Máquinas y gobiernos

Por Darío Sandrone

Máquinas y gobiernos

Gobernante relojero

A partir del siglo XVII, las máquinas comenzaron a ser un modelo extendido para explicar el funcionamiento de las entidades naturales y sociales. Comparar los organismos con máquinas fue un lugar común abierto por filósofos importantes como Descartes y La Mettrie. También los estados fueron susceptibles a esa analogía. La figura del Estado como un mecanismo de relojería, y el gobernante como un relojero, fue muy difundida a partir del siglo XVIII. El teórico alemán Johann Justi (1717-1771) escribía por aquel entonces: “Un Estado bien organizado debe parecerse completamente a una máquina en la que todas las ruedas y engranajes encajan entre sí con la máxima precisión; y el mandatario debe ser el ingeniero, el primer resorte conductor o el alma. Su preocupación principal debe ser una vigilancia constante para mantener el orden. Éste es su más noble deber y, ciertamente, el único. Él gobierna la máquina del cuerpo del Estado”. Desde luego, en aquellas épocas, las máquinas más perfectas de las que se tenía noción eran los relojes, que poseían dos rasgos extrapolables (y deseables) a las organizaciones sociales: el orden y el control jerárquico. Por un lado, cada pieza tiene un lugar fijo asignado en pos del funcionamiento de la máquina; por el otro, no todas las piezas son iguales, unas son más importantes que otras, y estas últimas dependen de las primeras.

Cibersociedades

Las máquinas hijas de la modernidad, como el reloj mecánico, poseen un funcionamiento lineal y fijo. Funcionan con independencia de su propia historia, pues no quedaban registros en sus estructuras de los sucesos vividos. Por eso mismo, son previsibles. Conociendo la entrada (de energía cinética, cuando se le da cuerda) es perfectamente predecible la salida. Haga frío o calor, el reloj funciona siempre igual. Cualquier evento que se salga de la norma, una pieza que no se mueva como estaba previsto, es una falla. Concebido como un reloj, un gobierno tiende a ser autoritario, dado que las piezas secundarias no tienen posibilidad de “disentir” de las piezas jerárquicas, y el gobernante, el relojero, está allí para garantizar que eso no ocurra.

Sin embargo, las democracias contemporáneas, y los estados de bienestar, más bien tienden a demostrar la insuficiencia del “modelo reloj”. Para gobernar es necesario recibir información de la población, tomar datos de lo que sucede en su seno, de las demandas sociales, de las disidencias, de los imponderables, y en base a esa información reajustar el funcionamiento del Estado. Las sociedades y sus gobiernos han adquirido (algunos en mayor medida que otros) la forma de máquinas flexibles, abiertas a los datos y a los intercambios con sus entornos (algo que el reloj no puede ni debe hacer, si quiere funcionar bien). En este escenario, a lo largo del siglo XX, han emergido las analogías con otras máquinas diferentes y actuales: los dispositivos digitales (y a mayor escala, las plataformas digitales). Estos sistemas, repletos de sensores que recogen datos de las ubicaciones, de los patrones sociales, de las preferencias, de las tendencias de consumo, se presentan como las nuevas máquinas en las que reflejar las formas de gobierno (¿siempre estatal?), capitalizando los datos masivos que reciben de la población, y ajustando en base a ellos sus componentes, su funcionamiento, e incluso su estructura. Debido a que no están (al menos exclusivamente) compuestas por engranajes rígidos y resortes monótonos, sino por algoritmos que absorben la forma del entorno social que los rodea, las plataformas digitales son máquinas sumamente maleables. Las sociedades (y sus gobiernos) también lo son.

Máquinas no triviales

A mediados del siglo XX, el cibernético austríaco, Heinz von Foerster, llamó máquinas triviales al tipo de organizaciones como el reloj, en las que sabiendo cuál es el input, puede anticiparse con alto grado de certeza, debido al conocimiento de los mecanismos mecánicos, cuál será el output. En oposición, Von Foerster, postuló que los organismos vivientes y las organizaciones sociales no se parecen a esas máquinas, sino a máquinas no triviales. En este tipo de máquinas, no solo sus operaciones pueden modificarse en el tiempo, sino también su organización, el orden de sus piezas, las funciones que estas realizan. Al contrario de los mecanismos del reloj, que tras deformarse vuelven a su configuración inicial, en las máquinas no triviales la repetición exacta es absolutamente imposible. Por otra parte, las máquinas no triviales no son insensibles a su propia historia, de hecho, almacenan los datos de todo lo que hacen y de lo que ocurre en su entorno, y modifican sus futuras respuestas a partir de esos datos. Una respuesta observada una vez para un acontecimiento puede no ser la misma para el mismo acontecimiento ocurrido tiempo después. En consecuencia, no puede saberse con certeza cuál será esa próxima respuesta. El modelo de Von Foerster de máquina no trivial, menos que un modelo para conocer las sociedades, argumenta en contra de la posibilidad de anticipar completamente los mecanismos que llevan al funcionamiento estabilizado, pues, según sus propias palabras, “la complejidad de este sistema es tan enorme que es imposible averiguar cómo funciona esta máquina”. Esto no quiere decir que es imposible conocer el funcionamiento de las sociedades, pero sí que es muy difícil predecir los futuros y, por esto mismo, controlarlas, mantener el orden de sus piezas como si fueran un reloj. Con esta definición, Von Foerster acercó la noción de máquina a las máquinas cibernéticas contemporáneas, pero también al horizonte epistemológico de la indeterminación y la incertidumbre, propio del siglo XX. En buena medida, este es un aspecto de lo que se conoce como “el problema de la gubernamentalidad algorítmica”: ¿Si las máquinas que median las relaciones sociales ya no son mecánicas, si los algoritmos toman datos de las sociedades, pero no pueden transformarlas ni ordenarlas, si el saber relojero de los gobernantes ya no aplica en este nuevo escenario, quién, qué y cómo gobierna?

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