El enrevesamiento de las palabras

Por Diego Fonti

El enrevesamiento de las palabras

Se dice que quienes hacemos filosofía hablamos en difícil, con palabras enrevesadas, raras, abstractas. Peor todavía: agarramos palabras cotidianas y las volvemos incomprensibles (un tic que nos viene de Platón y lo que hizo con la palabra “eidos”, “esencia”).

En gran medida la culpa de esa opinión es nuestra, porque no siempre logramos traducir lo que queremos decir.

Pero vale la pena defender el oficio de la filosofía cuando cuestiona el uso “normal” de las palabras. A veces como juego, a veces con espíritu crítico, a veces para analizar los sentidos de esas palabras. Pero siempre para revisar tanto las palabras en juego (con sus sentidos, conexiones, argumentos), como los intereses que manifiestan en su contexto situado. Y por supuesto, quiénes las usan y cómo se imponen al sentido común.

Si lo hacemos, veremos quizás algo notable: quienes enrevesan las palabras son menos quienes hacen filosofía que quienes manejan discursos y poderes públicos, intereses económicos y operaciones mediáticas.

La Rural tapa el bosque con un fuego

Para mostrar el enrevesamiento basta un botón. El presidente de la sociedad rural de Jesús María afirmó (con enorme propalación mediática) que la ley de bosques “perjudica todo lo que dice proteger”. Pocos días antes, preparando la escalada mediática, un “investigador” de la misma institución y miembro de la “Comisión de sostenibilidad” (sic!), anticipó esos argumentos en un programa televisivo, el cual tituló “Denuncian que mientras más cuidan los territorios, más se queman”.

La lógica sería: Porque se cuida demasiado, hay demasiado bosque y por tanto material combustible. Y por eso hay demasiados incendios.

Dicho de otro modo: los incendios no suceden porque alguien los inicia, sino porque hay demasiado bosque. Ergo, a menos bosque, menos incendio.

Imagino que ellos creerán que es una deducción brillante. Y que como las críticas a ese argumento no son comumicadas con la misma fuerza por los mismos medios de comunicación – ya que en general vienen de gente con muchísimo menos poder – comienzan a consolidarse esos argumentos fáciles y perversos (que, por cierto, recuerdan a otras recetas para solucionar los problemas de nuestro país).

El problema es que la absoluta mayoría de los incendios son intencionales. Y a su vez, son ilegales. Por lo cual, el argumento de las eminencias enrevesa la realidad y las responsabilidades (¡y los beneficiarios!).

Como si la culpa de los incendios fuera de los bosques mismos.

Beneficiarios y contribuyentes

La pregunta siempre es por el interés rector y los beneficiarios. Pero también por quiénes se perjudican y contribuyen con su salud, sus cuerpos y sus vidas a la riqueza de otros.

Ciertamente la ciencia (¡y la filosofía misma!) jugó muchas veces en contra de los intereses y necesidades de las mayorías. Sin embargo, en el caso de los incendios el consenso es tan generalizado, que ni un “estudio” pobremente hecho y mal interpretado, puede hacernos desconocer lo que la comunidad científica ha identificado desde hace mucho.

Por ejemplo, que los análisis sistemáticos de los incendios a lo largo de los años en nuestra provincia coinciden con los territorios luego entregados a los sectores concentrados de la economía. Que a la riqueza producida por esos sectores de ninguna manera tuvieron acceso los sectores populares. Que los daños en la salud y los ecosistemas son irreparables. Y, finalmente, que los bosques no se suicidan prendiéndose fuego, sino que los incendiarios son prácticamente en su totalidad personas humanas movidas por intereses económicos.

El problema está en que quienes nos deben proteger (los tres poderes del Estado) parecen más cómplices o beneficiarios de esas intervenciones delictivas. También ellos enrevesan las palabras. Como siempre, la ciencia ficción se adelantó al presente: en “1984” el “Ministerio de la Paz” hacía la guerra y en “Farenheit 451” los bomberos incendiaban libros. Hoy los gobiernos “verdes” ceden ante las presiones agropecuarias, inmobiliarias, económicas.

Aquí, el enrevesamiento de las palabras afecta la realidad misma. Ciertamente, esta experiencia no es una excepción. La posverdad nos ha golpeado bajo. En estas ocasiones sentimos que se dicen cosas científicamente incorrectas, moralmente repudiables, legalmente cuestionables y estéticamente de mal gusto.

Un reciente reporte del prestigioso “The Guardian” (cuyo título en castellano sería: “ʿEs una guerra de guerrillasʾ: Los bomberos de Brasil combaten los fuegos del Amazonas – y los incendiarios que los iniciaron”) muestra que es un problema que afecta numerosos territorios donde todavía queda algo de naturaleza por destruir. Para convertirla en algo “productivo”. Como si no fuera ya valiosa y proveedora para nuestra vida con su propia existencia.

La diferencia es que los reporteros afirman que los incendiarios actúan como represalia al gobierno, que recientemente inició una campaña contra ellos. En cambio, en nuestro país vemos mayoritariamente los gobiernos sumisos ante las avanzadas de esos sectores “productivos”.

Qué importante es desenrevesar las palabras.

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