Adrián Vitali es cordobés, y fue sacerdote católico. Trabaja, en su nuevo libro, desde la escritura en la deconstrucción de un modelo perimido de iglesia, con todo lo que eso conlleva. Por un lado, la clásica y certera pregunta de ¿qué es la iglesia? Por otro lado, la carga, el peso que la misma institución puede, a veces, ejercer, de manera directa o indirecta, sobre los hijos pródigos que no vuelven.
Reconocido como uno de los autores del libro Cinco curas. Confesiones silenciadas”, Adrián Vitali apoya sus palabras en el sólido basamento de la experiencia: el trabajo en las comunidades eclesiales de base y la pastoral carcelaria.
En esta ocasión, Vitali aparece con un nuevo libro: El secreto pontificio. La ley del silencio”. La tapa es sugestiva, ya que el título encerrado en un rectángulo de fondo negro oculta el rostro de los dos personajes que se abrazan. Desde la cubierta del libro, Adrián Vitali, va marcando esa gran arma de doble filo que maneja la institución-iglesia, que es el silencio y el secreto.
Pero, hay que decirlo: el título, es sugerente sin decir de manera directa la temática. Tal vez una estrategia del autor, ya que, en muchas ocasiones, cuando aparece la temática del libro, las reacciones se manifiestan tanto desde el rechazo como desde la aprobación.
Vayamos al hueso. Adrián Vitali habla de la pederastia en la iglesia católica, apostólica y romana. Pero no lo hace de una manera discursiva, ni moralizante. Tampoco busca poner la carga, como quien mete el dedo en la llaga de una institución ya demasiado vetusta, en su estructura jerárquica. No. Vitali parte de un minucioso trabajo, a partir de los testimonios de las víctimas.
Todos esos testimonios, desgarradores hasta el dolor y el asco, están debidamente enmarcados en el capítulo primero, donde hay un desarrollo antropológico, y en los últimos capítulos del libro, en donde, luego de que el lector ha conocido los testimonios abrumadores de las víctimas, el autor realiza un pormenorizado racconto” de los documentos pontificios acerca del abuso sexual en la iglesia.
Ya en la introducción, y antes de pasar a las dantescas e infernales experiencias de las víctimas, Vitali asevera que el Vaticano siempre intentó, por todos los medios, mantener en secreto los abusos que sacerdotes y obispos cometían con niños, sin importarle el perjuicio de la iglesia. Ellos conocían muy bien el problema de la pederastia dentro de la institución eclesiástica, y el desorden que tenían y tienen con la sexualidad de sus sacerdotes y obispos. Pero la política siempre fue mantener estos delitos en secreto. El celibato no es el problema: el problema es la institución monárquica y patriarcal que minimiza los casos de pederastia en sus templos, y los encubre, por considerarlo solo un pecado”.
El autor, a través de los testimonios y de una lúcida lectura de los documentos y actuaciones eclesiales, deja muy en claro algo sustancial: la diferencia entre pecado y delito.
Las referencias de los abusos sexuales son directas. La mayoría de las víctimas aparece con nombre y apellido y, asimismo, los verdugos y los lugares en los que aconteció el delito aparecen también con referencias claras y directas.
Llama la atención no solamente el magistral y paciente trabajo de Adrián Vitali al recuperar la información y devolverla en forma de libro, sino que toda esa información está, y puede ser buscada. De algún modo, la sociedad toda está, a su vez (estamos) sumida en un cómplice silencio frente a casos que no solo son hechos delictivos terribles, sino que probablemente esas acciones continúan y la institución que debiera proteger la infancia termina, como bien lo refiere el autor, encubriendo y protegiendo a los verdugos.
De manera respetuosa, pero al mismo tiempo con agudeza, Vitali, hunde su mirada en todas aquellas zonas oscuras de la institución. El papado no queda exento. Inclusive el papado de Bergoglio, que, como se manifiesta en el testimonio de Sergio Decuyper, no produjo ningún cambio real. A partir de ese testimonio, pareciera que hay una palabra hacia fuera de la institución y otra palabra hacia adentro.
Si bien el libro no hace ni una cronología ni una historia del abuso en la iglesia, el autor conoce y maneja los hitos –tristes y lamentables hitos- más significativos de este largo derrotero de delitos sexuales. La relación entre Juan Pablo II y Marcial Maciel; el caso Grassi; Monseñor Storni, obispo de Santa Fe; y, por supuesto, el epicentro del escándalo: Estados Unidos, Boston.
Este libro es un libro significativo. Su importancia radica en otorgarle a las víctimas la palabra, darles el lugar que al parecer nunca han tenido. Asimismo, cuando uno termina de leer El secreto pontificio. La ley del silencio” quedan muy claro dos aspectos: por un lado, la contundente distinción que hay que hacer entre delito y pecado; y, por otra parte, la necesaria separación que debe haber entre iglesia y Estado.