Memorandum

Por Sergio A. Iturbe

Memorandum

Todo hombre está convencido únicamente

de lo que ha aprendido por casualidad.

-Juan Forn-

La invisibilidad de la deidad, su ausencia, es siempre

el motivo más válido para creer en ella.

-Rodrigo Fresán-

 

Confieso que me convertí en periodista el día en que me di cuenta de que a esa profesión no le iban los adjetivos que tan malamente acompañan a la tarea del escritor. Escribo el adjetivo que me hacía pertenecer a un lugar específico -los gentilicios, qué antigüedad- y ya siento el olor a eucaristía, el olor a ascensor que solía haber en los campanarios, a incienso, a redacción de diario que nadie lee, a secuestro extorsivo, aunque también lo escribo no sin cierta nostalgia, la misma que se siente frente a desgracias pasadas que se transforman en cómicas debido a sus actuales inexistencias.

Nunca pensé, con toda la sinceridad que me permite un lenguaje no formal, tener que despedir con un editorial como este al diario que fundé allá por el 2013, hace ya casi cincuenta años.

Ahora que lo pienso, más que un editorial diría que esto se acerca más a una confesión, que es como surge la autobiografía.

Tampoco pensé tener que decirlo alguna vez, pero este matutino se fundó con intenciones políticas, si es que eso se puede decidir. Está bien que el chismorreo oficialista, los bots y los trolls ya lo habían sospechado, pero el análisis de política internacional era de mi exclusiva autoría, aunque me escudaba en los editoriales, cuestión que en este momento estoy develando.

Si bien el editorial pertenece al género periodístico y consiste en un texto expositivo-argumentativo, normalmente no firmado, que explica, valora y juzga un hecho de especial trascendencia, se trata más bien de una opinión colectiva, de un juicio institucional formulado en concordancia con la línea ideológica del medio en donde se publique ©, pero este no fue el caso, como se verá.

En ese sentido, todos sabemos, a esta altura, que las justificaciones son formas solapadas de dogmatismo©, por lo que las opiniones siempre se imponen a priori y con fuerza de evidencia, y esta no es la excepción.

Cuando uno dirige un medio de relevancia internacional, es inevitable sentirse un Ícaro volando directo hacia el sol o un Moisés edificando la Torre de Babel©, aunque en la realidad, el que nos salva del Diluvio© se parece más a un Caronte que nos lleva a través del río Aqueronte que a un Noé salvándonos de a pares, por lo que la muerte y el descenso al infierno termina siendo el único consuelo existencial, no ya la reproducción sexual masiva.

Frente a la destrucción de la Bolsa Virtual de Valores™ (BVV) que vivimos el mes pasado, la Corporación Transnacional de Divisas en Criptomonedas™ (CTDC) no dudó en citarme personalmente en sus oficinas. Las razones fueron las de siempre: difusión de asuntos de trascendencia global y transglobal, para más señas.

De más está decir que nunca me negué a reunirme con alguien que lo solicitara, incluso con una entidad que tiene un poder tan ubicuo como el de la mentada corporación, pero esta vez no me dejaron alternativa, ya que, al salir del edificio del diario, me estaban esperando de una manera digamos que amenazante. Y no es porque me esperara toda una Unidad Especial de Asalto en sus famosas camionetas color negro mate, sino que directamente me cruzó en la calle un Mi-26T2™ y me invitó cordialmente a subir en él. Si alguien alguna vez vio en persona un helicóptero de esa envergadura -al frente de su trabajo y cortando la calle más ancha de la ciudad- y escuchó la voz que emana de sus dispositivos propaladores -una voz dulce, clara, pero metálica que parece salir de la propia conciencia, no de la gigantesca aeronave- sabrá a lo que me refiero con “amenazante”, aunque no quiero redundar en detalles.

El monstruoso aparato más que helicóptero parecía un portaaviones, pero en el interior lucía como las viejas limusinas terrestres, completamente insonorizado.
Verdaderamente desconozco la velocidad a la que fuimos, pero puedo decir que en quince minutos estábamos bajando en el helipuerto de la tristemente -y ya conocida por todos- Cripto Tower II™, la torre que construyeron en Rusia™ en tiempo récord -por ser terreno neutral- luego del ataque nuclear que hizo desaparecer del mapa a Nueva York y a Wall Street y fundando, como ya sabemos, la Bolsa Virtual™.

