No hay plata

El ojo de Horus

No hay plata

La actual coyuntura política y económica de la Argentina está impactando también en el funcionamiento del Poder Judicial y del Servicio Penitenciario, responsables de condenar y dar tratamiento a los delincuentes para lograr su «reinserción social». Ocurre que el delito aumenta con la participación de muchos jóvenes marginados, excluidos y drogados y, al mismo tiempo, la mayoría de las cárceles se parecen a depósitos de gente peligrosa, hacinados en algunos pabellones y con una alimentación escasa y de pobre calidad, lo que equivale a decir: «hambreados». Como dijo un ex preso hace algunos días en tribunales, «los jueces no se dan cuenta, pero lo de Bouwer es una bomba».

Como ya contamos aquí tiempo atrás en “Dos cárceles en una”, en la principal prisión de Córdoba hay pabellones con gente que tienen recursos, estudios y algunos privilegios, y otros donde están «lo peores». Parte de los reclusos reciben comida y bebida de parte de los familiares en «paquetes o bagayos» semanales o quincenales, que tienen un costo mínimo de $ 100.000 si se suman los precios de los alimentos. Gracias a estos envíos que generalmente llegan con las visitas (todos los presos tienen ese derecho una vez por semana), pueden desayunar, merendar y comer algo mejor que el «rancho» que se reparte al mediodía y a la tardecita y que sería poco nutritivo y abundante en huesos y grasas; los mejores cortes quedarían casi siempre para los trabajadores del SPC.

A la comida la preparan los mismos presos con los insumos que les suministra el Servicio y con eso tienen que arreglárselas. Los fajineros generalmente cuidan que no haya robo de tapers, a pesar de la situación desesperante de quienes no reciben nada y que se las tienen que rebuscar como pueden, ahí adentro. Para los familiares de un preso el gasto de dinero es importante, porque además del costo de los viajes y la comida, les tienen que llevar ropa y abrigo. Por supuesto, los detenidos adinerados reciben paquetes con abundante y buena alimentación y, por lo tanto, están a salvo de la desnutrición. Además, son muy pocos los reclusos que son «letras», esto es, que hacen algún trabajo por el que el Estado les paga algo.

Lo cierto es que adentro de la cárcel un alto porcentaje de presos hacen lo que pueden para sobrevivir. Eso también explica la cantidad de kioscos internos que han proliferado con la complicidad de las más altas autoridades. En los últimos meses, y con el SPC intervenido, los controles se incrementaron y la calamidad se agranda, con todo lo que eso significa. Por ahora, el sistema cruje pero aguanta… pese a que no hay plata.

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