Un monstruo

El ojo de Horus

Un monstruo

Posiblemente el viernes pasado haya terminado uno de los últimos capítulos de la espantosa vida de Roberto Carmona, tras recibir una nueva condena a prisión perpetua de parte de la Cámara Octava del Crimen, por el asesinato del taxista Javier Bocalón. Sin dudas, quedará para siempre en la historia judicial y criminológica de Córdoba la imagen de Carmona, ya de 62 años, con el cabello largo y blanco, y con la misma frialdad y crueldad de siempre a la hora de declarar y contar cómo había matado al joven taxista. Pero, además, con el descaro de culparlo por haber elegido proteger a su auto en vez de cuidar su vida. Le faltó decir: «Yo fui bueno. Le di la chance de elegir».

Hijo de una prostituta alcohólica y de un padre golpeador que los abandonó, Carmona de niño comenzó una larga peregrinación por institutos de menores, saltando a la fama con sólo 10 años cuando se atrevió a robar un patrullero de la bonaerense. Su adolescencia transcurrió con robos y consumo de drogas, hasta que a los 18 años recibió la primera condena por robo calificado. Estuvo detenido en La Plata, Junín, Olmos y Sierra Chica, y a los 22 años recibió el beneficio de la libertad condicional. A esa altura, Carmona ya era un perverso total-mente definido y lo demostró con el secuestro y alevoso crimen de Gabriela Ceppi en 1986. Justamente, y por esos caprichos del destino, quien le tomó la declaración en aquel momento y en su condición de Jefe de Despacho del Juzgado Uno, Juan Manuel Ugarte, fue uno de los camaristas que lo acaban de condenar. Para este magistrado, aquel y éste Carmona son «calcados». De hecho, incluso estando preso, mató a dos reclusos en la ex UP1 de barrio San Martín, y en el Penal de Resistencia.

Debemos reconocer que Carmona es un psicópata «muy completo», porque ha desarrollado las peores maldades. De hecho, la casi totalidad de los homicidas al ser juzga-dos niegan la acusación o piden perdón. Carmona, en cambio, contó con sarcasmo y sadismo cómo mató a Bocalón y encima lo culpó por la tragedia. Habilísimo manipulador, podría hacerse pasar por San Pedro sin que nadie se dé cuenta. Altamente peligroso, se autodefinió como un «depredador», aunque a esta altura de su vida y de su historial cualquier calificativo se queda muy corto. En todo caso, digamos entonces, que Carmona es un monstruo.

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