Las palabras no se quedan quietas. Cambian, se reformulan, aparecen nuevos sentidos. Siempre es útil saber a qué se está refiriendo alguien cuando usa una palabra, de otro modo podríamos estar aludiendo a cosas distintas con el mismo término.
Pongamos por caso “liberal”. Un liberal en EEUU es considerado un “izquierdista”, que en términos de ellos significa alguien dispuesto a cobrar más impuestos para financiar planes sociales o derechos de las minorías, y su opuesto es un “conservador”. Al revés, “liberal” aquí es alguien en contra de aumentar los impuestos y el gasto social (y en su nueva versión, parecería también contrario a la libre autodeterminación de las personas). Así, sorprendentemente, gente que se autopercibe “liberal” asume posiciones tradicionalistas, reaccionarias y conservadoras.
Más allá de ese ejemplo, creo que es útil que nos detengamos en otra palabra que la cultura imperante nos ha impuesto, junto a tantas otras que valdría la pena ahondar (“broligarquía”, “deepfake”, etc.): el término “woke”, que suscita tanta atención como malentendidos. Por eso, como en cualquier discusión, conviene ver qué tiene de útil, valioso, o problemático. Cuál aspecto de la realidad aclara y cuál enturbia.
El odio de los que (dicen que) no odian
Es notable cuánto revuelo levanta la palabra woke. Por eso, conviene por empezar reconstruyendo su historia.
“Stay woke”, “Permanezcan despiertos” (diríamos “estén atentos”, y algunos pibes: “estáte pillo”) fue una consigna de los afrodescendientes norteamericanos después del final de la esclavitud. Aunque formalmente había acabado la esclavitud con la derrota del sur en la guerra civil, lo cierto es que numerosas leyes siguieron discriminando la vida social de los afrodescendientes prácticamente hasta la década de 1970. Además, la violencia extrema era un hecho cotidiano.
En ese contexto, la palabra “despertar” y “estar despierto” aparece en diarios, narrativa y, sobre todo, en la música. Lead Belly – un cantante de blues y folk imprescindible para entender la historia del pop y el rock – compone una canción sobre los “Scottsboro Boys”, que fueron falsamente acusados y condenados por el hecho de ser negros. En la introducción dice: “Si van a Alabama, les recomiendo que tengan cuidado, mejor estén despiertos (stay woke), mantengan los ojos abiertos”.
Ojo con los que están llenos de odio, que te odian por tu color. Ojo por los que te odian por lo que sos. “Permanezcan despiertos”, nosotros diríamos “ojo por dónde andan”. La amenaza era real.
La filosofía y el despertar del despertar
Emmanuel Levinas decía que la filosofía es el despertar. Es abrir los ojos y ver críticamente si las cosas que decimos y hacemos tienen justificación o no. Ver nuestros propios prejuicios; reconocer las prácticas sociales injustificadas y las afirmaciones que hemos naturalizado con el tiempo pero que no tienen fundamento; y juzgar cuáles supuestos y creencias conllevan injusticias inadmisibles.
Por ejemplo, cuáles de nuestras afirmaciones están simplemente basadas en la ventaja que nos da nuestro lugar en la sociedad (la clase social en la que nacimos, nuestro color de piel, nuestra sexo u orientación sexual, la formación que recibimos, etc.).
Así, estar despierto, “woke”, significaría reconocer la injusticia de la que somos parte incluso sin quererlo. Claro que ante ella es más fácil cerrar los ojos, por los beneficios que a algunos nos da ese lugar que ya tenemos. Ese despertar enerva a quienes no quieren salirse de sus ventajas, que las consideran naturales, merecidas, y hasta basadas en alguna noción del derecho divino (creencia nada menor en tierras del norte).
Esta larga historia se reavivó en años recientes con los asesinatos por motivos racistas y el movimiento “Black Lives Matter”. Desde ahí, el movimiento woke se vinculó con otras demandas, relacionadas con derechos civiles conculcados de algunos grupos sociales, particularmente respecto al reconocimiento identitario.
De pronto, aspectos considerados “privados” o sectoriales se mostraron altamente politizados, generando un escozor en muchas personas que, en el nombre de la “igualdad ante la ley” sólo buscaban garantizar sus privilegios arraigados.
Pero Levinas agregaba que hay que lograr el “despertar del despertar”. O sea, que también la crítica filosófica tiene que ver sus propios problemas y límites.
Es una tarea peligrosa, porque podría parecer atractiva a los anti-woke y su rechazo a los logros de la modernidad democrática e igualitaria. Podría usarla para camuflar su propio racismo, homofobia y discriminación, el nombre de la crítica a algunas incoherencias o problemas en la argumentación.
Por eso, y como en toda crítica filosófica, hay que tener cuidado, pero también coraje, justamente para mejorar las posiciones de los más vulnerados de la sociedad.
Así como es imprescindible reconocer el valor de esos reclamos de reconocimiento, para hacer una sociedad más justa e igualitaria, sensible y receptiva de la diferencia y la multiplicidad, también nos tocará revisarlo desde una perspectiva emancipatoria y democrática radical.
Tendremos que ver en qué momento el movimiento woke corrió y cayó en el riesgo de enfocar las demandas sociales desde la perspectiva de singularidades identitarias y no a partir de la crítica de estructuras sociales transversales.