“Almacén de Ramos Generales”, de Rosalba Campra

Por Leandro Calle

“Almacén de Ramos Generales”, de Rosalba Campra

¿Qué otra cosa puede hacer el tiempo, sino pasar? Este libro, “Almacén de Ramos Generales”, es un libro sobre el tiempo. Como un río que pasa y que no vuelve, el tiempo es algo que nos sucede a todos y a todas. Y solamente tenemos conciencia de este paso en algunas ocasiones. Si nos remitimos a Heidegger podríamos tomar aquella presencia del ser, como presencia del tiempo que acontece en el tedio, el júbilo y la angustia.

El libro de Rosalba Campra es un libro que se remonta a la infancia, ese país que no sabemos muy bien a dónde va, cuando se va. Pero que suele surgir en los momentos más inesperados. El “Almacén” tiene una connotación precisa e histórica: “la proyección mitológica de la proveeduría fundada en Rufino, por mi abuelo Ángel, en 1913: La provisión del Ferrocarril”, dirá Rosalba. Pero lo cierto, al menos para mí como lector, el Almacén, en este libro, se alza como una Imago Mundi: “cuando yo llegué a conocerlo, era un espacio que albergaba todo lo imaginable, material o inmaterial, de los caramelos a los miedos”.

Así como en Borges, la Biblioteca es una imagen ceñida del Universo, el Almacén es una analogía del universo. Y es a partir de este “almacén-universo” donde comienza el viaje. Rosalba, de algún modo, es Ulises saliendo de su Ítaca y siempre regresando, o queriendo regresar, pero siempre yéndose. No hace falta decir, para quienes la conocemos, que la autora -residente en Roma- es una viajera incansable por los caminos terrestres, pero también por aquellos caminos interiores, de la imaginación y la literatura. Dice Rosalba: “Camina que caminarás/ en busca de lejanías./ Pero no basta con medir/ cuánto has andado/ para saber qué lejos fuiste”.

Este salir, implica, arraigos y desarraigos: “Uno entiende eso de las raíces/ después del primer arrancamiento./ Se puede echar raíz en cualquier tierra./ Y florecer./ Pero sigue doliendo”.

El tiempo, en este caso, es semejante al Tiempo sagrado que proponía hace ya muchos años el rumano Mircea Eliade. Es decir, no es un tiempo cronológico y lineal, sino circular. Asimismo, el espacio, adquiere también una connotación sagrada cuando rompe su constitución ordinaria y se erige como un “centro del mundo”, es decir un lugar sagrado, donde podemos tocar algo que va más allá de la pura inmanencia; o, mejor dicho, en donde un aspecto de la inmanencia adquiere un carácter trascendente. El Almacén es, en este libro, un “centro del mundo”, al menos un centro del mundo y espacio sagrado para la autora.

El tiempo y el espacio sagrados se visibilizan a través de ritos. Ritos personales. El tiempo sagrado que es circular suele ritualizarse, en los pueblos primitivos, a través de las fiestas, ese día significativo en un pueblo determinado. Eliade refiere que en los tiempos modernos (hoy postmodernos) la lectura es una interrupción del tiempo ordinario, y análogamente podría compararse con un tiempo sagrado.

Imagino -o quiero imaginar, o arriesgo- que la escritura en Rosalba Campra es una manera de ingresar en el espacio y tiempo sagrados. La escritura como una manera de volver. También, como una manera de pervivir.

La autora, en la nota de “Itinerario” dice: “Las páginas que siguen dan cuenta de las etapas y fuentes donde encontré inspiración para el itinerario hacia mi Almacén”. Quisiera detenerme un poco en la última parte de este párrafo: “El itinerario hacia mi Almacén”. Tenemos el lugar, es decir, el Almacén, y el hecho de salir, de partir: el itinerario. La preposición “hacia” denota sentido y movimiento, salir de sí. Pero es el posesivo “mi” el que me interesa. No es cualquier Almacén, es “ese” Almacén concreto. Ese valor afectivo que otorga el posesivo y que como de literatura se trata, sabemos que es profundamente personal y al mismo tiempo tiene validez universal. Es decir, nos toca, nos conmueve, porque, insisto, de lo que se habla aquí, es del tiempo y el tiempo anida en todos nosotros.

Más que un andar errático, hay un peregrinar. El peregrino vuelve (el errante no necesariamente). Pero cuando el peregrino vuelve, al igual que Ulises, vuelve ya transformado, y asimismo encuentra la realidad dejada, cambiada, alterada. A veces el deseo de irse revela mucho tiempo después que uno se va para volver.

Hay otro aspecto: es el binomio Almacén-Museo. Los museos aparecen frecuentemente en el libro, pero, a diferencia del Almacén, el museo, tiene un carácter estático: “Lo que aquí se exhibe son despojos”, dice Rosalba. Es el recuerdo estancado (al menos si tomamos el museo en su caracterización clásica. Sabemos que hoy la museología, estudia otras maneras de ofrecerse). El Almacén, por el contrario, es un lugar de comunicación, un lugar de venta, de reunión, de intercambio. Las cosas que, en el museo clásico, permanecen estáticas, en el Almacén, viajan y van de una mano a otra mano.

El viaje y el tiempo aparecen. “Ligeros de equipaje” como dice Machado, es casi seguro que en el viaje vamos dejando cosas por el camino. “No sé qué es lo perdido”, dice Rosalba: “No sé si antes de llegar/ al verso del final/ me alcanzará el tiempo/ para darme cuenta/ de qué me estaba despidiendo/ cada vez/ sin darme cuenta”.

El ingenioso Ulises, el Ulises “polítropos”, llegó a su Ítaca para seguramente volver a partir. Y si en la historia homérica no partió de nuevo, tal vez fue porque todos en la escritura somos en parte Ulises, saliendo de nosotros, de “nuestro” Almacén, porque todos tenemos una porción de tiempo y espacio sagrado, que alguna vez hemos dejado para salir a recorrer el mundo. Ulises, como Rosalba, es reincidente. Y aquí hago referencia a ese magnífico poema que es “Reincidencias” en donde aparece aquello inasible, aquello que nos hace salir y volver y volver a salir: el amor. Sea éste un amor de eros, un amor filial o el de ágape, el amor fraternal o amical. “A pesar de la espera/ de la ausencia/ a pesar del error/ de la traición/ del tiempo/ y otros argumentos/ por demás trillados/ el amor aun/ a ciegas/ persevera”.

Este poema de Rosalba Campra está en el centro del libro, en la página 53. El poema, es también un “centro del mundo”, un lugar sagrado. Escondida, entre la maraña de los viajes, oculta entre los tarros de azúcar, la yerba, el tabaco; en algún lugar significativo de este “Almacén de Ramos Generale”s, se encuentra este poema, y en el medio del poema, la palabra “amor”.

¿Y el amor? El amor es como el tiempo: vive pasando.

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