Masculinidades en la vejez

Por Ricardo Iacub, titular de la cátedra de Psicología de la Tercera Edad y Vejez de la UBA

Masculinidades en la vejez

Las exigentes demandas que plantean los ideales hegemónicos masculinos en los varones adultos mayores, focalizando la importancia del trabajo, la fortaleza física y el erotismo, generan un creciente malestar a medida que esta población avanza en edad. A continuación, algunos elementos para pensar una de las etapas más difíciles del ciclo de la vida.

Nuestra cultura poco se ha planteado acerca de la masculinidad y menos aún en la vejez. Cuando hablamos de los relatos construidos socialmente sobre el género o la edad los entendemos como modos de guiar y dar significado a la vida. De esta manera es importante destacar cómo la sociedad construye el ser varón o el ser viejo generando espacios de posibilidad y prestigio, como en el lugar del “sabio”, pero también cómo ciertos relatos sobre la masculinidad excluyen la vejez, cuando las demandas de fuerza o potencia no admiten ciertos límites. Esto lleva a que los sujetos puedan incluirse, excluirse, empoderarse o desempoderarse ante dichos espacios simbólicos.

El objetivo de este artículo es presentar el malestar que generan las exigentes demandas que plantean los ideales hegemónicos masculinos en los varones adultos mayores, focalizando la importancia del trabajo, la fortaleza física y el erotismo en dichos relatos.

La edad y el género son dimensiones indisociables en la construcción de la identidad del ser humano, razón por la cual el estudio de los relatos producidos sobre ambas categorías resulta de gran valor para entender la conformación de sentimientos, malestares, proyectos y actitudes del varón viejo.

La masculinidad y la vejez

Lo novedoso de tomar por objeto la masculinidad es que, como la adultez, eran menos estudiados, ya que funcionaba como referente general a partir de lo cual se diferencian y constituyen los otros grupos. Este nivel de hegemonía y supuesto poder llevó a que se ignore la experiencia de los varones viejos, ocultando el análisis de lo masculino en la vejez y de la vejez en lo masculino.

La masculinidad puede definirse como una construcción social acerca de lo que significa ser varón en determinado tiempo y lugar, lo que implica que sus características son fluidas y sensibles a los cambios históricos y culturales.

Connell propone que la masculinidad no sea definida como un objeto, lo que implicaría sortear definiciones de tipo esencialistas, que lo supongan un rasgo natural; ni como un tipo de personalidad con conductas esperables; ni siquiera como una norma, ya que supone una referencia poco explicativa de las diversas maneras de encarar la masculinidad. Por lo contrario, propone el análisis de los factores y tipos de relaciones por medio de los cuales las personas dotan a sus vidas de representaciones de género. De esta manera la masculinidad resulta de las posiciones que se adopten en las relaciones de género, de las prácticas que comprometen con esa posición de género, y de los efectos de dichas prácticas en la experiencia corporal, en la personalidad y en la cultura.

Badinter decía que “ser varón cuesta caro”, poniendo en evidencia la cantidad de esfuerzos y demandas que implica la posición masculina. En su revisión antropológica describe los ritos de iniciación dando cuenta del nivel de violencia que acarrea salir del lugar de protección materna para pasar a ser un varón. Connell señala que pocos pueden estar a la altura de la versión hegemónica de la masculinidad, lo que lleva a que se convierta en una demanda que acarrea un alto costo subjetivo y limita seriamente a un sujeto, aun cuando también le brinde prestigio.

La masculinidad hegemónica se asocia con rasgos de competitividad; poder físico, sexual y económico; desapego emocional; coraje y dominación, capacidad de protección y autonomía. Modelos que se refuerzan de una manera relativamente constante a lo largo de la adultez y que presentan serias dificultades a la hora de pensar el envejecimiento masculino.

Los hombres mayores quieren ser vigorosos a pesar del declive físico, buscan suprimir emociones incluso luego de pérdidas, y quieren mantener el control y la autoridad a pesar de las menores responsabilidades de liderazgo.

Trabajo y masculinidad

El trabajo es uno de los espacios donde la masculinidad se pone en juego y por ello la jubilación puede ser vista como la pérdida de un recurso que permite alcanzar metas atribuidas a lo masculino y de parámetros para orientarse en la realidad.

El trabajo, así como tempranamente el deporte, respalda un sentido de masculinidad porque crea múltiples oportunidades para que un hombre se vea poderoso, seguro de sí mismo, competente y cumplir “el sueño del pibe”.

La mayoría de los hombres se identifican antes que nada con su trabajo y depositan una gran inversión emocional en el mismo. Usan su rol laboral para negociar identidades de familia, amigos, ocio y comunidad. Como señala Connell, en el trabajo se realiza su “proyecto de género”.

En este sentido, jubilarse implica perder el escenario principal de logros, competencia agresiva, búsqueda de estatus y poder, confianza en sí mismos, oportunidades de sentirse independientes y capaces en un escenario de riesgo y realización e ingresos monetarios.

El más estricto sistema de metas y recompensas que conforma una organización laboral promueve que la percepción de eficacia y lo que esta promueve de buena imagen y autoestima, resulten más evidentes en este espacio que en otros, como en lo familiar.

