Con un ojo en el suelo y otro en el cielo
Por lo general, se acepta que la filosofía comenzó cuando un tal Tales, que provenía de la ciudad de Mileto, en Jonia (es decir, la parte griega de Asia) predijo un eclipse de sol en el año 585 aC. Con ello mostró que había ciertas regularidades en el funcionamiento del mundo que eran independientes de la voluntad de los dioses, y que podían ser descubiertas por los insignificantes humanos utilizando la razón. Se puso en marcha, suele decirse, la transición del mito al logos, algo así como la partida de nacimiento de la filosofía.
Pero Tales fue fundamentalmente un astrónomo: identificó la Osa Menor; sugirió que esa constelación podía ser utilizada para la navegación; afirmó que los años tienen 365 días; e hizo estimaciones sobre el tamaño del Sol y la Luna. Le interesaba todo lo que ocurría en el firmamento, y siempre estaba con un ojo en el suelo y otro en el cielo. Esa afición tuvo que ver directamente con su muerte. Su alumno, Anaximandro, la describió de esta manera en una carta: “Tales, en su vejez, ha tenido un cruel destino. Salió de noche al patio de su casa acompañado de su criada, como era su costumbre, para contemplar las estrellas y, olvidando donde estaba, mientras miraba a lo alto, llegó al borde de un talud muy inclinado y cayó por él. De este modo, han perdido los milesios a su astrónomo”.
Des-astre
Lewis Mumford (1895-1990), urbanista estadounidense e historiador de la tecnología, afirmaba en la década de 1960 que una de las principales transformaciones sociales que se había producido en la antigüedad tuvo lugar cuando el conocimiento aceptado socialmente dejó de estar basado en la observación de la vida, los animales y las plantas, de todo aquello que nos rodea a la altura de los ojos, y comenzó a orientarse hacia la observación de los cuerpos celestes y el descubrimiento del orden dinámico de las estrellas. Los datos del cosmos se convirtieron en insumos para explicar y predecir los acontecimientos naturales, como las estaciones, las mareas y las lluvias; y en base a ellos comenzaron a planificarse las actividades humanas, como las cosechas, las construcciones y los viajes.
El ser humano encuentra allí lo que los animales no pueden, porque no alzan la vista. Así lo retratan los versos de Ovidio: “Como inclinado, el animal mira hacia tierra/ se da el hombre a los aires, destinado a contemplar los cielos/ y erguido, alza la frente a las estrellas”. Para Mumford, se trató de un descubrimiento antropológico en el que se anunció que el humano “dependía de acontecimientos físicos que estaban más allá de su control”, y que debía conocerlos e incorporarlos como guía para sus actividades y empresas.
Esto permitió un salto en la escala de la organización social y sus realizaciones, que abrió el camino a regir las actividades de grandes masas de personas en base a lo que pasaba en los cielos.
Incluso, desde el punto de vista religioso, se abandonaron los dioses de la vegetación y la fertilidad animal, para reemplazarlos por los dioses como el sol, la luna o el rayo. Precisamente, como ha señalado filósofo Bernard Stiegler, esta concepción mágico-religiosa acuña la palabra des-astre, entendido este acontecimiento no como una catástrofe, sino como desorientación, como pérdida de toda idea reguladora, de la guía de los astros.
Las estrellas no pueden violar las reglas
Más o menos en la misma época en la que Mumford publicaba sus textos, el filósofo argentino Mario Bunge (1919-2020), publicó un famoso artículo llamado “Hacía una filosofía de la tecnología”, que se considera una pieza inaugural en esta área del conocimiento. Allí, Bunge definía a la tecnología como la actividad que sigue reglas prácticas basadas en conocimientos científicos. Para construir una nave espacial hay que seguir ciertas reglas de diseño y construcción fundadas en conocimientos físicos y químicos de la naturaleza. Solo los humanos pueden tener tecnología (y derecho, y ética, y medicina) porque solo estos seres pueden seguir reglas. “El campo de la regla es sólo la humanidad”, afirmaba Bunge, “son los hombres, y no las estrellas los que pueden obedecer reglas y violarlas, inventarlas y perfeccionarlas.”
Bunge enfatiza con ello la distinción entre el descubrimiento de leyes naturales, que son más o menos verdaderas, de la creación de reglas, que son más o menos efectivas para un propósito determinado. Siguiendo reglas (incluyendo las reglas para desarrollar tecnología médica) el humano puede aumentar su expectativa de vida, pero el ciclo de vida de una estrella es inmodificable para ésta, porque no puede modificar las leyes naturales en las que se basa.
Devenir estrella
¿De dónde salen las reglas? Una tesis posible es que, sean reglas tecnológicas, morales, medicinales o jurídicas, emergen de la historia.
A diferencia de las estrellas, los humanos tenemos registros de lo que hicimos en el pasado, y podemos tener una mirada crítica para modificar el futuro, poniendo nuevas reglas que impidan que se repitan los hechos dañinos, y estimular que lo hagan los hechos benignos. Por eso la historia nunca se repite, como el movimiento de las estrellas.
No obstante, otros teóricos han llamado la atención sobre otro proceso de transformación, cuyo comienzo podríamos situar en el siglo XVIII, amplificado al día de hoy por las tecnologías digitales, que tiene que ver con el estudio estadístico del mundo de la vida y la sociedad, y su aplicación para el control de las masas mediante al hallazgo de patrones de conductas y tendencias en los comportamientos.
Ya no se trata de basar las actividades humanas en la dinámica incontrolable de los cielos, sino controlar la dinámica de lo que sucede en el suelo, descubriendo invariantes en los comportamientos sociales para capitalizarlos, antes de generar reglas para mejorarlos.
Se busca identificar lo que de estrella hay en el humano: anticipar los movimientos sociales como se anticipa la trayectoria de un astro.
Maurice Blanchot (1907-2003), el escritor e intelectual francés, en un texto que sugerentemente llama “Sobre un cambio de época”, se quejaba que las sociedades habían dejado de extraer conclusiones de los hechos históricos, de las situaciones locales, para ser regidos por poderes impersonales que regulan fenómenos de masas, de manera maquinal y a escala global. “En la técnica moderna”, afirmaba Blanchot, “están comprimidos a la vez la organización colectiva a escala planetaria para el establecimiento calculado de los planes, la maquinación y la automatización… El hombre hace lo que, hasta el momento, solo las estrellas podían hacer. El hombre ha devenido astro. Esta era astral que empieza ya no pertenece a la medida de la historia”.