Platón y las ciclovías

Por Diego Fonti

Platón y las ciclovías

Pedaleando por una ciclovía cordobesa (Yrigoyen al 400), mientras caían de las primeras lluvias suaves de primavera, me vino a la memoria Platón y su distinción entre quienes hacen un objeto y quienes lo usan.

Un flautista, dice Platón, es quien mejor puede valorar la flauta hecha por un lutier, porque sabe qué resultado da, cómo deben ser los sonidos, qué problemas pueden aparecer. En síntesis, sabe si funciona bien o no.

Análogamente, un ciclista está en mejores condiciones de evaluar una ciclovía que quien la proyectó sin subirse jamás a una bicicleta. Experimenta en primera persona si el material y la pintura que pusieron funcionan o se convierten, con la menor humedad, en una resbalosa trampa cazabobos.

La correlación directa es simple: así como sucede con la flauta y la ciclovía, son las personas usuarias y afectadas quienes deben ser consultadas para juzgar sobre sus efectos, riesgos, beneficios o daños.

Pero no hay que interpretar las flautas disonantes o las ciclovías resbalosas como una queja individual. En Platón – y en esta columna – la comparación no apunta a preocupaciones personales, sino a pensar cuestiones sociales transversales. Plantea la pregunta sobre cómo organizar virtuosamente una sociedad y evaluar sus resultados en su conjunto.

Sucede que muchas veces quienes construyen (o destruyen) cosas como estructuras educativas, sistemas de transporte o modelos sanitarios, no son sus usuarios. Ni mucho menos quienes están del lado más débil y vulnerable de las relaciones sociales. Así, crean o regulan instrumentos que por su propia posición social o económica no deben usar … o padecer.

Más aún, esos que diseñan e imponen, deciden también quién se beneficia y quién paga, con su cuerpo y recursos, el sistema que establecieron. Habitualmente no son ellos.

Por eso, no saben el tiempo que lleva, por ejemplo, caminar desde la periferia hasta una parada de colectivos, y de allí llegar a un lugar de trabajo en un lejano barrio cerrado.

¿Efectos sin teoría?

Puede sorprender este criterio pragmático en el gran Platón – paradigma de la “theoria” –, que lleva a evaluar las construcciones por los frutos o resultados vistos desde sus usuarios y afectados. Pero no quita la importancia que tiene, para él, el conocimiento de la verdad o las elaboraciones teóricas.

Sin embargo, si las teorías e intervenciones niegan o dañan aspectos fundamentales de la existencia humana, entonces evidencian un problema. Al igual que si no reconocen los beneficios, intereses y costos en juego, y quiénes se hacen cargo de cada uno de ellos.

Las teorías permiten ordenar ideas y plantear procesos, pero cuando se justifican por sí mismas y no por el bien común al que deberían contribuir, cuando no atienden el entramado sistémico de la vida en sus diversos planos, cuando no apuntan a una justicia social sino a beneficios sectoriales, entonces esa autojustificación atenta contra las personas y seres afectados por sus conceptos.

Así, Platón nos aporta una enseñanza fundamental para los tiempos que corren, cuando nos invita a revisar quiénes y cómo son afectados con las construcciones sociales, particularmente aquellas generadas desde los poderosos.

Constructores, usuarios e imitadores

Hay un tercer personaje en el diálogo “La República” de Platón. Además del flautista y el que hace las flautas, menciona al imitador.

Se trata de una discusión larga, que tiene que ver con cierto rechazo de Platón a los artistas porque solo ofrecen una imitación o copia. Evitaré esa discusión aquí, aunque es interesante retener el argumento central:

Hay quienes utilizan los objetos y saben sus ventajas y problemas mejor que quienes hacen esos objetos.

Por su parte, los constructores deberían dar prioridad a los usuarios y afectados por sus construcciones y decisiones.

Pero también, en tercer lugar, están los artistas o imitadores, como por ejemplo los pintores que sobre un lienzo o una pared representan flautas y barcos. Estos imitadores no saben hacer ni emplear esas cosas, solo copiarlas.

Claro que hay imitaciones con diverso valor artístico, lo que sería un problema menor si fuera una discusión acotada a la estética.

Pero cuando se trata de construcciones que afectan la cosa pública – la política, la ética, la economía, el bien común, la educación – las imitaciones perversas que no atienden la cosa original ni a sus usuarios, terminan convirtiendo todas las relaciones en una caricatura monstruosa.

Naturalmente, puede afirmarse que los usuarios no siempre tienen la visión de conjunto. Y que, por otro lado, quien tiene a cargo legítimamente la visión de conjunto puede y debe tener en cuenta la complejidad de las realidades sociales a la hora de proponer cualquier intervención.

Sin embargo, si los sujetos reconocen una insensibilidad cruel, la falta de empatía y el beneficio de una pequeña minoría a costillas de las grandes mayorías, entonces no hay teoría que valga, que justifique el golpazo de la caída.

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