Despiertos (Woke 3)

Un detallado análisis para entender los orígenes de las críticas, de qué grupos surgieron y qué privilegios instalados querían defender.

Despiertos (Woke 3)

Una de las imágenes que parodian al "wokismo".

Seguramente conocimos la palabra “woke” hace poco. En columnas anteriores intenté reconstruir su evolución desde sus orígenes en el violento racismo norteamericano y la posterior relación con otros reclamos (étnicos, sexuales, ambientalistas, etc.). Vimos tanto el tipo de sensibilidad que caracteriza este movimiento, como las reacciones que despertó.

Pero lo que hizo famosa la palabra fue menos la sensibilidad respecto de esos grupos vulnerables que los ataques que atribuyen al “wokismo” una serie de características perversas, proyectos negativos y subrepticios mecanismos de poder.

Por eso, conviene estudiar esas reacciones, para entender sus críticas, de qué grupos surgieron y qué privilegios instalados querían defender. Pero, sobre todo, sirve a los grupos que entrarían en la agenda “woke”, para revisar sus propias estrategias y modelos de intervención, y evitar caer en una versión especular de lo que rechazan.

La banalidad de la crítica

Hay un primer espectro de críticas menos interesantes, que van desde el insulto hasta la superficialidad. Comparten el desagrado hacia esos otros criticados, sin mayor esfuerzo por entender la legitimidad de sus reclamos.

No sólo muestran insensibilidad ante, por ej., el sufrimiento de quienes no pueden ejercer su libre identidad de género o de quienes ven el avance de la crisis ecológica. Muestran, sobre todo, el efecto brutal de la banalización del otro (con múltiples mecanismos que van desde el chiste mordaz hasta la violencia abierta). Y derivan el desconocimiento de cualquier derecho a reclamar reconocimiento o derechos.

Es casi divertido leer gente famosa que se desprestigia haciendo lo mismo que critican. Como Pérez-Reverte hablando de su “hartazgo” ante el discurso woke. Aunque tiene un argumento interesante, que retomaré luego, lo que motiva su texto se lee en los primeros renglones: la historia de Plutarco sobre Arístides y el ciudadano que votaba contra él, por estar cansado de escuchar que era buen tipo. Estaba harto, aunque fuera cierto.

¿Otro argumento o fundamentación además de su emoción propia? Ninguno.

Pero hay otros rasgos que se agregan a la superficialidad. Un canonista porteño de apellido Irrazábal, tratando de salvar las expresiones del Presidente en Davos, afirma el problema es que son identificaciones problemáticas de “sujetos imaginarios”. No habría tales sujetos colectivos como los representados en grupos “woke”.

El problema es que todos participamos de sujetos colectivos imaginarios (por ej. la noción de pueblo, insoslayable tanto en política como en la experiencia religiosa). Como si algo por ser imaginario careciera de efectividad y por tanto de realidad.

Nuestra relación con el prójimo también necesita de la imagen del otro en nosotros y viceversa, pero supongo que es algo que le cuesta ver, tanto como las opresiones concretas de quienes por razones de color o estética corporal no acceden a un trabajo o reciben menor remuneración.

Estos rechazos emotivos se niegan a reconocer la larga historia de daño que esos grupos ponen en escena, y temen al cambio en su favor.

¿Tribal o universal?

Hay otra serie de críticas que resultan mucho más interesantes, sobre todo para evitar caer en los rasgos que rechazamos en aquellos sectores que se beneficiaron del sufrimiento de sus congéneres humanos y de la naturaleza misma. Esos que niegan los aspectos emancipatorios de la modernidad, para abrazar los beneficios que vienen de su lado cruel.

Una estructura común de las críticas es atribuir a los grupos preocupados por las discriminaciones raciales, económicas, sexogenéricas o ambientales, un rasgo autoritario. En paralelo, la crítica le agrega el rótulo de ideológico. Ambas expresiones – autoritarismo e ideología – comparten una idea de la ciencia peleada con cualquier noción básica de ciencia, que no sólo reconoce aportes históricos, biológicos y sociológicos en su interacción, sino también es consciente de su propio límite.

Pero la crítica más interesante, que asomaba en Pérez-Reverte y sobre todo en el libro “Left is not Woke” de Susan Neiman, es que el movimiento woke no asume los rasgos fundamentales de lo que se llamó “izquierda”. Aunque esa palabra también es compleja, se pueden resumir sus rasgos en el universalismo del género humano, la justicia igualitaria universal, y un progreso en la historia que nos permite juzgar entre mejor y peor. Y se suma la idea de que la estructura económica es la madre de todas las batallas, no algún reclamo particular.

Por el contrario, la preocupación por las identidades grupales y tribales, así como la idea de que no hay criterio para juzgar algo de modo universal, serían una reacción antimoderna y contraria a las ideas básicas de izquierdas.

Efectivamente, es un problema la reducción a lo identitario, desconocer el rol estructural de la economía, o sólo pensar políticas del reconocimiento para cambiar la forma de ser de una sociedad.

Pero la sensibilidad por esos daños encarnados aún hoy en grupos y personas, parece una precondición para cualquier otra crítica “estructural”. Precisamente para no reducir a las personas a uno solo de sus rasgos estructurales o grupos de pertenencia, y tener una perspectiva desde donde juzgar cada una de las intervenciones humanas.

Así puede advertirse, en medio de la ambigüedad, cuáles rasgos fueron emancipatorios y beneficiaron a las personas en sus pluralidades y reclamos, y cuáles no.

Ese es el aprendizaje que la sensibilidad woke ofrece… a quien quiera escuchar.

 

 

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