Los hombres suelen percibir la jubilación como el ingreso al territorio femenino de la familia y el hogar, y la pérdida del propio, pudiendo dudar sobre la conducta masculina apropiada.

Temen ser criticados por sus esposas una vez que sean observados más de cerca, y se ven a sí mismos “ayudando” a sus esposas en esas tareas domésticas.

Otra de las referencias que suelen emerger es la desubicación ante los nuevos escenarios post jubilatorios, lo cual deviene de la pérdida de blasones identitarios y de la función orientadora del relato (ser un trabajador) que lleva a que el sujeto no sepa hacia dónde conducirse ni de qué manera. En este sentido el trabajo imbuye al sujeto en un universo masculino que organiza los niveles de incertidumbre propios de todo sujeto, así como favorece un mejor autoconcepto. McMullin y Cairney señalan que la pérdida de autoestima en los varones viejos no es fruto de la pérdida de un rol sino del poder que alcanzaron con dicho rol y del control que este les permitía.

La fragilidad y la humillación

La dificultad de dar sentido a la propia vida ante una serie de cambios que alejan al sujeto de ideales masculinos hegemónicos tan potentes como la fortaleza, la capacidad de recuperación física y mental, independencia, eficacia, control afectivo y seguridad, lleva a los varones viejos a vivencias de humillación y vergüenza de sí que pueden manifestarse en conductas dilatorias frente a la enfermedad y la mayor tendencia al suicidio.

“La conducta masculina tradicional” explica los retrasos o evitaciones en los hombres que requieren asistencia en salud. Las explicaciones referidas aluden a la dificultad de exponerse frágiles, confiados y dependientes del otro, sacrificando de esta manera su potencia y control de la situación.

El modo de recuperar un control imaginario de su masculinidad tiene un costo considerable para la salud, ya que la atención se realiza cuando el dolor o malestar se agrava.

Entre las referencias habituales de los varones ante la visita al médico, se encuentran: las largas esperas, recibir indicaciones y someterse a procedimientos médicos, someterse al veredicto de un diagnóstico, lo que genera una sensación de impotencia frente a la intervención y capacidad del otro, a la exposición de fragilidad y la pérdida de autonomía y valor personal.

Si la habilidad para mantener la autonomía personal en la mediana y tercera edad es un indicador de envejecimiento exitoso en la cultura occidental, el impacto de la dependencia en los varones viejos resulta más denigrante ya que la pérdida de masculinidad tiene una importante repercusión sobre su identidad personal. Por esta razón, algunos autores aconsejan que los practicantes de los cuidados de la salud tengan en cuenta esta dimensión.

De la potencia a la inhibición erótica

Las investigaciones referidas sobre el erotismo masculino dan cuenta de la incidencia de los relatos sobre la masculinidad, la erótica de una época, sus modos de goces previos y la situación actual.

Los discursos hegemónicos sobre la masculinidad presentan como características del varón la fuerza, la capacidad física, la productividad, las ansias de éxito, la competencia con otros hombres, así como el dominio y control de lo que se considera su territorio, pudiendo generar altos niveles de agresividad en su desempeño. Estos significados atribuidos se reflejarían a nivel sexual en una búsqueda que no siempre se compadece con los cambiantes recursos del varón a lo largo de su vida.

Los escenarios culturales prevalecientes estimulan a los hombres, desde sus primeras prácticas eróticas, a ver su sexualidad como un medio para reafirmar su identidad de rol masculino y su maduración hacia la adultez.

La erección es una preocupación de toda la vida que puede acentuarse en la vejez por los factores que disminuyen esta capacidad o la enlentecen. De esta manera, el conjunto de los cambios esperables en el funcionamiento genital pueden ser comprendidos como agraviantes a nivel de la identidad masculina. Los varones mayores buscan evitar cualquier fallo, incluso a costa de abandonar la sexualidad, ya que cada relación sexual podría representar un proceso auto-afirmante que le permita retener el sentido masculino del yo. Por esta razón el declive relacionado con la edad es considerado un proceso de desmasculinización.

Toda esta expectativa de alta performance, temor por el desempeño y el centrarse en la genitalidad en detrimento del erotismo, se tornaría en una exigencia de tales proporciones que, en determinados momentos, podría contribuir a la ansiedad por el desempeño obtenido y en inhibición de la capacidad eréctil.

Esta tensión sexual aumenta con parejas recientes o con menor confianza y cuando las creencias sobre sí mismos, en cuanto adultos mayores, son más negativas.

De esta manera podemos reconocer la vergüenza como una emoción frente a un momento en el que el varón puede verse confrontado frente a un relato.

Conclusión

De esta manera podemos comprender de qué manera los relatos hegemónicos sobre la masculinidad pueden afectar al varón viejo, no permitiendo hallar recursos e ideales más compatibles con las cambiantes circunstancias que plantean ciertos envejecimientos. De allí que podamos hallar ciertas conductas y emociones que resultan como parte de un malestar que propician dichos relatos sociales.

 

Noviembre es el mes de las masculinidades en El Club de la Porota. Por eso, muchas de las columnas del mes estarán protagonizadas por hombres mayores. Arrancamos la temática poniendo en contexto la mirada de este club de envejecientes de la mano de un experto en la temática: el psicogerontólogo, Ricardo Iacub. ¡Gracias por acompañarnos!

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