Un amigo llegó a casa a cenar y medio en broma medio en serio me dijo: démonos un abrazo ahora que se puede”. Lo miré sorprendido y ahí nomás me arrojó la posibilidad de que el coronavirus se convirtiera en pandemia. Dentro de poco, continuó, vamos a tener que guardar al menos un metro de distancia entre las personas, así lo indica la OMS (Organización Mundial de la Salud). Terminada la cena, nos despedimos de la misma forma –visto que la pandemia aún no había llegado a estas latitudes australes- y se fue. A mí me quedó el tema dando vueltas por la cabeza. Me zambullí en el océano de la red y pude darme cuenta que el temita” era tapa del Corriere della Sera, El País, Le Monde, y otros diarios del mundo que uno puede consultar. Cuando comencé a escribir esta columna, el virus ya se había expandido por África y había llegado a Buenos Aires.
Busqué un denominador común que se repitiera para nombrar al virus, pero encontré varios términos. De manera tácita daba vueltas el tema de la peste”. Alguna vez me dijeron que dijo Enrique Vila-Matas, que en estos tiempos posmodernos uno está entre la computadora y los libros, así que estiré la mano hacia la biblioteca y busqué La peste” de Camus. Dice el argelino-francés: Las plagas, en efecto, son una cosa común, pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras, y, sin embargo, pestes y guerras toman a las gentes siempre desprevenidas… Y sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure. La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si uno no pensara siempre en sí mismo. Nuestros conciudadanos, a este respecto, eran como todo el mundo, pensaban en ellos mismos; dicho de otro modo, eran la humanidad: no creían en las plagas. La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar…” Ya la asociación guerra y plaga me pareció interesante pero más me llamó la atención la negación de los hechos contundentes, o la duda, en el caso del médico protagonista de la novela: la duda frente a los hechos patentes.
Lo cierto es que con estos datos literarios volví sobre el coronavirus, que, como todos más o menos intuimos, comenzó en China. Según los datos, el 31 de diciembre de 2019 se detectó el primer caso (¿buena manera de terminar el año?). Varios países están afectados, y los lugares se van sumando porque el crecimiento parece ser exponencial; África y América latina cuentan ya con el ingreso del mentado virus.
El cine y la literatura han hablado tanto de catástrofes y finales apocalípticos, de distopías y destrucciones mundiales, que, de algún modo, en el mismo lugar del pánico puede aparecer la apatía, anestesiados como estamos ante tantos estímulos catastróficos.
El tema es que por ahora no hay vacuna. Tampoco hay fronteras en Europa -al menos para los ciudadanos de la Unión- entonces la cosa se complica. También se complica por demás en África, donde el coronavirus se amalgama con una situación muy endeble de salud pública. Las medidas de prevención son relativamente simples, anote: lavarse las manos, cubrirse al estornudar o toser, mantener distancia de un metro y cocción completa de los alimentos. El virus es en realidad una familia de virus. Las afecciones respiratorias pueden ir desde un simple resfrío hasta un síndrome respiratorio agudo severo. En Italia, dos o tres especialistas en virus y epidemias, ya se están peleando. Unos, para decir que no hay razones suficientes para hablar de una epidemia, otros para decir exactamente lo contrario. En la página de la OMS el coronavirus (Covid–19) es lo primero que aparece, con la cautela de no mencionar aún en los títulos epidemia o pandemia. Sin embargo, Bruce Aylwards, enviado por la OMS a China, manifestó que no estamos preparados para el coronavirus”. Finalmente, el conjunto de especialistas y el contexto advierten que el mundo debe prever la llegada de una potencial pandemia”.
Recordé ese gran ensayo de Susan Sontag (1919-2004): El sida y sus metáforas”. No era la primera vez que Sontag hablaba de medicina. Años antes, y a raíz de haber contraído cáncer, escribió un brillante ensayo que se llamó La enfermedad y sus metáforas”. En 1988, en pleno auge del sida, Sontag se atrevió a meterse por los laberintos medicales, que todavía no sabían de manera exacta contra quién estaban peleando. Ahora bien, los textos de la norteamericana son textos literarios y políticos, con una base muy sólida en lo que respecta a las ciencias de la salud; a Sontag lo que le interesó fue la relación enfermo/sociedad. Por eso llega a decir: el sida es uno de los precursores distópicos de la aldea global”. Lo que se pregunta la ensayista norteamericana es cuál es la metáfora que se utiliza cuando surge el sida, en definitiva, cuál es la apropiación retórica de la enfermedad. En el caso del VIH, la invasión extranjera sobre el cuerpo tiende a presentarse como una metáfora militar”, donde el cuerpo se convierte en un campo de batalla.
La medicina tiene mucho de lenguaje militar cuando explica al paciente lo que está sucediendo en su cuerpo. Sontag se adelanta a su tiempo, es uno de los textos que marca de manera contundente la discriminación y la relación de poder y sometimiento entre el individuo y la sociedad.
Estamos en un mundo híper conectado, un mundo de redes, pero al mismo tiempo nos pesa la amenaza del aislamiento, la posibilidad de una isla” (como dice el título de la novela de Michel Houellebecq) está cada vez más cerca. Habrá que estar atentos a la apropiación retórica que se hace del coronavirus: considerar también las metáforas que surjan cuando se habla de la enfermedad, porque, evidentemente, más allá de las estadísticas estamos hablando de seres humanos.
Es necesario tomar precauciones. Una manera es lavándonos las manos… claro que habrá que calibrar muy bien en qué sentido nos lavamos las manos.
Y ser inteligentemente responsables y responsablemente inteligentes.