Juan Maldonado, escritor

Juan Maldonado, escritor

“Memorial J”, es un libro entrañable del escritor y editor Juan Carlos Maldonado. El subtítulo, dirige la mirada hacia donde pronto, después de la lectura, va a dirigirse el corazón: “Testimonio de un interno del Hogar Escuela Juan Perón (1952-1957)”.

Cerca de quinientos niños albergó aquel hogar escuela, y entre los 5 y los 10 años, “J”, estuvo allí, modelando su infancia, impregnándose del amor y del odio de los seres humanos.

Las primeras páginas del libro se demoran. Ajenas a la escritura veloz y anecdótica de estos tiempos, toman un tono proustiano donde la rémora se deleita en los adjetivos, en los meandros evanescentes de la memoria.

“Hubo silencio, habrá silencios”, dice Maldonado y entonces descubrimos que la infancia y su doloramor (así todo junto) es un camino complejo a transmitir.

Pienso en cuántos libros, millares y millares de libros han pasado por las manos del editor, un editor que lee todo, que corrige, relee, piensa. Y creo no equivocarme que al cabo de tantos años estas memorias literarias de la infancia son el fruto de un silencio hondo, un silencio que se hizo escritura apoyado, empujado y abonado por las palabras que llegaban a su oficio de editor.

Es un libro valiente, porque uno se expone en las memorias y porque lo que allí se cuenta habla de la grandeza y de la miseria del ser humano. Es un libro hondo porque no hay nada más atroz que la soledad o el sufrimiento de un niño y no hay nada más hermoso que la felicidad compartida con amigos. La escritura al principio se demora en su propio estilo porque hunde la raíz y avanza no hacia adelante sino hacia adentro.

“Detenidos nos miraríamos; nos habían dejado como al descuido. No entendíamos nada, ni qué era el lugar ni la razón por la cual estábamos allí… El Hogar Escuela Juan Perón que J llamó, para siempre, Hogar Escuela Fundación Eva Perón quedó en él como el soporte inicial que marcó definitivamente su vida”. Este solo párrafo revela la marca de fuego que, habiendo madurado, se vuelve palabra, libro y también testimonio de una época.

Cinco años pasó allí “J”, pero esos años no fueron siempre iguales. A la inversa del florentino que comenzó por el infierno y llegó al cielo, “J” comenzó por el Paraíso, Paraíso perdido que era fruto de aquella máxima peronista que decía: “Los únicos privilegiados son los niños”. Como lo expresa el mismo autor: “nos permitió sentir que la vida era una fiesta. Algo infrecuente para los humildes. El cariño nos lo brindaron desde el comienzo de cada jornada organizada de manera impecable…” Pero esa felicidad se vio truncada por el golpe de Estado de 1955 y es así que “J”, nuestro protagonista testigo, al revés del Dante, pasa –sin purgatorio previo- del paraíso al infierno.

La Revolución “fusiladora”, no extendió solamente su odio y sus tentáculos en el mundo de los grandes, sino que también se hizo sentir en los territorios de la infancia, más aún, en las infancias humildes y desposeídas. “Los niños de entonces, los que estuvimos, como internos bien tratados en el Hogar Escuela Juan Perón, ingresamos, por invisible mano, a uno de los recodos del Infierno donde las llamas de la crueldad ardieron sobre los indefensos cuerpos”.

El hombre votado democráticamente por el pueblo, pasó a ser el tirano y Eva Duarte, a quien llamaban cariñosamente Evita, pasó a ser la Perona, la puta, la yegua, o “Esa mujer” como la inmortalizó Rodolfo Walsh en un cuento magistral.

El contraste que hay entre una y otra etapa es determinante y el quicio que une infierno y paraíso está cristalizado con la irrupción de botas, represión y disparos. Más allá de las anécdotas que surgen en las dos etapas, a partir del testimonio de “J”, el lector asiste a un tiempo narrativo que es el de la infancia. La recuperación de esa mirada desde la madurez que dan los años.

No son “anécdotas”, es experiencia pura madurada a lo largo del silencio, silencio que tal vez, me atrevo a interpretar, se rompe con el trato cotidiano del escritor con la palabra literario/poética de otros/as. La posibilidad de un decir que es necesario decir y dejar por escrito. En definitiva, la tarea, el desafío de no olvidar.

El purgatorio que no existió en el pequeño “J”, acontece tal vez ahora en la escritura, en el libro.

La escritura como una forma de purificación de la memoria y de la historia. La escritura como un ámbito que se abre a la esperanza pero que es también un ámbito de “pena”, en sentido teológico de purificación, de transición entre un mundo y otro.

Releo algunas partes del libro de Juan y se me vienen a la cabeza dos letras de canciones: una de Charly García: “Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad”; la otra letra es de aquel destacado mendocino que fue Tejada Gómez, su palabra casi como una obligación ética: “Es honra de los hombres proteger lo que crece/ cuidar que no haya infancia dispersa por las calles… porque de nada vale, si hay un niño en la calle”.

 

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