“El gran río”, de Sol Aliverti

Por Leandro Calle

“El gran río”, de Sol Aliverti

¿Y por qué, no comenzar el juego jugando? Ciertamente hemos perdido hace ya mucho tiempo el carácter lúdico de la literatura.

Hoy no es un buen día. Esta semana no ha sido una buena semana. Hasta quizá el mes no lo haya sido. Cierta tristeza que se apelotona en el pecho. La sensación de finitud que siempre me persigue. Entonces, ¿por qué no jugar?

Abro el I Ching al azar, antes de comenzar esta reseña y me digo para mis adentros que lo volveré a abrir dos renglones antes de terminar este texto.

Hexagrama 7: El ejército. La imagen primera es la de un embotellamiento, es exactamente la sensación que tengo en estos días, la de estar con los nervios crispados y en espera. Ni se avanza ni se retrocede y esperar resulta altamente peligroso para mi ansiedad. Pero, bueno, ya he entrado en el juego. El juego de “El gran río”. Porque, entérese el lector, que el I Ching que he consultado no es el I Ching que todos conocemos: es un nuevo I Ching, personal y literario. Es el libro de Sol Aliverti, que ya tiene sobradas muestras de ser una cronista de primer nivel.

En ese “gran río” de la literatura, que decidimos sectorizar a través de los géneros: novelas, cuentos, poesía, crónicas, etc., Sol Aliverti se mueve como pez en el agua y con una sólida desfachatez para dar por tierra esos compartimentos estancos y armar un collage personal. ¿Son relatos? ¿Historias? ¿Crónicas? ¿Ficción o autoficción? Es todo eso. Lo que permanece es el tono, el curso de un río que corre y corre hacia una nada metafísica.

Sol elige la estructura del I Ching para exponer e incluso exponerse de una manera inteligente, atractiva, novedosa. Un I Ching personal, pero que conforme lo vamos leyendo se vuelve nuestro. De entrada, nos invita a quebrar, a romper esa fijeza del principio y del final. Cuando entramos a un río no entramos ni en su comienzo ni en su fin, entramos en un río que corre… el tiempo. Por eso, la finitud, la contingencia metafísica de lo cotidiano está tan presente: “También me dijo que había que elegir de qué lado de la realidad uno prefería ser derrotado. Creo que eso es lo que compartían con mi abuelo: no decidieron de qué lado pretendían ganar, sino bajo qué circunstancias y consignas preferían perder… Pero tanto mi padre como mi abuelo sostenían otra cosa: el tiempo era pérdida y la única ganancia es transitarlo como quien va arando un campo infinito. No hay ganancia en el tiempo. Sólo hacer lo que es debido y saber perder y saber qué hacer con la pérdida”. (Hexagrama 47, La desazón).

Como quien va arando un campo infinito, es la imagen que me cautivó tal vez por su hechura poética que se entrelaza con el texto. Y evidentemente el hecho de “saber perder” me retrotrajo al final del soneto del poeta cordobés Osvaldo Pol: “Y no debe importar. A lo acabado/ le quedan mil comienzos todavía,/ aunque oscuro ande el sol y desolado.// Decir adiós… Negarse a la osadía/ de pretender lo que nos fue negado./ Saber perder es la sabiduría”.

Para estas alturas, ya navegábamos en las profundas aguas del gran río. Ya estaba perdido en las hojas del I Ching de Aliverti, y sus aguas comenzaban a volverse mis propias aguas: apropiaciones, recuerdos, asociaciones, fantasías y nostalgias. Porque de eso se trata la literatura, de hacernos entrar en el gran río de nuestras propias aguas.

Con este libro, Sol Aliverti inaugura otra forma de leer, más “rayuelesca”. Ella, que conoce el rigor de los datos fehacientes de la crónica -donde el detalle puntilloso de quien la escribe es necesario- nos ofrece una construcción calidoscópica, dinámica, misteriosa y oracular. Pero, al mismo tiempo, oráculo y misterio, acontecen desde una narrativa sencilla, sin palabras grandilocuentes ni difíciles, sin hermetismos. Justamente, la llaneza del río, liso en la superficie, deja entrever un fondo en donde se arremolinan las turbiedades.

Para eso es necesario meterse, zambullirse y dejarse llevar. Sabiendo, al mismo tiempo, que todo esfuerzo por no ser llevado por el río es en vano, porque el río está en cada uno, y tarde o temprano nos llevará con su corriente.

“Me atravesaba un río, me atravesaba un río”, supo decir el entrerriano Juanele Ortiz.

Y ya es hora de consultar nuevamente el I Ching, para salir del gran río de Aliverti.

Los hexagramas de Sol no están en orden. Hago un poco de trampa, porque en vez de abrir el libro al azar decido escudriñar el hexagrama con mi número perdedor favorito: el 37. Hexagrama 37, en la página 104: “La familia”. ¡Vaya tema! El lector encontrará allí un relato magnífico donde la locura, la belleza y la muerte se entremezclan. La historia de la abuela Leda, una abuela muy particular. Según la mitología griega Leda en algunas versiones es fecundada por Zeus que aparece en forma de cisne y así nacen Castor y Pólux. Los gemelos representan, en cierto modo, esa dualidad de lo inmortal y lo mortal, lo trascendente y lo inmanente. Carácter dualista del ser humano.

Comenzamos con el hexagrama del ejército y terminamos con el de la familia, dos colectivos tan contrapuestos y semejantes como los gemelos. Cierro el gran río. Hay un zumbido de abejas que va apagándose. Parece un libro tranquilo, pero sé que al abrirlo me visitarán los fantasmas de un río interminable. Saber perder.

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