Papelitos picados

El ojo de Horus

Papelitos picados

En los últimos años han florecido como hongos después de la lluvia las estafas virtuales cometidas por presos que logran acceder a celulares ingresados delictivamente a las cárceles. Así, literalmente arman una central de llamados dentro de sus celdas. Con tiempo y dedicación, comienzan a rastrear potenciales víctimas y, de una manera muy artera y con mucha habilidad, logran convencer y engañar hasta en detalles increíbles. Hace algunos días, la Cámara Décima del Crimen condenó a los hermanos Javier y Rubén Olivera, ambos presidiarios, a 6 años y 4 meses de prisión por ser organizadores de una asociación ilícita. La madre de ambos, Patricia Álvarez, y las respectivas parejas, Ayelén Cabrera y Ecilda Rodríguez, también fueron sentenciadas pero a 3 años condicional y trabajo comunitario, por ser colaboradoras externas.

Estas estafas fueron cometidas durante el año 2018 desde el interior del Penal de San Francisco, y el ardid consistía en enganchar al boleo a jubilados para sorprenderlos con una «buena noticia». Les decían que por tener sin deudas su línea telefónica habían resultado ganadores de un sorteo con dos premios: un televisor de 55 pulgadas que podían retirar en determinados negocios de electrodomésticos, y también $ 100.000. Pero para obtener este dinero, hacían concurrir a los adultos mayores a un cajero y allí, siempre sin cortar la comunicación, los iban guiando para que transfirieran todo el dinero que tenían a otra cuenta de los familiares de estos delincuentes.

Cuando las cuentas «ordeñadas» quedaban en cero, les decían que en 24 horas, iban a recibir la devolución de todo el dinero propio que habían transferido más el premio prometido. Por supuesto, todo era una gran farsa y las víctimas se daban cuenta con el paso de las horas. Pero lo más tragicómico fue lo que relató una damnificada de una ciudad del departamento San Justo. Luego de terminar toda la operación en el cajero y de vaciar su propia cuenta por indicación de los malhechores, estos le dijeron que rompiera todos los recibos y constancias que el cajero le había dado, y que los tirara al aire para festejar el «premio ganado» con papelitos picados.

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