¿Qué carajo es el criptoarte?

Por Darío Sandrone

¿Qué carajo es el criptoarte?

Hace algunos años solía dictar una materia en un colegio secundario, cuyo programa exigía contrastar las formas de conocimiento artístico y científico. “¿Quién carajo es Jackson Pollock?” es un documental que me gusta mucho, y que usaba a menudo en esa tarea.

Cuenta la historia de Teri Horton, una camionera malhablada de 73 años, que en 2006 compró una pintura por 5 dólares en una tienda de segunda mano para regalárselo, en su cumpleaños, a una amiga. La cumpleañera había rechazado el cuadro porque le parecía horrible, pero alguien le dijo a Horton que no se deshiciera de él: «se parece a un Pollock». Como la buena de Teri no sabía nada de pintura, lo primero que salió de su boca fue la expresión que le da el título al documental, en el cual se muestra las particularidades del mercado de arte. Una de estas particularidades es que, para que alguien compre una pieza de dudosa procedencia, ésta debe ser validada por un experto, un “connaisseur”.

Lamentablemente para Teri, uno de los más reconocidos expertos en Pollock, después de mirar la obra fijamente durante algunos minutos, sentenció que no había sido pintada por el mítico artista. A Horton le pareció una arbitrariedad que un negocio de varios millones de dólares dependiera de la opinión personal de un señor excéntrico y pedante, por lo que contrató a un científico forense, que encontró una huella dactilar en la parte posterior del lienzo que coincidía con una huella encontrada en el estudio de Jackson Pollock. Además, realizó un análisis de cromatografía de gases, que demostró que la composición de la pintura del cuadro de Teri y la pintura del suelo del estudio coincidían. A pesar de estas evidencias científicas, dado que el “connaisseur” no levantaba el pulgar, el cuadro seguía sin tener ningún valor en el mercado de arte.

Procedencia integrada

Si Pollock hubiera realizado su obra en formato NFT, el documental de Teri nunca hubiera existido, y yo me hubiera perdido de un interesante recurso didáctico. Como ya hemos explicado en columnas anteriores, los NFT son objetos digitales insertos en una cadena de bloques, en donde están registradas todas las operaciones que se hicieron en relación a ese objeto, incluyendo la primera de ellas: su creación.

Cada obra de arte digital (o digitalizada) acuñada como NFT posee una dirección que la ubica en un lugar específico en la cadena de bloques en la que está inserta. Por ejemplo, los NFT acuñados en Ethereum, poseen una dirección de 42 caracteres. Si yo quisiera comprar una obra de arte digital, ingresaría esa dirección y podría comprobar todas las transacciones que se hicieron con esa obra hasta su origen. En otras palabras, la obra tiene su “procedencia integrada”, un registro de la cadena de titularidad, desde el creador hasta el propietario actual, validada por miles de nodos en una inmensa red de computadoras.

Es como si el cuadro de Pollock tuviera escrito en sí mismo una lista de todas las personas que lo poseyeron, incluido, en el primer lugar de la lista, el nombre del propio autor. Pero, además, es como si cada una de esas inscripciones hubiera sido confirmada por las firmas de cientos de miles de testigos. En este procedimiento de validación no es necesario que nadie sepa de arte, ni siquiera que alguien sepa “quién carajo es Jackson Pollock”. Sólo es necesario confirmar que un X le vendió la obra a otro X. Es el sistema, la red, la cadena, lo que garantiza la procedencia de la obra, y no una única autoridad experta.

Los defensores del criptoarte anuncian que esta nueva forma de producción y circulación artística es más transparente y eficaz para los coleccionistas, e incluso para los propios artistas. Como aseguran Matt Fortnow y Qu Harrison Terry en su libro “Manual de uso de los NFT”, el criptoarte “es una forma de que los artistas incrusten un fragmento de código en sus obras para poder compartirlas, sin miedo a la piratería, con la seguridad de que serán pagados directamente por sus seguidores o fans (sin intermediarios) a perpetuidad”.

Criptointermediarios

Sin embargo, la afirmación de que desaparecen los intermediarios es un tanto falaz. Más atinado sería decir que se desplazan hacia otro sector, con otros actores. Los expertos en arte son desplazados por los expertos en datos y algoritmos. Las tradicionales galerías de arte compiten con los “marketplaces” virtuales, mercados de NFT que no sólo exhiben obras de arte digital, sino también colecciones de música, propiedades inmobiliarias (ya hablaremos de eso en otra columna) o artículos de videojuegos.

Estas plataformas, además, ofrecen el servicio de validación y codificación de los NFT, y eximen a los participantes de tener el conocimiento técnico para hacerlo. Algunos de estos mercados virtuales, por otra parte, han incorporado elementos propios de las redes sociales, que permite a los usuarios recibir notificaciones cuando un creador que siguen lanza un nuevo NFT. Además de un mercado, algunos “marketplaces” toman la forma de una comunidad activa y vivaz de intercambio de información. El más grande y popular es OpenSea, que cuenta con casi 20 millones de NFT. La mayoría usa esta plataforma porque es la más fácil de navegar, y pone a disposición de los usuarios mecanismos relativamente simples para crear, vender y comprar NFT de arte digital.

Por otro lado, a diferencia de otros, acuñar NFT en OpenSea es gratuito. En cuanto a la compra y venta, sólo se puede hacer con criptomonedas de Ethereum. Aquí es donde el negocio del intermediario empieza a tomar forma. Como hemos explicado, las transacciones se validan por un enjambre de computadoras, llamadas nodos, manejados por “mineros” que cobran por hacerlo. La medida de ese pago se llama Unidad de GAS (similar al JUS que usan los abogados). Para poner en venta un NFT hay que pagar una tasa de GAS, que varía según la plataforma y el momento. Además, OpenSea cobra el 2,5% de la venta de cada NFT en concepto de comisión. Se estima que, desde su creación, ha recaudado cerca de 400 millones de dólares.

En definitiva, ni desaparecen los intermediarios ni los nuevos intermediarios lo hacen por amor al criptoarte.

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