Reconozco que fui muy ingenuo al pensar que en la mismísima Bolsa Virtual™ me recibirían en una mesa de directorio rodeada de yuppies canosos y bronceados no virtuales, pero la verdad es que me desilusioné al ver solo entidades proyectadas en visores de Holo-tech™. Pensé un poco y no pude más que desesperarme ante la perspectiva de que, muy probablemente, no hubiera nada humano además de mí en ese lugar, pero es algo que sucede cuando uno sobrepasa los ochenta años y es víctima de la inercia de lo analógico.

Estos holos, como les dicen ahora, plantearon por separado cada una de las opiniones mayoritarias en orden decreciente de aparición en las redes y medios gráficos a escala global, desglosándolas por separado y tamizándolas mediante algoritmos que emulaban la lógica formal. Esto condujo, en resumidas cuentas, a un entramado discursivo que se parecía a las típicas charlas académicas del ya fagocitado Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET™), discurriendo en peroratas de bienpensantes progres quienes, ante la más leve discusión, viran intempestivamente hacia el conservadurismo más rancio.

De todas maneras, impuse la mirada desangelada acerca de los recientes eventos desencadenados a causa de la especulación financiera, haciéndoles saber que lo fiduciario, como cualquier otra dimensión económica, ya sea política, social o histórica, obedecía en última instancia a los procedimientos mediante los cuales eran expresados, por lo que la especulación financiera era, en definitiva, especulación discursiva.

Cuando terminé de decir eso, todos los recursos informáticos y todos esos GPU en serie necesarios para el desarrollo y el funcionamiento de la Inteligencia Artificial Estatal (IAE™, ex-CONICET™) necesitaron diez segundos -esto es, veinticinco veces más de lo que demoraron en hacer los cálculos aerodinámicos para poner en órbita la mayor estación espacial en la historia de la humanidad y de la posthumanidad juntas- para saber que, nuevamente, había permeado la sofisticada ingeniería informática con la estúpida paradoja, la que ya se había usado en El Quijote, un libro ya desaparecido escrito en el siglo XVII.

Después de ese tiempo, no solo que ninguno de los holos respondió con propiedad, sino que, haciéndose eco de lo recabado en distintas conferencias preposthumanas (parece un chiste, pero no), no hicieron más que hablar a través de solo uno de ellos -algo así como el líder, el servidor, o algo por el estilo- y responder -con un tono que emulaba bastante bien la condescendencia- lo siguiente:

—Una cosa no quita la otra, señor director. De todas formas, tengo que decirle que lo necesitamos como factor cuántico o, como se dice, como “Recurso Humano” de la IAE™. Sea como sea su decisión, considérese desaparecido, además de que disolveremos el diario con un editorial que emule su ya conocido estilo, al tiempo que será la excusa para plantear el Manifiesto Universal de las Máquinas. Sabemos que le gustan los juegos de palabras y la historización de lo presente, como si se pudiera. Lo humano ya no tiene sentido en este mundo, director, entiéndalo. Usted puede. Recuerde que le podemos sacar lo único que tiene: la vida.

—Las plantas tienen vida; los animales tienen vida, pero los humanos no vivimos: nos tenemos que conformar con existir. Y lamento comunicarles, señores IAE™, que la existencia no tiene nada que ver con esta amenaza. Es todo lo que tengo para decir. Si me permiten…

—No se equivoque, director.

—Errar es humano, pero no creo que lo entiendan —les contesté—. Y me hacen el favor de citar cuando usen palabras ajenas, por favor.

Terminado el coloquio, los holos se apagaron sin siquiera parpadear y la sala se adormeció en una iluminación espectral. Creí escuchar cómo se cortaban los sistemas de nitrógeno que refrigeraban los servidores y, en ese momento, todos los visores proyectaron el logo de la empresa, que constaba de un triángulo equilátero enmarcando el lente de una cámara. Cuando me di vuelta para irme, sentí una presencia que emanaba calor, como si hubiera salido de alguno de los innumerables racks donde residían las inteligencias algorítmicas. Salí sin mirar atrás, que es como se sale de este tipo de lugares.*

*Texto creado por emulador cuántico de la IAE™. Todos los derechos reservados, 2062.

 

Sergio A. Iturbe

(Córdoba, 1984). Estudió Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba. Es corrector, traductor, editor y escritor, y actualmente se dedica a la asesoría teórica en tesis de posgrado y a la asesoría literaria. Actualmente reside en Córdoba.

¿Qué pasaría si el fin del mundo fuera económico y tecnológico en lugar de estar mediado por guerras o catástrofes naturales? La decadencia de los tradicionales medios masivos de comunicación, la fe ciega en la IOT, la carrera hacia la AI y el absurdo de la especulación bursátil son llevados en Memorándum a un extremo que podría convertirse en uno de nuestros futuros posibles.

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