Veintiocho poemas breves componen el libro de Nélida Cañas, que tiene por título: “Respiro un campo de lino”.
La brevedad, en poesía, es algo bello y al mismo tiempo difícil de lograr. Recuerdo, hace muchos años en un departamento de la calle Marcelo T. de Alvear, en Buenos Aires, que Elizabeth Azcona Cranwell hablaba de diástole y sístole en el poema: momentos de concentración de la palabra y momentos de estiramiento, donde la palabra poética se explaya.
Si tuviéramos que ejemplificar estas dos maneras yo diría, los apretados y concisos poemas de Antonio Porchia, y la hermosa desmesura de Olga Orozco.
Los poemas de Nélida Cañas, evidentemente se encuentran en el espacio de la brevedad y concisión. No son ni sentencias, ni aforismos. Tampoco apotegmas morales. Son lisa y llanamente poemas, que, en este caso, tienen una fuerte vinculación con un doble paisaje: el paisaje interior y el paisaje exterior.
Ya el sintagma nominal de “Respiro un campo de lino” propone este derrotero para el lector. Una dimensión interna y otra externa, vinculadas por el supremo acto de respirar que en definitiva es lo que sostiene la existencia.
Nélida Cañas, nos invita a respirar mirando, o a respirar desde los ojos. Respirar en tiempos sin aire o con el aire demasiado enrarecido. La observación requiere de paciencia, ya sea en la construcción del poema como en la apropiación lectora del mismo. “El viento/ se hace ovillo/ en los rastrojos”: cuando nos detenemos en la imagen de este poema, nos damos cuenta de que, en tan sólo tres versos, la autora logra introducirnos en un paisaje y en el movimiento circular de esa observación que, evidentemente, tiene que ver también con el tiempo, no en su sentido lineal, cronológico, sino en aquel tiempo circular de los mitos.
La lectura en los tiempos modernos, al decir de Mircea Eliade, interrumpe el tiempo lineal y retoma un tiempo cíclico, un tiempo original. La poesía, necesita ese lector cómplice, capaz de entrar en un tiempo poético. Casi como si entráramos en una máquina del tiempo. La vorágine de la posmodernidad ha creado una escritura muchas veces catártica y convulsionada, donde una de las expresiones más altas la encontremos, tal vez, en “Aullido”, de Allen Ginsberg, el poeta beat de la contracultura norteamericana.
Pero, retomando a Elizabeth Azcona, hay diástole y sístole. Hay momentos de expansión sobre la página en blanco y hay momentos de concentración. Lo difícil, en los poemas breves, es que el lector no pase de largo rápidamente, al menos el lector avisado y atento. El poema transcripto más arriba pienso que genera una imagen que, de alguna manera introyecta el paisaje, lo mete adentro y contagia el movimiento. Los tres versos permanecen ahí, dando vueltas. El viento, etéreo, invisible, se materializa en los rastrojos y ruedan. Aquí lo invisible (que también es susceptible de representar lo trascendente) hace nido en la pura materia de descarte. Lo inasible unido a lo residual en movimiento.
Casi como una estampa japonesa, Cañas logra plasmar una observación con pocas palabras y comunicar allí sensaciones y dinamismo.
Incluso, el aspecto social, se yergue en cuatro versos tan breves y significativos como estos: “Mi madre no conocía/ la palabra mar./ Sus manos agitaban/ la espuma en la batea”. Entre los dos elementos líquidos, uno mencionado con la palabra mar y el otro apuntando el indicio del lavado, hay una vinculación común que sería la espuma. Otra vez, la poeta vincula la dimensión de lo inmensurable, con el mundo cotidiano o material de un lavado en la batea. Además de la sutileza perfecta expresada en los dos primeros versos donde no dice que su madre no conociera el mar sino, aún más, no conocía “la palabra” mar. Como si esa imagen trascendental, ni siquiera, formara parte del lenguaje propio.
Hacia el final, “Entra un rayo de sol:/ tu ventana/ se sostiene/ en la pared ruinosa”. La poesía también es una ventana posible para mirar el mundo. Casa y sol como dos elementos diversos del poema. “Lo propio y lo de todos” al decir de Girri. El sol, fuente de vida y la casa, lugar propio que el tiempo va carcomiendo (la pared ruinosa). Entre estas dos realidades, la ventana y el rayo del sol logran sostener los interrogantes propios de todo preguntar humano.
Un libro breve y luminoso el de Nélida Cañas. Sin aspavientos. Mirada que cristaliza una porción de realidad. Respiración sutil de la escritura que se concentra para dejar rebotando las preguntas.