Ah tú, claro espíritu, de tu fuego me hiciste, y,
como auténtico hijo del fuego,
te lo devuelvo en mi aliento.
(Moby Dick – Herman Melville)
Elegí un Blank modelo 300, el único que puedo pagar. Está bastante usado, el pobre. Está cansado. Lo miro unos segundos y sé que tiene que ser horripilante, qué otra cosa puede salir de la cruza de vegetal y una criatura foránea. Una sombra gelatinosa, eso parece. Y huele pésimo, como el agua de un jarrón con flores después de una semana, olor a vida quieta y putrefacta.
Hay algo tranquilizador en este cuarto de paredes musgosas, aunque el calor y la humedad sean insoportables.
El asistente ajusta los cordeles de silicio que van a unirme al Blank. Mientras, recita: “estos cables le permitirán a su conciencia instalarse en el cuerpo del Blank. Recuerde respirar como le indiqué y focalizar toda su atención y su intención en su deseo. Cuando se produzca la migración de su conciencia ingresará en un instante de silencio total, no se asuste. Aférrese a su deseo, visualícelo con total nitidez. El Blank responderá. Cuando esté lista, la vendré a buscar. ¿Alguna pregunta?”
–¿De verdad puedo desear cualquier cosa?
–Por supuesto –dice el asistente.
Necesito estar segurísima: “¿Transformar por completo mi cuerpo, por ejemplo?”
–Si es lo que quiere.
–¿Y el Blank lo aceptaría?
–El Blank toma la forma que le imprima el deseo del cliente, está para eso.
Trato de respirar como me enseñó el asistente. El tipo termina de ajustar las ventosas en mi cuero cabelludo, le resulta difícil porque la ansiedad y el calor del cuarto me hacen transpirar como cerda.
–Recuerde que tiene 48hs –dice.
Me sobran, chiquito, pensé, y le di el papelito que llevaba apretujado en el puño. El asistente lo toma y lo lee. Me mira a mí y luego al Blank.
–No sé –tartamudea.
–Dijiste que el Blank se amoldaba. Bueno, quiero eso –señalo el papelito.
Cierro los ojos, inhalo y exhalo.
*
Todo empezó-terminó-empezó como todo empieza y termina en la vida, con el mismo silencio rítmico.
La doula y su rutina de cada sesión: “Relájense, dejen que el agua las sostenga. Respiración normal, inhalo por nariz, exhalo por nariz”, decía. La serenidad de la mujer me provocaba acidez. Apreté los párpados para bloquear la luz del centro termal. Traté de bucear en mi interior siguiendo el rastro de una medusa, como indicaba la doula, pero no encontré ni mierda. Me imaginé buceado en los cenotes de Zynd, imaginé el agua atravesada por los rayos de sol, siempre quise bucear en Zynd. Buscaba mi puta medusa pero el agua era soledad expandida y viscosa. Quise inhalar luz, como decía la doula, pero inhalé marrón. El agua se espesaba, se mezclaba con lodo, y mi cuerpo se hundía. Inhalé barro.
La doula dijo: “dejen que los pensamientos se escurran por los bordes de la mente, así llega la quietud. El agua es la Madre y en la Madre vive el Todo.” ¿Janjó saldría temprano del trabajo? “La Madre es el agua. Sean agua”, decía la doula. Inhalé agua estancada. Janjó querría comer baozis, era jueves de baozis, y yo me hundí hasta caer sobre compost.
“Inhalen, exhalen. En el silencio profundo del cuerpo, entre inhalación y exhalación, surge la potencia creativa. Sientan cómo se transforman en agua, son parte del caldo que contiene toda la vida.” Sabía que pronto vendrían los dolores, era la cuarta sesión y me sabía de memoria el speech de la doula, también sabía que después del “focalicen el silencio del universo en el abdomen, allí son Madre, fuente de Todo, vida de la vida”, el dolor empezaría en la vagina como ínfimas descargas de electricidad y se intensificaría hasta devorarme. Un dolor espantoso, dolor lleno de preguntas, dolor-miedo.
Cuando regresara de la sesión de implantación de retoños estropeada y débil, Janjó estaría en la cocina tomando una cerveza. Calentaría baozis. Ojalá pudiéramos comer otra cosa. Pizza. Yo llegaría, me tiraría en el sillón y Janjó protestaría: “qué es lo cansador de estar en un estanque de inseminación de retoños, flotando sobre el agua termal, meditando. Sos una exagerada, de todo hacés un drama.” Y para qué repetirle que dolía como la puta que lo parió, como un millón de elefantes pisoteándome el útero. Para qué llorar.
–Es lo que querés, Miranda. ¿O no? ¿Querés un retoño? Entonces bancate la pelusa –él siempre respondía lo mismo.
¿Quizá Janjó pediría pizza, hoy? ¿Aunque fuera jueves?
“Respiramos y sentimos. Estamos aquí y ahora”, dijo la doula.
