un Whatsapp. No pierdas por una nimiedad relaciones de calidad. Tenemos poco tiempo.
- La temida soledad depende en parte de la capacidad que tengas de ceder, compartir, inventar y sugerir.
- No reenvíes continuamente videos, fotografías y chistes por WhatsApp.
- Deja que la vida fluya, no trates de intervenir, forzar, proponer.
- Despréndete de las relaciones tóxicas, de las personas que no te hacen feliz, que no te aportan nada, que reciben pero no dan. Incluidas las de tu familia: la sangre no nos obliga.
Porota.
Porota sos vos, soy yo, somos todas las personas envejecientes
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