En marzo hubiera cumplido 100 años uno de los grandes sellos de la cultura argentina: Astor Piazzolla. Es casi imposible pensar el tango sin el aporte insoslayable de uno de los creadores más originales de la música popular porteña.
Nació con una estrella portentosa. Apenas un niño, en Nueva York, tuvo un papel muy secundario, haciendo de canillita en una película en las que se encontraba de protagonista nada más y nada menos que el morocho del Abasto”, el gran Carlos Gardel, exponente mayor del tango argentino.
Estudió con Ginastera y con Nadia Boulanger. Fue arreglador y bandoneón en la orquesta de Aníbal Troilo. Tiempo después comenzó a volar solo.
Formó una primera orquesta, donde la voz estuvo a cargo de Francisco Fiorentino (un cantor bastante olvidado en estos días). Fue un revolucionario del tango: hubo muchos quiebres y fracturas del tango tradicional, pero, tal vez, valga recordar la formación del Octeto de Buenos Aires”, en la década del 50. Piazzolla llega desde Europa con la marca a fuego del jazz, concretamente haber, tras escuchado a Gerry Mulligan. Astor, logra amalgamar la música clásica, el jazz y el tango, y lanzar al mercado cultural un disco completamente novedoso. Los integrantes del Octeto” fueron todos músicos de primerísimo nivel, pero entiendo que la incorporación de Horacio Malvicino en guitarra eléctrica marco un antes y un después.
Con el Octeto”, Piazzolla mezcla tangos de su autoría, como Marrón y azul” o Lo que vendrá”, junto con grandes clásicos tocados a la manera de Piazzolla”, como El marne”; El entrerriano” y A fuego lento”, entre otros grandes clásicos de la música ciudadana.
Nunca se repitió. Fue un innovador nato. Aunque mantuvo especial predilección por el quinteto en el que se lucieron los violines de Antonio Agri, y luego de Suárez Paz.
La muchachada porteña no lo acompañó de primera mano, y el nuevo tango pareciera que primero conquistó los corazones del mundo exterior, hasta que, poco a poco, se quedó a vivir en el alma porteña y de toda la geografía nacional.
En el argentino medio, Piazzolla es sinónimo de Adiós Nonino”; obra maestra de Astor, compuesta primero al piano, con motivo de la muerte de su padre. Las fibras elegíacas de la pérdida logran allí un lirismo conmovedor. Clásico de los clásicos del tango, como Caminito” o Mi Buenos Aires querido”, Adiós Nonino” dio la vuelta al mundo. Piazzola entraba definitivamente en la historia del tango y del corazón de los argentinos.
El Festival de Jazz de Montreal lo tuvo como invitado especial, y el tango se codeó con el swing, el free jazz y el bebop. Al Di Meola, el gran guitarrista estadounidense, le dedicó, en 1996, un disco entero: Di Meola Plays Piazzolla”. La lista de intérpretes célebres sería interminable.
Junto con el montevideano Horacio Ferrer construyó una dupla magnífica, que amalgamó el nuevo tango con una poesía canyengue y, al mismo tiempo, surrealista. Así surgieron Balada para un loco”; Chiquilín de Bachín”, y hasta una ópera tanguera: María de Buenos Aires”, que, en la primera parte, contiene Fuga y misterio”, otra de sus grandes creaciones.
Lejos de importarle las críticas de cierto ambiente atávico y conservador del tango, el marplatense no se detuvo nunca hasta que, en la infausta década de los 90, tuvo un infarto cerebral; unos años más tarde, en 1992, la parca se lo llevó a tocar tangos al cielo, seguramente al lado de Pichuco.
Dos versiones puede encontrar el lector, que son memorables y dan vueltas por la web. Me refiero a dos registros de los dos bandoneones juntos. Troilo y Piazzolla, bandoneón con bandoneón: Volver” y El motivo”. Es un soplo la vida y, sin embargo, en ese breve soplo hay talentos capaces de ofrecer una obra inmensurable, un giro indiscutible en la historia del tango. Y aquí reside una paradoja llamativa y de la que pueden sacarse interesantes enseñanzas.
El tango, esa materia sutil y nostálgica; esa tristeza que se baila; esa melancolía que rompió con el tango lupanario de las orillas y con Mi noche triste”, se fue volviendo el tango canción: con Piazzolla supo salir del mero relamerse en el pasado, y proyectarse musicalmente hacia el futuro.
Piazzolla agarra al tango por las astas y lo logra sacar de su zona de confort, de ese lugar cómodo del siempre fue así”. Piazzolla lo estira como a las arrugas de su bandoneón, y lo vuelve moderno sin perder un ápice de su esencia.
Los ruidos de Buenos Aires están ahí en esos ruidos piazzolianos del violín: la chicharra, el látigo. Piazzolla se volvió la respiración de Buenos Aires.
En algún punto la obra de Astor se vuelve incómoda, molesta, porque nos obliga a mirar hacia el futuro: Lo que vendrá”. Nuestra Córdoba, tan conservadora y atávica como antiporteña, también puede sentirse incómoda, pero también puede aprovechar esta gran lección del marplatense, que pudiendo quedarse en el pasado lastimero y hacer el mismo tango que siempre se hizo, construyó una de las obras más destacadas en el mapa musical del universo.