Dedos de la violencia: ignorancia

Por Diego Fonti

Dedos de la violencia: ignorancia

En las últimas columnas indagamos diversas facetas de la violencia. Casi a modo de conclusión, vale la pena volver a Sócrates y su interpretación del mal moral. No alcanza este espacio para presentar plenamente las ideas del viejo griego, pero sí se pueden sintetizar dos cuestiones en torno a la ignorancia.

Por un lado, la ignorancia como una carencia que se reconoce y se siente es la base del deseo de saber. La insatisfacción por no saber genera un movimiento del amor y búsqueda del conocimiento. Origina nuestro deseo de alcanzar esa sabiduría que no tenemos, pero necesitamos sentidamente.

También ahí se ve a quienes no desean saber: los dioses (porque son omniscientes) y los necios (porque ignoran su ignorancia, creen saber o creen que no necesitan saber más).

El mal tiene, entonces, su raíz en esta ignorancia negativa, porque daña la vida en sociedad, sea porque no desea conocer la fuente y justificación de las propias acciones, sea porque reprime cualquier conciencia de la propia injusticia, que llevaría a cuestionar las propias acciones y sus consecuencias.

No saber

Tiempo después, Aristóteles se opondría a la idea del mal como falta de conocimiento, al ver que hay gente con mucho conocimiento en un campo determinado (pongamos por caso, un profesional que hace bien su trabajo), pero que puede ser injusta, o descontrolada, en otros ámbitos de la vida. Así separaba la virtud moral de las otras capacidades y conocimientos. Para Aristóteles, el mal no está estrictamente en la ignorancia, sino en las prácticas no virtuosas, por malicia de la voluntad, porque yerran en su fin o en sus medios, o porque no ejercitan las virtudes a la hora de decidir.

Pero la enseñanza socrática dice otra cosa mucho más profunda. No está diciendo que, porque alguien tenga algún conocimiento particular, o un reconocimiento profesional o académico, necesariamente será bueno. Porque la falta de conocimiento que genera el mal moral no apunta a saberes particulares.

Entonces, ¿cuál es esta ignorancia que está a la raíz del mal y por tanto también a la base de la violencia? Ese no-saber nada tiene que ver con no haber estudiado o no tener mucha información. En cambio, alude al rechazo de admitir el conocimiento global de la multiplicidad de aspectos de la realidad, el entramado de fines y efectos que se producen a partir de nuestras ideas y acciones, incluidos los daños quizás no intencionales, pero ciertamente provocados por nuestras decisiones y opciones.

En el fondo niega así la necesidad de completar siempre nuestro conocimiento, incluyendo nuestra sensibilidad. Borra, al mismo tiempo, el cuidado nacido de la sensibilidad y el reconocimiento de la limitación propia.

Porque un conocimiento pleno se reconoce insuficiente y siempre necesitado de seguir conociendo. Y por tanto advierte los daños posibles de sus decisiones.

Cuando odiamos o somos crueles, cuando despreciamos o desconocemos, cuando no vemos los efectos negativos que las tecnologías o los beneficios propios tienen sobre los cuerpos de los demás y sus condiciones de vida, cargamos así con un tipo de ignorancia que anula el saber necesario para la vida sostenible y en común.

No querer saber

A menudo escuchamos afirmaciones que pontifican sobre lo que hay que hacer en el mundo y la sociedad. Sobre todo, cuando escuchamos imperativos sobre lo que otros deben hacer, y redoblan las cargas de quienes habitualmente son los perdedores en el sistema político y económico vigente, conviene preguntarnos cuán asentadas en el conocimiento están esas palabras.

Porque ese tipo de ignorancia genera un tipo de violencia todavía más radical. No querer ver incluye rechazar el hecho de que hay cosas que solo se ven desde cierta perspectiva.

La “mirada desde la alcantarilla”, en palabras de Pizarnik, es muy difícil para quien siempre vio al mundo desde su seguridad o éxito personal. Nace ahí la violencia de desconocer esa perspectiva dañada y sufriente.

En estos días cobraron auge –nuevamente– una serie de expresiones homofóbicas y discriminatorias. Se ha dicho que hay que separar esas expresiones de las posiciones económicas y políticas de quienes las afirman. Me temo que, si lo hacemos, caeremos en esa ignorancia que según Sócrates es origen del mal.

Porque hay una estructura compartida entre el desconocimiento de las necesidades y derechos económicos o políticos y el desprecio por motivos clasistas, sexuales, raciales. No se puede detentar un conocimiento “objetivo” en la ciencia económica o social y al mismo tiempo sostener una discriminación o la negación de bienes elementales a las personas, particularmente a las más dañadas. Allí operaría una ignorancia preñada de violencia.

Sobre todo, lo que esas posiciones no quieren saber, es que somos parte de la misma familia y que desconocer esa pertenencia a la familia común es lo que origina todo sufrimiento injusto y evitable.

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