Fernando Noy nació en el sur, en Río Negro, pero hoy podemos afirmar que es una pieza clave en el enclave cultural del Buenos Aires porteño. Inclasificable, como la misma solapa biográfica de su libro en Sudamericana lo indica: es escritor, poeta, actor, performer y muchas cosas más.
Junto a Batato Barea, Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese (“feroces antidivas contraculturales”), y varios más, fue protagonista del “under” porteño.
“Peregrinaciones profanas”, el nuevo libro de Noy, nos invita a desandar su propio itinerario. Con su “eterna costumbre de espiar”, como dice muy al comienzo, nos vuelve voyeuristas. Comenzamos a pasar una a una las páginas y no podemos detenernos. Los chicos y chicas “correctos” de los ochenta, espiamos y espiamos, dándonos cuenta de cuántas cosas nos perdimos.
Motivado por Pedro Lemebel (“No hables más Noy, escríbelo”), estas memorias dan cuenta de un estado de la cultura que latía y palpitaba en lo más recóndito del corazón de Buenos Aires. Brillantes, descarados y auténticos, no se traicionaron nunca.
Hablo de esa contracultura porteña culta que supo experimentar y romper las estructuras. Por las páginas de Noy desfilan Pizarnik, Olga Orozco, Fabiana Cantilo, París, Bahía, un sinfín de putos anónimos o conocidos, no importa. Es entrar en una comparsa de carnaval, mientras vamos dando vueltas las páginas con fiebre.
No hay tiempo, a veces, de revisar o de quedarse: el ritmo no es frenético pero no se detiene, te lleva. Son memorias, pero también esa memoria está narrada por un escritor, entonces se vuelve novela, aventura, suspenso, reflexión. “Creer, o no seguir leyendo” como dice el mismo Noy. ¿Pero cómo no le vamos a creer? Si lo que tiene Fernando es justamente la palabra en carne viva:
“Por algo él y tantos hombres a los que amé me trataron como si vieran en mí a la verdadera mujer que me habita, al mismo tiempo roquera, tanguera, lujuriosa, madre de Krishna Azul, profetisa, carnestolenda, drogadicta, rastafari, neosufí, bahiana, mapuche, candomblera, ah y por si esto fuera poco, podría agregar tres p: puto, poeta y peronista”.
Imagino que el mismísimo Truman Capote, desde su cielo, se agarraría la panza y destornillaría de risa al leer el párrafo anterior, para luego ponerse de pie y aplaudir como en una noche de gala en el Colón.
Noy ya había incursionado en el tema con “Historias del under” (Reservoi books, 2015) y ahora, con “Peregrinaciones profanas”, adjunta su propia historia. Peregrinaciones, que, a diferencia de la errancia, vuelven al punto de partida. En Noy, el punto de partida es siempre la creatividad o el acto de escribir (última palabra del libro, con unos significativos puntos suspensivos).
Noy siempre está volviendo y siempre se está yendo. Es como el ouroboros. En la cultura, la nuestra como la universal, los acontecimientos se repiten. La vanguardia pasa a ocupar el lugar de la retaguardia, lo revolucionario pasa a ser atávico, y el ciclo dialéctico vuelve a romperse y a transformarse. Noy siempre parece estar rompiendo. Siempre en permanente estado de creación o de asombro, que es lo mismo. O lo encontrás adentro del magma de las cosas, quiero decir, en lo profundo; o está en los márgenes, en los arrabales despreciados por el oficialismo cultural, donde brilla la purpurina en el ojo de la noche.
Esta gran memoria del “under” (“engrudo”, como le gustaría más a Noy) porteño, evidentemente no está exenta de dolor, de persecuciones y de injusticias. Pero no importa, “quién les quita lo brillado”.
Ahí, cuando las sombras acechan, yo adivino el susurro de la voz de Alejandra, la amiga, la maestra: “Canta como si no pasara nada”.