50 años del adiós a Pablo Neruda

Por Leandro Calle

50 años del adiós a Pablo Neruda

Querido Pablo,

Cincuenta años ya que te fuiste para el silencio. Cien años de los crepúsculos de Maruri llenos de melancolía y tristeza que inundaron mis manos tímidas de niño. Unos dibujos eróticos de Soldi atraían mi curiosidad y fue allí que comenzaron a latir tus palabras, la tinta de tus versos y aquel extraño título: “Crepusculario”.

Y de los versos de amor llegó la muerte con sus residencias y con el mar las cordilleras y los bosques y el canto general de América: “Entonces en la escala de la tierra he subido, entre la atroz maraña de las selvas perdidas, hasta ti…”

Pablo Neruda. Hermano universal. Y contigo me llegó la poesía, el duradero olor de las panaderías, los ladrillos apilados uno a uno, los brillantes ojos de los obreros, la maraña de los mares del mundo, la cabellera de una mujer que no deja de enredarse por los pliegues del poema.

¡Qué hiciste! Si me dejaste una especie de pájaro herido que hay que siempre andar cuidando. Un pájaro que se vuela por las tardes, se escapa a cualquier hora y regresa con cantos de sirenas y el persistente sonido del mar: “la mer la mer toujours recomencé”. Sí, ya sé que es Valéry, pero no importa. Ese pájaro que dejaste aquella tarde sangra por la herida un verdor sagrado, un semen espeso que con su letanía whitmaniana viene a borrar las sombras.

Desde esa tarde, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. A veces lo espanto. Sobre todo, cuando está más animado. Le digo que se vaya, que no me siga con su cantilena. Pero él insiste y va de hombro en hombro y canta. Y, debo confesarlo, a veces, su canción es desesperada, angustia.

El mundo, no ha cambiado tanto como ustedes lo esperaban. Me refiero al partido. Los generales han muerto, y hasta parece que tú mismo has muerto a causa de ellos, como tantos. El comunismo y el capitalismo se han metamorfoseado en diversas versiones y los bosques han menguado. La herida del pájaro sigue sangrando.

Algún desavisado de contexto insiste en manchar tu reputación poética, como si a ti te hubiera importado. Ni vale la pena mencionar de qué hablo. Podés reprocharme mi amistad con Pipi Paseyro, ese sí que te contaba las costillas. En el fondo sospecho que te quiso mucho. Y, tal vez, vos también lo quisiste, sino, ¿por qué inmortalizarlo en los Cien sonetos de amor, con nombre y todo? Pero -siempre hay peros- realizó su campaña antineruda hasta el cansancio. ¿Es verdad que te amenazó con un sifón en el bar Deux Magots? ¿O era en el Flore? La última vez que lo vi, caminamos del brazo por una callecita del Quartier Latin, y señalando a lo lejos, me dijo: esto queda de aquel viejo París, esta callecita. Se subió a un taxi, se acomodó su peluquín y se fue. Creo que masticando un verso de Darío. Yo pensé que, si hubieras sido vos, seguramente hubieras elegido a Maiakovsky.

Yo elegí unos versos tuyos: “sube a nacer conmigo hermano, dame la mano desde la profunda zona de tu dolor diseminado”. Después te volví a ver en la estación Mapocho de Santiago. Y en las piernas de una mujer que cantaba con la aurora mojándole los hombros.

Aquí muchos dicen que eres un machista, pero a mí no me importa, porque el pájaro que hiere color sangre no tiene un sexo definido. Cuando le pregunto si es macho o hembra, sólo responde que es azul y me pone los ojos como tiernos, como diciendo: déjate de joder, huevón. Y si bien los veinte poemas pueden adolecer de adolescencia, todavía hay enamorados que susurran a los oídos de hombres y mujeres: “puedo escribir los versos más tristes esta noche…”

Y también hay algunos y algunas que, en las noches de insomnio, recuerdan los amores pasados y encienden un cigarrillo, sirven un vino tibio en sus copas y se duelen diciendo: “Te recuerdo como eras en el último otoño. Eras la boina gris y el corazón en calma. En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo Y las hojas caían en el agua de tu alma”.

Cuántas cosas hermosas nos diste, Pablo, cuánta poesía nació de tus labios y comenzó a contagiarse por el mundo, atravesó la Cordillera, se mezcló en la bruma de las olas, anduvo incansable por los bosques, viajó con los pájaros y el viento, se manchó de harina en las panaderías y de barro con los ladrilleros, galopó sobre caballos hermosos, exaltó a Nazim Hikmet en sus cárceles oscuras y, como dijiste, “hundió la mano en lo más genital de lo terrestre”.

Decir gracias es una manera del amor. Gracias, chileno universal, por tu canto.

Las tormentas de Córdoba nunca fueron admiradas como vos supiste verlas allá, en Totoral. Hoy llueve y estoy triste, “pero siempre estoy triste”, porque la finitud nos roe las entrañas, pero llegan volando mil pájaros azules, tus versos como olas que siguen repitiendo, y la alegría descansa en mi hombro como la luna se recuesta sobre el lago.

“Y sé que sigo y sigo porque sigo

y canto porque canto y porque canto”.

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