¿Pero quién carajo quería estar aquí y ahora? Llegaba el dolor en la vagina como alfileres eléctricos para estimular la apertura (“Ábranse a la dicha de la creación, ábranse con el sonido primordial OM”). ¿Quién podía querer habitar el momento en que el dolor se amplificaba como una ola (“Marea de vida”) y la ola se estrellaba contra las paredes del útero (“Marea de vida que busca anidar en el silencio de sus cuerpos receptivos”)?
El dolor desbordaba las paredes del útero y arrasaba todo, el dolor me recordaba que ese cuerpo de mierda, cuerpo enorme y fallado al que había que poner en remojo, era mío. Cuerpo de mierda. Se merecía el dolor, ¿o no? ¿No era lo que quería?
¿Quién quiere un cuerpo inflado por las hormonas, el cuerpo de una orca?
Inhalé marrón. Meses atrás Janjó ordenó “basta de tratar, Miranda. Ya tengo un hijo. Darío es casi tuyo; te adora, ese chico. Se lleva mejor con vos que conmigo. Ya es suficiente, ¿no te parece?”
No, no me parece, un carajo me parece.
Pero me callé.
“Hay que saber cuándo parar, Miranda”, dijo él. Y eso que lo único que había tenido que hacer era mirar porno en un cuartito y eyacular en un frasco. Yo con la piel llena de chips inútiles, yo contando los días como habían hecho las mujeres de antaño, yo controlando mi temperatura, yo quieta como una momia después de hacer el amor, yo apretando las rodillas mientras él se tomaba una medida de destilado y fumaba un cigarrillo. Y para qué.
“No tenés límite, Miranda. Yo en esta no te acompaño”, dijo cuando hablé de los retoños. Él no quería cosas fabricadas, cosas que nadie sabía si eran del todo humanas. Él no entendía, no escuchaba. “Bancatelá”, decía cuando me quejaba del dolor, cuando se me caían las lágrimas me daba la espalda. “Te dije que era una locura, Miranda”.
Me hundía en el compost y sentí barro entre los dedos de los pies. El agua clara del estanque termal se mezclaba con agua fangosa salida no sé de dónde, agua turbia y agua clara fluyendo una dentro de la otra. Y yo, en lo profundo, impotente. El dolor me tragaba y quería escapar como del estómago de una ballena. Braceaba en mi imaginación (estaba atada, todas lo estábamos) pero tampoco en mi imaginación podía moverme. Estaba quieta, encadenada, hundida en el compost. Inhalaba negro.
Las otras flotaban alrededor como fichas de dominó en una mala partida, muchas gemían y algunas, para distraerse, rezaban, escuchaba sus voces distorsionadas por el agua igual que escuchaba a Janjó cuando decía que se iba a navegar. “Vuelvo mañana”, decía, y yo sabía que mentía, no iba con sus amigos. En su lancha habría una tipa que no tendría la panza fofa y la piel escarada por los chips y las estrías, una que no se quejaría, una con ganas de montarlo y chuparlo como yo tenía al principio.
Qué cliché.
“Inhalen, exhalen”, repetía la doula estúpida.
Janjó escapaba, Janjó navegaba bajo el cielo transparente del Distrito 11 como siglos atrás navegó Percey Shelley mientras le metía los cuernos a Mary. Yo no sería nunca Mary, no sería la guardiana de la obra de mi esposo (¿qué obra?) y tampoco guardaría las cenizas de su corazón (¿qué?), pero sí sería la criatura pastiche de cuerpos cuando por fin se implantara un retoño. De todos modos ya era una cosa torpe, inmanejable hasta para mí misma, algo monstruoso que olía como un jazmín al que se le pasó el cuarto de hora.
Como un blank. Así, decían los que sabían del tema, olía un blank.
Así empezó-terminará todo.
Salí del estanque apenas terminó la sesión, me fui sin saludar, qué mierda me importaban las otras, qué tenía que agradecerle a la doula. Agarré el Boulevar de los Cerezos Holográficos sin parar en ninguna señal, iba tan rápido que algunas hojas sueltas dieron contra el vidrio delantero del vehículo y se desintegraron en chispas. Giré a la derecha, aceleré hasta el Distrito 2. Dejé el vehículo en la puerta, total nadie tocaría una cosa tan deteriorada. La casa estaba en silencio y en la pantalla de la heladera resplandecía un mensaje: “Me fui a navegar, vuelvo mañana. Hay baozis en el horno, Jan.”
Abrí la heladera por reflejo pero no reconocí las botellas ni los potes. Podían contener cualquier cosa: botones, un amasijo de pelos, patas de conejo muerto. Los envases, caparazones de animales eviscerados. Una heladera vudú. Así de estúpida me dejaban las sesiones en el estanque, ¿o sería el mensaje de Janjó? ¿O así sería yo, a fin de cuentas, una imbécil, tan empecinada en ser madre que había dejado a mi marido servido para cualquiera? Qué novela barata, mi vida. Qué mierda. Pude llorar tranquila, eso sí. Lloré sentada frente a la heladera abierta.
