La violencia urbana ha copado vastos sectores marginales (y no tanto) de nuestra ciudad, con episodios gravísimos e increíbles como el ocurrido el 16 de febrero del año pasado en barrio Parque Las Rosas, ubicado en la zona sudoeste, y que terminó con el crimen de Mario Albarenga, de 50 años.
Ayer, la Cámara Quinta del Crimen impuso condenas de cinco años de prisión para Carlos Sebastián Murúa, y de 20 años para Carlos Alejandro Murúa; también declaró penalmente responsable a un joven que tenía 16 años en el momento de asesinato. Los condenados son padre, tío y medio hermano de “Chucky” Murúa, preso en Bouwer y con una perpetua en el lomo por el crimen del policía Pedro Ruiz en noviembre de 2020. Los tres condenados, y otros posibles protagonistas no imputados, participaron activamente del ataque a una familia con el pretexto de un inexistente abuso sexual a una niña.
Este violento escrache en el que los Murúa y otra gente arrojaron bombas molotov contra la vivienda de Albarenga y su esposa Valeria Robles, habría sido planificado por Chucky desde la cárcel con el propósito de sumar adhesiones y agredir a un joven que se había convertido en pareja de su ex novia, y madre de sus dos hijas. Lo cierto es que todo derivó en una feroz balacera que incluyó el tiro mortal en el pecho a Albarenga, varios disparos contra Robles (quien finalmente logró sobrevivir) y una herida en una pierna a un hijo de la mujer, supuesto “blanco” de la bestial agresión.
Lo que quedó claro en el juicio es que el evento no fue una reacción vecinal, una bronca espontánea por el abuso de una pequeña de seis años, sino una acción pensada y armada desde la cárcel por un resentido sentimental que nada tiene que envidiarle al muñeco maldito y diabólico de las películas de horror y terror. Lo cierto es que esta historia trágica no fue ficción, y sí otro capítulo más de la Córdoba violenta. No fue ninguna pueblada, fue una venganza de Chucky.