Antonio Tello, el desterrado

Por Leandro Calle

Antonio Tello, el desterrado

Me llama el desterrado por teléfono. “Tengo un libro para vos, me dice, se llama “Asteroides” y creo que va a ser el último libro de poesía que escriba”. Dejate de joder Antonio, le digo. Charlamos de otras cosas. Por qué “Asteroides”, le pregunto. Luego, más tarde con el libro ya en mis manos, leo una definición que hace las veces de epígrafe del libro: “Asteroides: pequeños objetos celestes rocosos de forma irregular y rotación errática que orbitan alrededor del Sol. Son restos del momento de formación de los planetas”. Es decir, “reliquias” en su más etimológico sentido del término: lo que queda. En verdad, lo que quedó dando vueltas de esa numerosa, profunda y vasta obra que es la de Antonio Tello.

Nació en Villa Dolores en 1945, pero estuvo tempranamente relacionado con Río Cuarto. Padeció la persecución de la Triple A y de la Dictadura militar, y por eso emprendió la marcha rumbo al viejo continente. Se quedó cerca de 40 años en Cataluña, trabajando incansablemente como escritor y como editor. En 2013 decidió volver.

Hoy, Antonio Tello, es un escritor del “entre-deux” (entredós) vive un poco allá y un poco acá: “¿Entro o salgo? ¿En qué lado del umbral me encuentro?”. Tello vive entre una ciudad con mar y una ciudad sin mar.

No le gusta la palabra “exiliado o exilado”, elige ser (o, mejor dicho, se identifica con ser) un “desterrado”. Lo que es necesario saber es que los desterrados llevan la tierra en el corazón y, por alguna misteriosa inquietud del universo, la escritura es su patria definitiva.

Ediciones de la Yunta y Cartografías publican este libro de Tello. Libro que, lejos de agrupar “restos”, “partes” o “fragmentos” que quedaron de otros libros o de otros procesos de escritura, tiene la consistencia de un libro profundo y vital y que, asimismo, al igual que los asteroides, nace de un orden, tal vez diferente al de otros libros, pero poseen su matemático equilibrio cósmico.

El tiempo y la soledad son dos aristas importantes de este libro. Y, de algún modo, el paso del tiempo, la vejez y la aproximación de la muerte. Muerte y su interrogante del después: el más allá.

Los poemas que nos ofrece Tello son, por momentos, aforísticos, epigramáticos e incluso incursiona en el grafiti. Otros tienden al poema en prosa y también, muchos de ellos, comienzan con puntos suspensivos, como si fuesen “partes” de otra cosa. Como si hubiese una discontinuidad que se comprende desde la falta o desde la ausencia.

El humor también encuentra en los grafitis esa vena popular “bochinchera” cordobesa al decir de Borges: “Mi mujer se marchó con mi mejor amigo. Cuánto lo echo de menos”.

A medida que avanzamos, los poemas revelan lecturas, tanto filosóficas como literarias. Una mirada aguda del mundo circundante. El tema clave es la finitud. Orfandad y destierro: “Te yergues y caminas. Empiezas a andar./ Los seres queridos son huellas. Huellas de/ tus pasos persiguiendo el horizonte./ ¿Qué hay más allá? Preguntas ¿Qué hay más allá?/ Encajas los dedos entre las piedras y trepas el alto muro. Entonces, cuando,/ ya sin uñas, el esfuerzo te ha elevado/ hasta el último horizonte y desde él/ puedes ver detrás de ti el luminoso/ laberinto de tus pasos, oír el rugido/ de la bestia y el fragor del mundo, ya eres,/ huérfano y desterrado, una conciencia/ descarnada en la boca del abismo”.

Antonio Tello es un Ulises que no vuelve. Su condición de poeta es la errancia y no el peregrinar. La condición del peregrino es circular. A mi memoria viene la trilogía “La balada del desterrado”, tres novelas imprescindibles para entrar en la narrativa del autor dolorense. Su tercer tomo, “Más allá de los días”, me resulta muy cercano a “Asteroides”. Ese hombre (Manuel T.) que camina y camina por una tierra devastada y que no comprende aún el final de su camino.

Lo que Tello logra (tanto en narrativa como en poesía) es sostener -sin cansar- los interrogantes. Sostiene la pregunta y con ella comienza a cavar, y es más lo vacío que lo lleno. Crea espacio sacando.

Evidente libro de madurez que, a su vez, se relaciona con toda la obra antecedente. Errancia y destierro que ya tenían su “big bang” en “El día en que el pueblo reventó de angustia” (1973).

Tello es considerado una de las voces destacadas de la literatura argentina del exilio. A mi entender, se debería ir considerando al autor como una de las voces destacadas de la literatura cordobesa. De todos modos, será tarea de los críticos, o de vaya a saber quién. Lo cierto es que Antonio Tello sigue la huella de la noche que está cerca, le mide los trancos y se pregunta: “¿hacia dónde galopa el caballo de la noche?”.

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