Al grito de “tiembla la casta”, el candidato de “La libertad avanza” blandió una motosierra en su recorrido electoral. La imagen se viralizó con rapidez.
El hombre que se propone ser presidente de la Nación levanta una ruidosa motosierra, y entre la muchedumbre que lo acompaña grita que la casta tiembla. Es una imagen peligrosa. Hemos llegado a un nivel de violencia que pareciera que ya no nos importa nada. Hay una evidente apología de la violencia disfrazada de espectáculo televisivo.
Pero gobernar un país no tiene nada que ver con la conducción de un “reality show”. Resulta patente que estos gestos, estas acciones simbólicas están pensadas y que tienen un alto porcentaje de adhesión en una sociedad agotada, empobrecida y con la cabeza quemada por la televisión basura.
Los gestos simbólicos son tan viejos como la Biblia. Basta recordar a los profetas en el Antiguo Testamento para encontrar acciones enigmáticas, plásticas y sorprendentes, que tenían que ver con la relación del pueblo y el poder. En este sentido, es interesante ver que un candidato pueda expresarse no sólo a través de un discurso sino de gestos simbólicos. Ahora bien, cuando el gesto simbólico tiene que ver con la amenaza, con mostrar un elemento utilizado en las películas clase B para torturar, cabe preguntarnos hasta dónde hemos llegado.
Como país pasamos un momento difícil de nuestra historia: falta de trabajo, hambre, inflación galopante, un gobierno ausente, una oposición lamentable y un contexto internacional y ambiental poco favorable. El hartazgo es patente y la esperanza se encuentra casi vencida. Cualquier palabra política, venga de donde venga, ni ilusiona ni soluciona nada. Pero entre el decir y el hacer aparece el gesto espectacular, plástico, del símbolo: una manera visual de hacer política.
El candidato con la motosierra levantada amenazando atrae todo el resentimiento, la bronca, la impotencia. El hambre que se siente, el trabajo mal pago, el aumento cotidiano de los alimentos, la imposibilidad de crecer, toda la frustración puede concentrarse en el filo dentado de esa motosierra. Todo eso puede cristalizar allí en ese ruido que pareciera decir: ya van a ver, ya van a ver cuando yo los agarre con esta motosierra. El recorte fiscal y otros recortes (tal vez el de la misma libertad) quedan patentes.
El candidato de la motosierra ha insistido en que hay que achicar el Estado. Es más, esgrime con total frontalidad que el Estado no sirve. ¿Si el Estado no sirve, me pregunto yo para qué querrá entonces llegar al gobierno?
Hay hartazgo y se manifiestan expresiones violentas y antidemocráticas de una manera natural, como si nada pudiese acontecer. ¿Estamos ante el umbral de la violencia? En 40 años de vida democrática, uno de los tres candidatos necesita mostrar una motosierra para patentizar sus ideas. Pocos meses antes, la vicepresidenta de la Nación sufrió un atentado. ¿Pasamos ya ese umbral de la violencia?
No me da miedo un candidato de estas proporciones. Lo preocupante es la naturalización con la que, a través de los medios, se acepta una patente apología de la violencia. Es también preocupante la subestimación de estos temas. Nadie le da importancia a estas acciones hasta que comprenderemos que allí anidaba “el huevo de la serpiente”.
No es normal, no está bien. El cuerpo social ha comenzado a dar señales concretas de descomposición. Un proceso que no es un fenómeno aislado ni coyuntural: ha ido creciendo de manera paulatina, y comienza a rendir sus amargos frutos. Y todos somos responsables, en diferentes proporciones.
Un viejo chiste de humor gráfico situaba a dos jardineros conversando, uno de ellos le decía al otro: “disfrutemos mientras podamos”. El juego de palabras (poder y podar) nos hace reír. En este caso, la poda y el recorte y -lo más preocupante- la violencia que conlleva la imagen de la motosierra indicarían otra cosa. ¿Quiénes van a disfrutar? ¿Podemos aceptar como sociedad el regodeo perverso de alguien que pareciera disfrutar, o sentir placer, con el hecho de esgrimir la violencia como bandera? ¿De qué libertad se habla? Los votantes “motosierristas”, cuando ellos mismos sean recortados en sus derechos, ¿podrán seguir gritando “viva la libertad, carajo”?
Además, es un discurso viejo que se vende como nuevo. La receta es añeja y ya la conocemos. No hay nada nuevo en la propuesta: es simplemente el otro modelo de país que, travestido de modernidad, socavará los derechos que supimos conseguir.
La democracia tiene que ver con el dialogo, ¿se puede dialogar con alguien que blandea una motosierra en su mano? Lo más probable es que salgamos lastimados.
La mezcla de ajuste y corrupción es letal y es causa de sufrimiento en los ciudadanos. Todos los gobiernos han sido responsables de este binomio en mayor o menor grado. Lo preocupante es que ahora se asoma este tercer factor, la violencia. Ajuste, corrupción y sangre es un triunvirato desaconsejable para nuestra democracia. No avanza la libertad, lo que está avanzando es la violencia.