Pedí pizza.
Mientras esperaba salí al jardín, llegué hasta el rincón donde siempre había querido construir una pileta (eterna discusión con Janjó que yo jamás ganaría). Abrí la canilla y estiré la manguera. Empapé las raíces de los árboles enanos. Regué la tierra hasta que se volvió chirla y mis pies se hundieron, la esencia agreste y negra me llenaba. Y Janjó, lejos. No en una lancha con otra, no esa forma vulgar de lejos, sino lejos de verdad. Lejos como cuando decía: “si te duele bancatelá, yo no quiero retoños, yo ya tengo un hijo.”
¿Y lo que yo quería?
Proyecté la información contra la pared para verla en tamaño real e incorporarla igual que al olor y al frío de la tierra. Amasé el barro con los dedos de los pies mientras veía pasar las imágenes sobre la pared, imágenes brillantes sobre un fondo musgoso, verde metalizado. La voz femenina recitaba: “Proyecto Blank, donde su deseo es. ¿Quiere impresionar a sus ex compañeros de curso con el cuerpo que siempre soñó? Sin dietas, ni chips, ni ejercicio. ¿Desea experimentar el goce sexual de otro género? ¿Quiere volver a la infancia? ¿Desea?”
Sí, deseo.
“Proyecto Blank cumple cualquier sueño: elija su modelo de blank, desee con todas sus fuerzas y prepárese para vivir su sueño. El blank, un ser capaz de encarnar su deseo, responde. El blank es su deseo. Desee Blank.”
Abrí la caja de cartón y qué olorcito, qué gloria. Agarré una de las cervezas de Janjó. Apoyé los pies en una silla, pies descalzos y embarrados, pies libres, y le entré a la fugazzetta rellena.
*
Cierro los ojos, inhalo y exhalo.
Me focalizo, imagino con fuerza: él estará en nuestro barco, la tipa desnuda en nuestra cama. Él habrá salido a mear por la borda, así hace siempre. El cielo transparente del Distrito 11 sobre sus hombros, el sol todavía frío, también traslúcido, asomando por el horizonte.
Lo que yo quiero.
Él pensará que quizás esta vez no volverá conmigo. Para qué. A veces hay que parar, hay que darse por vencido. Para qué Miranda, para qué los retoños, ni siquiera son humanos. Miranda post-estanque llorando, ella con el cuerpo fláccido, desmedido, indeseable.
Yo quiero ser: ¿una tipa cualquiera? ¿Una capaz de crear vida en su propio cuerpo? ¿Una que lo monte y lo chupe como yo hacía?
Yo.
Janjó mirará el horizonte pero no lo verá plano y terso sino tumultuoso. El agua no será azul, será agua revuelta, agua de lo profundo, agua-compost. Él se agarrará del barandal, pero para qué. No es agua lo que se le viene. Lo que yo quiero no es puta agua de mierda.
Yo quiero ser inmensidad cetácea, yo quiero tragármelo entero. Lo quiero a él. Quiero hundirlo en mí antes de que pueda gritar, quiero triturarlo y que duela, que duela, que duela como un millón de alfileres eléctricos. No seas exagerado, Janjó. Bancatelá.
Quiero que te trague mi soledad expandida y hambrienta, mi silencio-compost.
Inhalo, exhalo, deseo.
Y el Blank, que es maleable y está para eso, responde.
Alejandra Decurgez
(Buenos Aires, 1977)
Licenciada en Psicología por la Universidad del Salvador, especialista en duelo. Se formó como guionista en el Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina y cursó el seminario sobre géneros cinematográficos dictado por Robert McKee. Es autora de la novela Limbo (Ediciones Ayarmanot, 2020), Colores Verdaderos (Niña Pez, 2019), Mis Muertos Amarillos (Peces de Ciudad, 2018) y del poemario infantil Esencial (Poe Kiddie Comicz, 2018). Ha publicado en Próxima, Axxón, Skeimbol, The Wax, Inquietantes, Revista Minatura y SuperSonic. Participó en las antologías internacionales Las Escritoras de Urras, Alucinadas II (ciencia ficción escrita por mujeres) y WhiteStar, de la antología latinoamericana Umbrales Virulentos, el Tomo 11 de la colección Pelos de Punta y de Breves de Amor. Recibió mención honorífica por su guión The Dive en el Fantasmagorical Film Festival de Kentucky del 2015 y fue finalista en el Miami International Science Fiction Film Festival del mismo año. En el 2016, su guión The Mantis fue finalista en los mismos festivales.
Una de las más originales voces del New Weird y de la Ciencia Ficción de la narrativa nacional, Decurgez nos trae un perturbador relato sobre una mujer que adquiere un artefacto bio-tecnológico capaz de cumplir sus deseos más postergados.