No debe existir dolor más grande que el de una madre que perdió a un joven hijo, por ejemplo, en un siniestro vial. Más aún si ese suceso se podría haber evitado con sólo un poco de prudencia. En la Cámara Once del Crimen comenzaron a juzgar a Ariel Britos, de 35 años, acusado de haber chocado y provocado la muerte de Nicolás Agustín Jankunas, de sólo 18. Este hecho luctuoso ocurrió en la noche del 4 de junio del año 2017, alrededor de las 21 horas, en la calle de doble sentido Madre Sacramento, que une el Camino a 60 Cuadras con el Camino a San Carlos, en la zona de barrio Coronel Olmedo, en el sur de la ciudad.
Ambos circulaban en moto, pero Britos manejaba aparentemente con las luces apagadas y con una sola mano ya que con la otra llevaba a un pequeño perro caniche que también murió en el impacto. Además, tenía algo de alcohol en sangre. Según la pericia, habría sido el imputado quien se cruzó de carril y el choque fue tan fuerte que ambos sufrieron lesiones severas, con la diferencia que Nicolás falleció al día siguiente de ser internado. Sin embargo, ni bien se produjo el siniestro, Nicolás pudo llamar a su madre Roxana y avisarle «que lo habían chocado».
Pasaron ya más de 6 años y Britos será condenado por homicidio culposo agravado, que tiene un máximo de pena de hasta 5 años de prisión. Con buen criterio el fiscal Marcelo Sicardi no impulsó un juicio abreviado como ya ocurrió con hechos similares y con otros fiscales que optaron por arreglar condenas en suspenso con los defensores, a costa de revictimizar a familiares de las víctimas que claman por condenas firmes y «ejemplares». Lo cierto es que ninguna condena, ni nada en el mundo, devolverá la vida a Nicolás Jankunas… le decían «el ardilla» y se preparaba para ser policía como su hermano. Tenía un montón de amigos, y en uno de sus brazos un tatuaje que decía «Viva la vida».