NFT y el coleccionismo digital

Por Darío Sandrone

NFT y el coleccionismo digital

Blockchain

Los tókenes no fungibles, más conocidos como NFT, por sus siglas en inglés, son archivos digitales que suelen ser presentados como la nueva forma que adquirirá el coleccionismo y el arte en los entornos digitales. En la columna anterior nos centramos en la N y en la F de la sigla, que corresponde a la expresión “no fungible” (no intercambiable, que no se puede reponer). En esta ocasión nos ocuparemos de la T, que se refiere a la palabra token. Este término proviene de una tecnología específica, blockchain (cadena de bloques), que se monta sobre la infraestructura de Internet, y que da origen, entre otras cosas, a las criptomonedas. Hablar de los NFT es hablar el lenguaje de “las cripto”, por lo que deberemos hacer un esfuerzo para entender algunos detalles técnicos de su funcionamiento.

Las monedas digitales solo existen en internet, pero como internet existe, progresivamente, en todo lo demás, las criptodivisas se han vuelto muy populares. Con las monedas digitales se pueden hacer las mismas operaciones que con cualquier otra moneda: comprarlas, venderlas, o invertirlas para ganar un interés. Cada vez que alguien hace una transacción de este tipo, debe ser verificada. ¿Quién la verifica?, mejor dicho, ¿qué la verifica? Una computadora, o un enjambre de computadoras, que alguien ha conectado a la red para que reciba los datos y ejecute un software específico que los procese, constituyendo un nodo dentro de una enorme red que respalda la criptomoneda a través de esas verificaciones. Cada verificación, sin embargo, nunca se realiza sobre una transacción aislada, sino sobre un grupo de transacciones, sobre un bloque.

Pero los bloques no son infinitos, sino que tienen una capacidad de almacenamiento limitada. Cuando el bloque “se llena” y todas las transacciones que han sido verificadas por un determinado porcentaje de los cientos de miles de nodos, se ensambla al bloque que ha sido verificado previamente, que, a su vez, estaba ensamblado al anterior. Así se forma una cadena de bloques (blockchain), que es el equivalente a una lista de los registros de todas las transacciones, equivalente al libro de contabilidad de una empresa o la libreta de un almacenero, con la sustancial diferencia de que internet permite que la lista sea enorme (realmente enorme) y que se remonte, además, al origen mismo, a la primera transacción.

Si usted compra un Bitcoin, esa transacción quedará registrada en la cadena de bloques de Bitcoin, junto a las cientos de miles de transacciones anteriores hasta llegar a la primera. Solo en el 2021 los nodos de Bitcoin procesaron 400 mil transacciones diarias, y Ethereum, la segunda mayor criptomoneda, más de un millón. Por otra parte, y esta es la principal virtud que enarbolan los defensores de “las cripto”, mientras que el dinero que usamos fuera de internet está basado en la confianza que le tenemos (o no le tenemos) al respaldo que ofrece una autoridad central, como un gobierno o un banco —de ahí que se denomine fiduciario (fides=fe)— en las criptomonedas, en cambio, el respaldo proviene de la verificación distribuida en cientos de miles de nodos que colaboran (a cambio de un criptopago), y del férreo registro digital de las verificaciones. Esto hace imposible que alguien mienta y falsee los datos sin ser descubierto instantáneamente.

“Provingias” unidas del sur

Una vez que ya tenemos una mínima idea de lo que es la tecnología blockchain, podemos volver a nuestra pregunta inicial: ¿qué es un token?. Cada una de las criptomonedas, como Bitcoin o Ethereum, tiene su propia cadena. Los tókenes son criptomonedas que no las tienen. En su lugar, utilizan las cadenas de bloques de otras monedas. Actualmente, la gran mayoría de los NFT se crean y existen en la cadena de bloques de Ethereum.

Por lo tanto, los tókenes de la sigla NFT, son tókenes de una criptomoneda, solo que no funcionan como moneda sino como una imagen, un video o una obra de arte digital. Esta última afirmación, no obstante, es dudosa, porque también se compran, venden y se especula financieramente con ellas, aunque hay una diferencia sustancial: a diferencia de las criptomonedas, los NFT no son fungibles. Para entender esto, salgamos de internet, y tomemos un ejemplo de las monedas fiduciarias. En 1995 el Gobierno argentino le encargó al Reino Unido la acuñación de 56 millones de monedas (de metal) de $1. Si fuesen digitales cada una de esas monedas sería un token. Las monedas que vinieron de Inglaterra tenían un error de ortografía en su reverso. En lugar de “PROVINCIAS” decía “PROVINGIAS”. De alguna manera, esas monedas dejaron de ser fungibles, no eran intercambiables por otras monedas de $1, porque tenían un detalle que las volvía una “edición limitada”.

Coleccionistas de todo el mundo emprendieron intentos por conseguirlas y llegaron a ofrecer hasta $50000 por una de ellas. Los NFT son el equivalente digital de esas monedas. Son criptomonedas no fungibles. No son intercambiables, son coleccionables y se pueden vender en un mercado por un valor mayor a lo que cotiza la criptomoneda de la cadena de bloques de la que forma parte.

La criptomano de Dios

El coleccionista digital no se diferencia del de objetos físicos: ambos quieren poseer lo que nadie más, o algunos pocos poseen. Pero en Internet, donde cualquiera puede acceder a cualquier archivo, ¿cómo crear exclusividad? ¿Cómo una imagen digital, que puede descargarse, copiarse y compartirse libremente, puede ser un objeto escaso? La respuesta cripto es la siguiente: colocándola en una cadena de bloques de una criptomoneda. Al hacer eso se “acuña” un objeto digital único. Es como si una, y solo una, de las monedas acuñadas en Inglaterra hubiera tenido el error ortográfico. Esa moneda valdría mucho. Pongamos un ejemplo. Recientemente, la plataforma argentina de criptoarte, Kephi Gallery, tomó una foto digital de una vieja hoja de papel manuscrita en la que Alejandro Romero compuso “La mano de Dios”, canción sobre Maradona popularizada por Rodrigo. Esa foto digital en sí misma no vale nada, pero los dueños de Kaphi la insertaron como un token de la cadena de Binance Smart Chain.

En otras palabras, “acuñaron” un NFT. Podrá haber muchos archivos de esa imagen, posiblemente usted tenga una en su celular ahora mismo, pero “ese” archivo, en esa cadena, cuya procedencia está verificada por miles y miles de nodos, es único, y, por lo tanto, adquiere valor coleccionable. A mediados de junio de este año Kephi Gallery abrió la subasta de ese NFT con un precio inicial de un millón de BUSD, la stablecoin de Binance. ¿Cuánto pagaría alguien por ese raro objeto? La subasta permanece abierta y aún no lo sabemos, pero si se pagó una fortuna por una moneda de metal mal impresa, no debería llamarnos la atención que lo mismo se haga por ese manojo de bits tan raro.

Por el momento, los NFT no tienen mucho más valor que lo que les da el marketing y la especulación financiera, muchos los consideran una burbuja. Sin embargo, no deja ser una tecnología llamativa y en franca expansión, que, además, explora nuevas formas del mercado del arte y el coleccionismo, aspectos que desarrollaremos mejor en la próxima columna.

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